Celebración por las calles de Khan Younis. Reuters

Júbilo y dudas en Gaza y Tel Aviv: «No puedo parar de reír y de llorar»

«Un día mágico». ·

El acuerdo ha provocado una explosión de alegría entre los palestinos, y también entre las familias de los rehenes israelíes, pero por debajo late el recelo

Carlos Benito

Jueves, 9 de octubre 2025, 18:03

La alegría es más fácil de retratar que la cautela, de manera que el material gráfico llegado este jueves desde Israel y desde Gaza muestra ... una desbordante y unánime explosión de gozo. Unos y otros, desde los familiares de los rehenes concentrados en Tel Aviv hasta los palestinos desplazados a Khan Younis, comparten por una vez un mismo sentimiento de alivio y esperanza: se han multiplicado los cantos, los bailes, los abrazos y los aplausos en corro y han ondeado sin cesar las banderas. Pero en ambos lados, como si se estuviesen mirando en un espejo, se detecta también la arraigada veta de la desconfianza, con voces que reclaman prudencia y paciencia ante un proceso largo, difícil, regido por una hoja de ruta que peca de indefinición en algunos puntos decisivos.

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En Gaza, el súbito alborozo contrasta con un entorno devastado por dos años de bombardeos: a las decenas de miles de muertos se suman dos millones de desplazados y la destrucción de alrededor del 90% de los hogares. El corresponsal de Al Jazeera, Hani Mahmoud, ha descrito certeramente el efecto del acuerdo en la población como «un suspiro colectivo de alivio». Hay jóvenes cantando alabanzas a Dios por las calles, aupados unos sobre los hombros de otros, y no han faltado modestos fuegos artificiales y los tradicionales disparos celebratorios al aire. «Gracias a Dios por el alto el fuego, por el final del derramamiento de sangre y de la matanza. Yo no soy el único feliz: lo está toda la franja de Gaza, todo el pueblo árabe, todo el mundo», ha comentado a la agencia Reuters un emocionado Abdul Majeed Abd Rabbo. «No puedo parar de reír y de llorar, no me puedo creer que hayamos sobrevivido. Estamos impacientes por volver a nuestros hogares, aunque hayan sido destruidos: volver a Gaza City, dormir sin el miedo a ser bombardeados y tratar de reconstruir nuestras vidas», plantea Tamer Al-Burai, que forma parte de los miles y miles de evacuados de la capital.

Para los gazatíes, se abre la ansiada puerta a la ayuda humanitaria en forma de atención sanitaria y comida. «La mejor medicina es la paz», ha resumido el director general de la OMS, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus. Acostumbrados ya a la desesperanza, hoy no pueden evitar cierta incredulidad ante esa insólita novedad de las buenas noticias: se multiplican las preguntas sobre detalles concretos del plan, como el desarme de Hamas o la proyectada mesa de gobierno para Palestina. Y pesa como una losa la memoria de los muertos: «Viejos y jóvenes hemos empezado a gritar, y los que han perdido a seres queridos los recordaban y se preguntaban cómo podemos volver a casa sin ellos», relata Umm Hassan a la BBC. «Lo más importante es que ya no perderemos a nadie más», resume Rewaa Mohsen. «Durante setecientos días, hemos vivido bajo la amenaza de la muerte. Cada segundo, cada minuto, cada hora esperábamos que viniese a por nosotros. Hoy es un día feliz. Queremos volver a nuestras casas, reconstruir nuestras vidas y cuidar por el futuro de nuestros hijos», desea un hombre del norte de Gaza «desplazado doce veces» en este tiempo.

Alegría en la Plaza de los Rehenes, en Tel Aviv. Reuters

Pero no hace falta rascar mucho para toparse con las dudas, quizá expresadas en voz más baja y reforzadas por el hecho de que hoy continúan los bombardeos: el Ejército israelí ha avisado a los gazatíes de que no se les ocurra acudir al norte, porque de momento sigue siendo «una peligrosa zona de combate». El temor a que acabe el espejismo y a que la matanza vuelva a empezar aflora a menudo en medio de las celebraciones, matizadas siempre por el recuerdo emocionado de las víctimas. «Tenemos miedo del periodo que siga a esta primera fase», alerta Abu Hesham. Y Eyad Amawi, coordinador de ayuda en el área central de Gaza, lo sintetiza perfectamente en sus declaraciones a 'The Guardian': «Creemos y no creemos, tenemos sentimientos mezclados: felicidad, tristeza, recuerdos, de todo», reflexiona, receloso del «hábito israelí» de «concederse más tiempo para incrementar el sufrimiento».

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Además, para muchos, el regreso a casa no deja de ser un sueño irrealizable, porque esa casa ya no existe: «La nuestra fue de las primeras en ser destruidas, así que, aunque acabe la guerra, seguiremos viviendo en tiendas, quizá durante años», se resigna en conversación con Reuters una mujer, Zakeya Rezik, que ha tenido la suerte de no perder a ninguno de sus seis hijos. Su lugar de origen, en zona fronteriza, seguirá además bajo ocupación israelí.

«Gracias, señor presidente»

Al otro lado del espejo, en la Plaza de los Rehenes de Tel Aviv, se repite esa compleja gradación emocional. Domina también, por supuesto, el regocijo: es el lugar donde se concentran los familiares de los israelíes que siguen en poder de Hamas, que por fin acarician la posibilidad de abrazar de nuevo a sus seres queridos o, en el peor de los casos, recuperar sus restos. Hoy ese entorno de dolor se ha vuelto fiesta y proliferan los brindis. Una mujer ataviada con los colores de la bandera estadounidense exhibía una pancarta de reconocimiento a Trump («aquel que salva una vida salva al mundo entero», decía el texto, tirando del Talmud), se coreaban peticiones de que le concedan el Nobel de la Paz e incluso ha aparecido junto a la autopista una valla publicitaria con la efigie del magnate (y con la leyenda «gracias, señor presidente»). «Es un día mágico», proclama una mujer, mientras circula el comentario de que hay que ir cambiando el nombre oficioso del lugar por Plaza de los Retornados.

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«Estoy sonriendo de oreja a oreja y con lágrimas de alegría. Mis dos nietas mayores han venido y hemos bailado juntos», ha dicho Danny, padre del rehén Omri Miran. «Este es el momento en el que mi familia vuelve a la vida», sentencia Rivka, esposa de Elkana Bobbot. Y la más expresiva ha sido Einav, madre de Matan Zangauker: «No puedo respirar, no sé cómo hacerlo, ¡que alguien me dé un manual! ¿Qué le voy a decir? ¿Qué voy a hacer? Simplemente le diré que le quiero, eso es todo. No puedo explicar lo que siento, es una locura», ha declarado, además de avisar a su hijo de que le preparará su estofado de carne favorito para festejar el reencuentro.

Pero también aquí a veces se hielan las sonrisas y se evoca el fiasco de febrero, cuando se abortaron los intercambios programados de rehenes y prisioneros. «Estamos felices por dentro, de verdad, es una alegría profunda, pero tenemos que ser realistas. Hasta que se metan en el vehículo de la Cruz Roja, debemos seguir rezando», ha alertado uno de los que fueron liberados en aquella ocasión, Eliya Cohen. En el mismo sentido, con fórmulas muy parecidas, se ha manifestado en redes Dalia Cusnir, cuñada de Eitan Horn: «Hasta que el último rehén esté aquí, no vamos a abrir el champán. Vamos a continuar luchando hasta el final: hay tantas cosas que pueden suceder hasta ese último momento, ¡por eso somos tan precavidos!». El propio Gran Rabino Sefardí, David Yosef, ha pedido que las oraciones no cesen: «Sigamos rezando por los rehenes hasta que el último de ellos venga a casa. Siguen en peligro, en manos del enemigo».

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