Vivir en pueblo / en ciudad

Miércoles, 7 de septiembre 2022

  1. José Antillano Palencia | Alcalde de El Carrascalejo

    «Aquí se vive tranquilamente, desde luego. Es cosa de acostumbrarse»

José Antillano charla con Cati López en El Carrascalejo. Es su alcalde desde 1991. Javi Cintas

En el municipio más despoblado de la provincia de Badajoz (90 censados, datos del Instituto Nacional de Estadística a cierre de 2021) y tercero con ... menos habitantes de Extremadura, es más fácil enumerar lo que hay que lo que no hay. En El Carrascalejo, a 14 kilómetros de Mérida, paso de peregrinos del Camino de Santiago por la antigua Vía de la Plata, hay un consultorio con médico y enfermero compartidos con Aljucén y Mirandilla, y un bar en el albergue de peregrinos, de 28 plazas.

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No hay ningún otro bar, ninguna farmacia, ni colegio, tampoco tiendas de alimentación. Ni ningún otro negocio. En El Carrascalejo, como hace mucho tiempo en Extremadura -ahora se está recuperando, por cierto, estas imágenes- el pan llega a diario en una furgoneta de reparto que toca el claxon para avisar el vecindario, lo mismo que se distribuye sobre cuatro ruedas la fruta y los congelados. Para casi todo hay que ir a Mérida. Ni diez minutos de camino. Y bien conectados: a través de la autovía A-66 o la antigua nacional-630.

«Somos segunda residencia de mucha gente de Mérida. Estamos al lado. Es lo bueno»

«Es la gran ventaja que tenemos respecto a otros pueblos chicos. Aquí hay mucha segunda residencia de gente de Mérida», explica pausado José Antillano Palencia, de 78 años, exfuncionario del área de carreteras de la Diputación de Badajoz.

Es el alcalde, desde 1991, como independiente, de una localidad en la que el último niño nacido fue hace nueve meses. Nos referimos a un niño que nazca en Mérida y sus padres lo empadronen en El Carrascalejo. Hacía dos décadas que no pasaba algo igual.

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Catalina López, de Mérida, está casada con un carrascalejano desde hace más de tres décadas. Viven en la capital de Extremadura pero desde la pandemia cada vez es más frecuente que ocupen su casa en un pueblo en el que se siente muy a gusto. «Somos muy poquitos pero se está bien. Y Mérida está al lado», reseña López.

Antillano asiente. «Aquí se vive tranquilamente. El que se acostumbra a esto se acostumbra. Pero la juventud de ahora no es capaz», reflexiona el regidor, uno de los más veteranos de la región con el bastón de mando. Suele compartir copita de vino o cerveza con cuatro o cinco parroquianos en el bar del albergue después del mediodía.

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«Cuando entré de alcalde había menos gente censada, no más de 25. Hemos mejorado»

«Somos un pueblo singular. Tanto que nos confunden a veces con Carrascalejo, de Cáceres (225 habitantes, en la comarca de La Jara». Aquí han venido repartidores a traer paquetes o incluso vino un grupo a tocar porque pensaron que Carrascalejo era El Carrascalejo. ¡Como si estuviéramos cerca!», suelta un vecino, Andrés Navarro.

«Aquí no hay niños», señala una monitora de un campamento de verano en el pueblo. «Son todos de pueblos cercanos», matiza mientras camina al lado de la iglesia de La Consolación, que solo se abre una vez a la semana, cuando el cura que viene de Esparragalejo da misa de las 11.

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Menos en invierno

«Ahora en verano vive mucho más gente en el pueblo, superaremos los 100 habitantes, pero en invierno no somos más de 30 los que pernoctamos todos los días», dice Antillano.

Asegura que se presentó a alcalde hace tres décadas porque veía que «estaba todo muy parado. Por lo menos no hemos perdido población, la hemos ganado. Cuando entré censadas no había más de 25 personas (eran 34 en 1996)». El Carrascalejo también tiene un reducido término municipal: 12,8 kilómetros cuadrados.

El Ayuntamiento tiene un secretario pero compartido con Alange y Mirandilla. Y un administrativo que se va a jubilar en pocos días. Son las dos únicas plazas de funcionario. Hay otras cuatro puestos temporales: una auxiliar administrativo, un barrendero, un albañil y un peón albañil.

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Antillano indica que no tiene decidido si va a presentarse de nuevo a las elecciones del próximo año. «No sé. Lo hablaré con el segundo de mi lista, que a ver si quiere él», dice. Este edil tiene 73 años.

  1. Ana González Delgado | Profesora de la UEx

    «Vivir en la ciudadmás grande permite accedera servicios de todo tipo»

Vídeo. Ana González, en una terraza del pacense Paseo de San Francisco J. V. Arnelas

Como vecina del Casco Antiguo de Badajoz siente que «vive en un pueblo». Pero el día a día de Ana González Delgado se desarrolla desde 1992 en la ciudad más grande de Extremadura.

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Llegó como licenciada en Periodismo y con el máster de El Correo bajo el brazo a la redacción de HOY. En el año 1994 cambió y desde entonces trabaja como jefa de prensa del Teatro López de Ayala.En 2003 se convirtió también en profesora de la Universidad de Extremadura.

Nacida en Mérida y habiendo pasado parte de su vida en otras dos ciudades más grandes (Madrid y Bilbao), Ana González asegura que Badajoz tiene el tamaño ideal. «Es una gran ciudad, pero intermedia, ni grande ni pequeña».

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«No nos falta de nada y en cambio a mí no se me hace una ciudad tan grande como Bilbao o Madrid donde he vivido»

«La ventaja de vivir aquí es que tienes acceso a todo tipo de servicios». Se refiere a comercios, que abren y cierran, la hostelería, la oferta de actividades y una «actividad cultural tremenda».«Me falta tiempo para ir a todo lo que quiero», afirma.

Como ventajas de residir en la capital pacense entiende tener a tiro de piedra el centro médico de referencia en la región, el hospital Universitario, la variedad de clínicas privadas y un mundo cultural con monumentos y museos para pasear y ver exposiciones. «No nos falta de nada y, en cambio, no se me hace una ciudad tan grande como Bilbao oMadrid». Todo queda más a mano, dice quien se dirige todos los días a sus trabajos a pie.

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Esa es una de las comodidades que le citan los actores y miembros de las compañías que salen al escenario del López de Ayala.«Hemos venido andando desde el hotel» es una de las frases más repetidas que oye y, además, con gesto de sorpresa y casi de admiración.

Ella sabe por experiencia propia que en Badajoz puede acceder a prestaciones especializadas y de cierto nivel que quizás se le escaparan si viviera en uno de los pueblos más pequeños de la región. Hace 21 años tuvo un hijo con una discapacidad intelectual que, además de la atención que ha recibido por parte del sistema público, ha requerido de apoyos privados. Como la logopedia y la psicopedagogía que en Badajoz no ha tenido problema de encontrar pagando.

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«Existe una actividad cultural tremenda en Badajoz, a mí me falta tiempo para ir a todo lo que quiero»

El único inconveniente que se ha topado en la educación de su hijo ha sido con los servicios de orientación en los institutos en los que ha estudiado.Aunque, finalmente, logró que la inspección educativa mediara. Su hijo ha terminado ya la FP de Microinformática y Redes Sociales.

Pero igual que dice esto reconoce el buen trabajo de los profesores de los institutos Castelar y Zurbarán. Solo por la atención privada que ha podido recibir su hijo en la ciudad «ya ha merecido la pena vivir en Badajoz».

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Entre las desventajas de vivir en la capital pacense cita los problemas de aparcamiento. Tantos, que ha dejado de tener coche porque encontrar donde dejarlo en el Casco Antiguo se le hacía cada vez más complicado. «Y también por motivos medioambientales». Pero, como vive en una ciudad grande, se ha hecho usuaria de los Minits, unos vehículos eléctricos pequeños que se usan a través de una app en el móvil. «Funcionan muy bien y con ellos me muevo cuando lo necesito».

El otro inconveniente que advierte es el «incivismo de las pequeñas miserias». Gente que deja la basura en la calle y otros que no recogen ni las cacas de los perros.

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