Catorce hectáreas de herida: lo que queda por hacer 25 años después
Han pasado 25 años de la riada que dejó 25 muertos y aún quedan catorce hectáreas que recuerdan la tragedia a diario. El viernes se ... inauguró en el cruce de los arroyos Rivillas y Calamón un monumento en homenaje a los fallecidos, pero no es el único recuerdo visible. En el Cerro de Reyes, Antonio Dominguez, Pardaleras y San Roque queda mucho por hacer.
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El Plan General de Badajoz establece que esas catorce hectáreas deben ser zonas verdes. Todas las edificaciones que quedan serán expropiadas y derruidas y en su lugar habrá un amplio parque. No puede haber ningún tipo de inmueble, así que como mucho tendrán unos juegos infantiles o algún campo deportivo. Es así porque los entornos del Rivillas y el Calamón están considerados como zonas con riesgo bajo de inundación, según las mediciones del Ministerio de Transición Ecológica.
El ministerio también estudia las zonas de riesgo alto de inundación, que marca en rojo y que en Badajoz corresponden principalmente a los cauces de estos arroyos. Hay algunas zonas próximas, con desniveles, que también están en peligro si hay una nueva riada.
Las administraciones se dividieron el trabajo. La Confederación Hidrográfica (el Estado) arregló los cauces del Rivillas y el Calamón con una inversión de 61 millones de euros. Los ensanchó para incrementar su capacidad hidráulica y elevó los tableros de los puentes para evitar nuevos taponamientos. En los alrededores instaló zonas ajardinadas, que pasaron a manos del Ayuntamiento.
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Finalmente el Ayuntamiento debía demoler las viviendas que quedaban en la zona inundable y regenerar esos terrenos. En estos 25 años el Consistorio ha invertido unos nueve millones de euros y ha comprado y demolido unas 300 propiedades entre casas, garajes y locales.
¿Y cuándo se borrará en Badajoz la huella de la riada? No hay fecha. Así lo admite el concejal de Urbanismo.
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En concreto, según los datos de Urbanismo, en la zona de la barriada de San Roque quedan 21.660 metros cuadrados por convertir en zonas verdes. En este área aún quedan varios edificios y solares por expropiar.
A esto se suman los 121.985 metros cuadrados que hay en el Cerro de Reyes, Pardaleras y Antonio Domínguez que deberían ser zonas verdes. En este área también quedan viviendas y solares por expropiar. Urbanismo calcula que hacen falta 6,1 millones de euros para expropiaciones y otros cinco millones para arreglar los terrenos.
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En 2019 el entonces alcalde, Francisco Fragoso, pidió ayuda a la Junta para finalizar con lo que queda pendiente. La administración regional respondió que no era su competencia y el regidor pacense amenazó con acudir a los tribunales, pero no hubo avances.
Mientras llega el dinero, en todos los barrios se repiten las mismas quejas. Consideran que el Ayuntamiento les ofrece poco dinero por sus casas y se niegan a vender, a pesar de que en muchos casos sus viviendas se han quedado aisladas. Otros vecinos han ido vendiendo y marchándose y están rodeados de solares.
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Cerro de Reyes, el barrio más marcado por la riada
Federico Arce vive cerca de la calle Sisones, una de las vías que fue más golpeada por la riada. La noche de la tragedia estaba despierto, «afortunadamente». Con otros vecinos se dedicó a llamar a las puertas y sacar a los niños de las casas en las que estaba entrando el agua. «Los recuerdo manchados de barro. Los pusimos en los sillones de mi casa y les dimos mantas para entrar en calor».
Ahora vive rodeado de solares. Hace poco trató de plantar unas higueras en el terreno delante de su casa, para que no quedase tan feo. «No pude. Es todo escombro, no hay tierra. En lugar de llevárselos, dejaron los restos de las casas».
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El triángulo que forman los arroyos Rivillas y Calamón fue el área donde murieron la mayor parte de las víctimas de la riada y 25 años después las huellas son muy visibles, el barrio está rodeado de solares y escombros.
«Me acuerdo que estaba estudiando, sentí un golpe, me asomé y vi que el agua estaba llegando a la altura del buzón de las cartas. Al minuto ya estaba entrando en mi casa. Avisé a los vecinos y salimos todos corriendo». Lo cuenta Juan Carlos Gallardo, que sigue viviendo en la misma calle del Cerro de Reyes y mira a su alrededor y lamenta: «Y todo sigue igual».
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«Arreglaron el arroyo, los cauces, eso sí, pero lo que son las márgenes del arroyo nada», se queja este vecino. «Nunca se va a borrar ese día, pero miras a la derecha, a la izquierda, ves que hay cosas por hacer, y piensas a diario en ese día».
En la calle San Vicente de Paul del Cerro se aprecian los restos de una casa derribada recientemente. Los vecinos lograron que la demolieran tras muchas quejas. «Era un peligro, se cayó una tapia. No se podían usar las pistas de petanca, y por fin conseguimos que lo quitasen, pero queda mucho por hacer».
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Gallardo no es muy optimista sobre el futuro «25 años y creemos que, como siguen las cosas, van a durar otros 25 años más porque las administraciones no se ponen de acuerdo. Igual que en su día se pusieron de acuerdo arreglar los arroyos y realojar a los damnificados, necesitamos un compromiso para acabar con lo que falta por hacer».
San Roque y sus calles con un solo edificio
En San Roque las huellas de la riada están muy presentes un cuarto de siglo después. El barrio más habitado de Badajoz tiene una zona de calles, entre la Ronda Norte y las traseras del Revellín, que parecen fuera de lugar. Son vías con calzadas de tierra y hay calles llenas de solares, una de ellas con solo un edificio en pie. En la calle Ronda del Rivillas de San Roque han desaparecido muchos edificios, comercios y naves. «Aquí y aquí vivían funcionarios del Ayuntamiento y esas casas eran de un albañil y un carpintero», explica José Antonio de la Cruz mientras señala solares vacíos. En su calle solo quedan cuatro familias. Él, además de residente, tiene una fábrica de aceitunas.
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Recuerdos de esa noche
A este afectado le cuesta creer que hayan pasado 25 años, aunque sigue muy presente esa noche en su memoria. El estaba fuera y, cuando supo que el agua estaba subiendo, cogió su coche y fue a casa para ver si sus padres estaban bien. Se arriesgó metiéndose en las balsas de agua. «Golpeaba en los faros».
Cuando llegó a San Roque comprobó que sus padres estaban dormidos y bien pero el lodo inundaba la fábrica de aceitunas y subía hasta metro ochenta en una nave donde tenía a sus perros. «Era la perra con once cachorros y no sabemos cómo pero lograron nada y sobrevivir».
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«Los vecinos estábamos aquí mirando la subida del agua. Uno de ellos tenía un foco grande, porque todo estaba a oscuras. Entonces vimos venir flotando en el agua un depósito enorme de gasolina, lo habría arrastrado de la chatarrería. Entró en la calle y arrasó tres casas, las destrozó. Cuando iba a dar a mi nave, se desvió», recuerda este vecino que lleva viviendo en la zona desde los nueve años, ahora tiene 56.
Para este residente de San Roque es duro ver la zona así. «Era un barrio estupendo con muchas familias trabajadoras». Sus padres fundaron la fábrica en la que aún trabaja y sobre la que vive. Lleva una imagen de ellos tatuada en su brazo. Para él esa brecha de la riada no solo es una mancha en el Plan General. «No tenemos mucha esperanza de que lo arreglen», concluye.
La brecha de la riada en Pardaleras
Francisco Aguilar López vive a 80 metros del arroyo Rivillas, en la calle Prudencio Conde de Pardaleras. Él mismo lo ha medido. Es una de las casas más cercanas al agua desde que han ido desapareciendo las de sus vecinos. Le gustaba mucho su barrio y tres meses antes de la riada se compró una vivienda anexa para ampliar la suya, «Hubiese sido un palacio». La tragedia truncó sus planes. «Mi casa tiene 189 metros cuadrados y me ofrecían 40.000 euros por ella. Con eso no te compras ni una caja de zapatos».
Como otros vecinos, es uno de los que sigue viviendo en la zona inundable 25 años después de la inundación. Eso sí, rodeado de solares, calles sin asfaltar o cables de electricidad colgando. Es la brecha que dejó la riada en Pardaleras, en las calles que van de la calle José María Giles Ontiveros hacia el arroyo.
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Aguilar López recuerda que, tras la riada, el entonces alcalde, Miguel Celdrán, les reunió en un pabellón deportivo. «Nos dijo que nuestras casas estaban en zona inundable y que se irían comprando y derribando».
«Celdrán nos dijo que nuestras casas estaban en zona inundable y que se irían comprando y derribando»
francisco aguilar
Vecino de Pardaleras
A muchos residentes les pareció una exageración la medida, creían que la línea inundable que habían marcado era demasiado grande. «Al principio muchos vecinos dijeron que de ahí no se movían, pero luego la gente se fue con miedo».
Aunque les gustaba su barrio, había miedo a que se repitiese una noche tan dura. Francisco estaba despierto y pudieron marcharse rápido para observar, desde un alto, cómo el agua subía rápidamente. «Cuando se partió la pasarela peatonal (junto a la Plaza de Toros) entró el agua a la calle». «Si no llego a estar despierto, esa noche caemos los cuatro», reconoce.
La marcha de sus vecinos y la lenta compra de casas para derruirlas ha dejado su barrio despoblado y lleno de solares. Cree que faltan muchos años para que se desbloquee la situación.
En estos años, además de convivir con calles de tierra y solares con maleza, las casas abandonadas han provocado muchos problemas en Pardaleras con edificios ocupados que se usaban para consumir drogas. Su sueño es que algún día se conviertan en zonas verdes, como marca el Plan General de Badajoz.
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Antonio Domínguez y las casas colgantes
Han pasado 25 años pero en Antonio Domínguez es imposible olvidar o ignorar la riada. En la calle Sor Julia, más conocida como el vial de Las Grullas, parece que una bomba ha derruido la mitad de sus edificios. Algunas casas parecen colgando en esta vía. Son las que marcan la línea de inundabilidad, es decir, de derribos.
Lucía Montero, de la Asociación de Vecinos de Antonio Domínguez, denuncia que es un peligro la situación de estas viviendas y pide al Ayuntamiento que instale un muro que proteja las casas y mejor la imagen de la zona.
«Los políticos te dicen que hay un proyecto para estos terrenos, pero ya hemos aprendido que la palabra proyecto no significa nada», se lamenta Montero, que propone que si alguna vez intervienen, no solo hagan zonas verdes, sino también aparcamientos, algo muy necesario en su barrio.
Juan Mendoza vive en el Camino del Calamón, una zona entre Antonio Domínguez y el Cerro de Reyes. Recuerda haber visto vecinos «con el agua al cuello» ese 6 de noviembre de 1997. También rememora cómo le entrevistó el periodista Iñaki Gabilongo junto al colegio Pastor Sito. «Vinieron muchos periodistas esos días, nos entrevistaron mucho». 25 años después, el barro lo limpiaron y se llevaron los coches amontonados contra las fachadas, pero el resto del Camino del Calamón no ha cambiado mucho. «Nos gustaría que lo arreglase porque sigue igual».
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