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Trabajadores y residentes se encierran juntos como protección en Losar de la Vera
Ayer se inició el confinamiento voluntario de los 25 empleados de Servimayor con los 107 abuelos para evitar contagios de coronavirus
ELOY GARCÍA
Jueves, 26 de marzo 2020, 22:39
Comenzó el confinamiento voluntario al que 25 trabajadores del Centro Residencial para Mayores Servimayor, de Losar de la Vera, se han sometido en las mismas instalaciones, que se prolongará durante las próximas dos semanas. El objetivo es garantizar que no haya contagios con el exterior, protegiendo así a los 107 mayores que allí viven, entre los que no se ha dado ningún caso de COVID-19. Para sus 15 días de confinamiento se han organizado en varias estancias. Dos apartamentos, la sala de formación y el tanatorio, donde han acomodado las camas y sus pertenencias; lo que será su hogar en las próximas dos semanas.
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Una de las primeras personas que se ve al entrar en Servimayor es a Soraya Leal, administrativa que suele encargarse de la recepción. Dos hijas, Marina de 14 años y Cecilia de 20; su suegra de 83; y su madre de 71, son las personas que tiene a su cargo, con el hándicap de que Reyes, su marido, se ha trasladado a vivir al campo lejos de la familia para evitar posibles contagios, pues trabaja repartiendo gasóleo a domicilio y su contacto con otras personas es continuo.
Sin embargo, cuando conoció la iniciativa no lo dudó ni un instante. «Por supuesto que dije que sí, desde el principio. Vimos que solo había una forma de protegerles (a los residentes) y a la vez de proteger a nuestras familias, quedándonos sin salir de Servimayor. La única condición que puse es que mi hermana, que también trabaja aquí, se quedase fuera para que pudiese atender a la familia», manifiesta.
Aunque ni su madre ni su suegra son dependientes, sí necesitan la ayuda de alguna persona «para llevarles la compra o estar pendiente de los medicamentos. Pero bueno, con mi hermana van a estar bien atendidas». Aquí incide en que se trata de algo que les sale de forma natural «porque muchos días pasamos más tiempo con los residentes que con nuestras familias. Vamos, que son nuestra familia».
En este periodo no solo se dedicará a tareas administrativas, sino que finalizado su horario habitual comienza a auxiliar a sus compañeros «en lo que sea». Insiste en que se trata de una labor de grupo en la que todos ayudan en todo lo que se puede. «Colaboramos todos para esto salga adelante», subraya, incluso su madre y su suegra. «Si les digo que me voy quince días por ahí a hacer cualquier otra cosa me dirían que estoy loca o me reñirían. Pero ambas tienen mucha humanidad y son conscientes de la situación; así es que al saberlo me dijeron que para adelante», concluye.
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El reloj marca las ocho de la tarde y Leal se levanta de su puesto de trabajo. Pregunta a las auxiliares: «¿Qué hay que hacer?». «Hay que fregar, dar la cena, acostarlos,...», responde la supervisora de los auxiliares de enfermería, Arancha Zabala.
Todos, desde el primero hasta el último de los trabajadores confinados, han hecho sacrificios. Entre ellos la propia supervisora, losareña de 41 años de edad que lleva una década en Servimayor, desde su apertura. En casa ha dejado a su pareja, Javi, que continúa trabajando, y a la pequeña Alejandra, hija de ambos de tan solo tres años de edad. «Como mi pareja trabaja, a la niña la cuidan mis padres, y así se van a organizar estos 15 días», explica Zabala.
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La decisión no fue fácil y reconoce que el miércoles, la jornada anterior a su entrada, estaba nerviosa. «Pero hoy ya estoy más tranquila, normal. Es algo que teníamos que hacer, por seguridad de nuestros residentes y por la de nuestras propias familias», subraya. Al centro accedió a primera hora de la mañana del jueves con una maleta «muy pobre», afirma entre risas, ya que casi todo el tiempo estarán con el uniforme del trabajo. 24 horas al servicio de sus abuelos, como a muchos trabajadores les gusta llamar a los 107 residentes.
Mayores voluntarios
Entre estos la solidaridad también corre como la pólvora, tal y como constata el mero hecho de contemplar a la andaluza Carmina Rodríguez, una de las inquilinas que como ella misma afirma «me encuentro físicamente bien». Ayuda a dar los desayunos, pasea a los mayores dependientes por el pasillo, les acompaña al patio, al baño... «El trabajo duro lo hacen los empleados, como acostarlos, bañarlos, etcétera. Luego nosotros ayudamos en lo que podemos, como por ejemplo a repartir los zumos», comenta, visiblemente orgullosa de la labor que están llevando a cabo.
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Carmina y su marido, Antonio Carcelén, residían en Zafra hasta que se trasladaron a esta residencia losareña, pues él padece párkinson y precisaba de más atención. Hasta que se decretó el confinamiento, Carmina, de 76 años, aprovechaba las mañanas para dar un paseo hasta Losar y tomarse un café, mientras que Antonio, de 74, participa en sus ejercicios matutinos. «Ahora no hay paseo, pero tenemos esto. Y la verdad es que se está muy bien, no sentimos miedo ni temor por la situación. Yo me siento en el comedor, veo las montañas por la ventana, salgo al patio y siento este entorno tan maravilloso... Esto es un privilegio. Pero el verdadero privilegio de estar aquí es compartir con la gente, con los trabajadores. Ese es el mayor tesoro de Servimayor, el capital humano que tiene», concluye.
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