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Juana, Juan, Antonia, y Venancia, en la residencia de mayores. J. S. P.

El secreto para ser centenario: «Coma de todo y ríase mucho»

Testimonio. La residencia de mayores de Torrecillas de la Tiesa tiene tres personas que han pasado los cien años y otra usuaria los cumple este lunes

Javier Sánchez Pablos

Domingo, 12 de octubre 2025, 02:00

El primero en recibir a HOY en la residencia de mayores de la población cacereña de Torrecillas de la Tiesa es Juan Barroso, que va ... andando, sujeto al bastón y con gran ligereza. «Tengo 100 años y cinco meses», responde con voz fuerte y clara. En otras dependencias esperan otras tres usuarias centenarias, acompañadas de sus familiares y de algunas trabajadoras. Una de ellas es la siempre sonriente Juana Rodríguez, que con 101 años es la persona más longeva de la localidad. También están Venancia Pino y Antonia Murillo, que cumple cien años mañana, 13 de octubre. Los cuatro compartieron de niños las calles de Torrecillas de la Tiesa y los cuatro se pusieron a trabajar a muy temprana edad.

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Estos centenarios gozan de buena salud, con cabezas y memorias privilegiadas. «Cuanto más mayores, menos se quejan, por no molestar», sostiene la supervisora de la residencia, Ana Sánchez. En la actualidad, el centro cuenta con 52 usuarios y 32 trabajadores. La media de edad de los residentes es de 92 años. Además, hay otros cinco usuarios con 98 años, con una buena calidad de vida. «Están como en un hotel de cinco estrellas», señala esta responsable.

  1. Juan Barroso 100 años

    «Yo me siento bien»

Apoyado en su bastón, mantiene una salud de roble. Tan solo se toma una pastilla «chiquinina» para la circulación. Nada más. «Yo me siento bien». Tiene tres hijos, seis nietos y seis biznietos. Su vida la ha pasado principalmente en su población natal, aunque estuvo en determinadas épocas fuera por cuestiones laborales. Reconoce que ha trabajado mucho haciendo tejas y realizando distintas labores en el campo, cortando encinas, por ejemplo. Pasó seis meses en Suiza. También estuvo en Barcelona y San Sebastián. En este último destino pasó dos años y medio en una fábrica de pieles. De ahí, volvió a Torrecillas de la Tiesa y ya no se movió más. «He hecho muchas tejas y siempre corriendo», detalla. Gracias a una ley que salió en la época de Felipe González, se pudo jubilar a los 60 años. A pesar de ello, «no dejé de trabajar porque tenía mis huertos», matiza.

Su mili duró 30 meses y la pasó en El Pardo, junto a Franco. En aquella época, recuerda que los soldados preferían quedarse en el cuartel porque había comida asegurada. De joven, tuvo que comer mucha sopa y pan, que era lo que había. Insiste en que le ha tocado trabajar mucho para sacar a la familia adelante. Vivió solo en su casa hasta los 92 años. Después, vivió con su familia hasta hace poco, que ingresó en la residencia.

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«Cuanto más mayores, menos se quejan, por no molestar», señala la supervisora de este servicio, Ana Sánchez

  1. Juana Rodríguez 101 años

    «Tengo mucha alegría»

Con 101 años, es la más veterana del grupo. Tiene claro cuál es el secreto de llegar a su edad: «Usted coma de todo y ríase mucho», aconseja. Al menos, a ella esta fórmula parece funcionarle, ya que no pierde la sonrisa. Así se lo comunica al personal de la residencia. «Me dicen que voy a durar mucho porque tengo mucha alegría». A pesar de ello, matiza que le ha tocado vivir varias vidas, con cosas buenas y no tan buenas, que ya no se olvidan.

Juana tiene dos hijas, cinco nietos y diez biznietos. Salvo excepciones, ha pasado toda su vida en Torrecillas de la Tiesa. Ejemplo de ello fue cuando estuvo de pequeña con sus padres en Francia. Tenía siete años. Su padre murió con 33 años en un accidente en una fábrica. Su madre tenía un pequeño quiosco en el pueblo y vendía caramelos, así como turrones por los municipios de la zona. También lo recuerda Juan.

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Reconoce que tiene buena memoria, «aunque me acuerdo más de lo de antes que de lo de ahora». De forma jocosa, detalla que antes las mujeres reñían más en el pueblo. «Ahora hablan por detrás y ya está». Como el resto de los centenarios, asegura que ha tenido que trabajar mucho. Una vez tuvo a sus dos hijas, la mayor parte del tiempo estuvo dedicada a su crianza. En otras épocas, le tocó comer mucha sopa. Ahora come de todo, excepto carne, que no puede a no ser que se la partan en trozos pequeños.

  1. Venancia Pino 100 años

    «Íbamos donde había trabajo»

Tiene claro las pastillas que se tiene que tomar al cabo de día. «Por la mañana tengo cinco, al mediodía, dos y por la noche, tres», especifica, demostrando su buena memoria. Tiene dos hijos, cinco nietos y otros tantos biznietos. Con sus padres estuvo en distintos municipios de Córdoba, ya que se trabajaba en el campo con la siega. «Íbamos donde había trabajo». En esa época vivían en chozos. En un momento dado, «a los de allí les dieron una casa y a nosotros no, y nos mandaron para acá», apunta.

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Recuerda que siempre han vivido en el campo, tanto en un sitio como en otro. «La vida ha sido muy dura». Alguno de sus compañeros centenarios la recuerdan con un cesto en la cabeza, en su camino del campo al pueblo. Y es que ya a los siete años comenzó a trabajar. Además de las tareas del campo, sirvió en alguna casa. En una de ellas recuerda que comía muy bien, en una época donde no había ningún lujo. «Me gustaba comer de todo, desde sopas y migas hasta carne». Esta centenaria, con la movilidad ya reducida, destaca también que tuvo que ir a lavar la ropa a regatos rompiendo los carámbanos. «Yo me he reído mucho, pero he trabajado más», sentencia.

  1. Antonia Murillo 100 años

    «De moza, servía»

Nacida y criada en Torrecillas de la Tiesa, Antonia cumple el centenar de años mañana, 13 de octubre. Quizá, la longevidad es algo genético, ya que tiene una hermana de 102 años y su madre se murió a punto de cumplir los 100. Tiene cuatro hijos, 14 nietos y 16 biznietos. Asegura que se encuentra bien. Eso sí, reconoce que no oye y no ve. Además, anda con dificultad. Con su familia, estuvo un tiempo en Rosalejo en una finca trabajando. «De moza, servía». También ha trabajado en otras tareas, como en la recogida de pimientos, lavando ropa en el río o limpiando. Apunta que la vida no ha sido fácil. También destaca que tenía que llevar agua al pueblo, puesto que no había agua corriente.

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Antonia estuvo viviendo en su casa hasta los 94 años, con su marido. Después, se desplazaron los dos a la residencia. La cocina se le ha dado bien y le ha gustado. «Uno de mis nietos siempre decía que los macarrones de la abuela Antonia eran los mejores de todo el pueblo», remarca con cara sonriente. Y es que nunca tuvo problemas para dar de comer a toda su amplia familia. Recuerda la gran cantidad que tenía que hacer, por ejemplo, de potaje. Ahora, come de todo. «No soy delicada para la comida, lo que pongan. Está todo bueno». Otra de sus aficiones era leer. Tuvo una buena maestra, ya que su madre enseñó a leer a diferentes personas del municipio.

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