La Guardia Civil en la plaza de San Andrés. HOY
Crónica negra

El crimen machista que indignó a Badajoz

Una mujer de 20 años fue asesinada en 1917 por su marido a pesar de tener muchas denuncias pendientes por malos tratos y la ciudad se levantó

Sábado, 24 de junio 2023, 08:20

Crimen pasional o doméstico, eran los eufemismos que se usaban durante décadas para hablar de los hombres que mataban a sus mujeres y que, en ... muchos casos, alegaban locura y conseguían penas bajas por sus asesinatos. El concepto de violencia machista, hoy indiscutible, ni se vislumbraba. Pero era 1917.

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Ese año un marido asesinó a su mujer en la plaza de San Andrés de Badajoz después de maltratarla en muchas ocasiones de forma pública y privada, después de muchas denuncias que no sirvieron para nada y después de anunciar su crimen con total tranquilidad. Cumplió lo que dijo y la mató, pero algo fue distinto. Las mujeres de la capital pacense se enfadaron, una multitud indignada se echó a la calle.

Soledad O. J. era una joven de La Haba que se casó con solo 18 años con Eugenio G. S., alias 'Norita', diez años mayor que ella. Se mudaron a Badajoz, pero el matrimonio nunca llegó a ser feliz. La pegaba habitualmente y las palizas se incrementaron cuando se quedó embarazada y dio a luz a una niña. «Parece ser que los celos crearon ambiente en Norita y éste de un modo bárbaro castigaba a su esposa, con la que estuvo viviendo dos meses escasos de matrimonio», explicó la prensa tras el asesinato justificando los motivos del maltratador.

Un día Norita se enfadó con su mujer y prendió fuego a unos papeles debajo de la cama en la que Soledad dormía con su hija, luego cerro la puerta de la habitación con llave. Los vecinos fueron capaces de romper la cerradura para salvarlas. Ese hecho fue denunciado y también un incidente en el que el marido abofeteó a su mujer en la puerta de la sociedad Centro Obrero. No le ocurrió nada.

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Soledad decidió separarse y volver a su pueblo con su hija, de solo cinco meses. Unas semanas después regresó a Badajoz para buscar trabajo y se quedó en casa de su hermana. Eugenio le pidió que volviesen «prometiéndola que no la maltrataría más». Ella no aceptó, pero sabía que estaba en peligro y se negaba a salir de casa.

Crónica de una muerte anunciada

La última semana de julio era evidente que todo acabaría en tragedia, pero no fueron capaces de pararlo. «La muerte de Soledad estaba sentencia y su vida corría gran riesgo», admitió el periódico Correo de la Mañana.

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En día 26 Norita intentó matar a su hija. Le detuvo su cuñado Manuel cuando se acercaba a la niña con una navaja y logró que saliese huyendo. Fue detenido y puesto en libertad solo unas horas después. La amenaza contra la niña animó a Soledad a hablar con su marido, porque no veía otra salida. Salió con él de paseo por Puerta Trinidad. Horas después, al no volver, sus parientes esperaban lo peor. Regresó a las cuatro de la mañana y confesó que le había dado una paliza y la había forzado sexualmente. Tampoco le ocurrió nada.

El día 28, sábado, Norita pasó toda la noche escondido detrás de unos sacos de cemento en la plaza de San Andrés, cerca de la casa donde vivía su mujer. Le vieron varios vecinos esperándola. El domingo por la mañana volvió acompañado de su padre, se sentaron en un banco y comentaron con varias personas, incluido un funcionario municipal, que Eugenio la esperaba para matarla.

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Soledad salió a media mañana con unos cántaros para recoger agua en la fuente de San Andrés. Su marido no la atacó hasta que los llenó, para que el peso de la carga la impidiese defenderse.

Norita fue contra su mujer con una navaja y le dió dos puñaladas en el pecho. Soledad tiró los cántaros y salió corriendo hacia su casa. Llegó a la entrada, pero las heridas eran demasiado graves. «Manolo, ese hombre me ha matado», le dijo a su cuñado antes de morir.

El asesino huyó hacía la carretera de Campomayor para pasar a Portugal, pero un conocido le advirtió que la Guardia Civil le esperaba en la frontera, por lo que se entregó en el cuartel de la zona de la Estación.

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Una muchedumbre fue a gritar a Norita cuando entró en prisión. «El crimen cundió por Badajoz rápidamente, saliendo de todas las bocas frases de compasión para la víctima y dichos crueles para el agresor. Fue un crimen de esos que indignan al pueblo y despiertan la sensibilidad de los corazones».

También hubo una concentración en la plaza de San Andrés. Tan numerosa que se extendió a las calles cercanas. La prensa destacó que había muchos mujeres.

Lo mismo ocurrió en el juicio celebrado en agosto de 1920. El Correo de la Mañana escribió que «en la tribuna se ven muchas señoras y señoritas».

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Un juicio vergonzoso

La sensibilidad que demostró Badajoz ante este crimen no se reflejó en el juicio en el quedó claro el machismo de la época.

La defensa de Norita fue repugnante. Justificó que su mujer se veía con otros hombres y que esa mañana estaba alterado tras haber ingerido guindas en aguardiente. «El abuso determinó en él un estado alcohólico que degeneró en locura, por lo que este estado le exime en absoluto de responsabilidad», dijo su abogado, lo que provocó murmullos en la sala.

Además el abogado del asesino argumentó que el caso se había exagerado. «El pueblo se ha puesto una lente de aumento para que a través de aquel sea visto en exageradas proporciones».

Pero no solo la defensa usó argumentos machistas, también las acusaciones. El fiscal argumentó con condescendencia que la vida de Soledad anterior al matrimonio no podía justificar la violencia, como indicando que si tenía deslices después, sí. «Aún dando por sentado, como se pretende, que antes del matrimonio Soledad hubiese tenido relaciones íntimas con algún hombre, este hecho no puede en modo alguno justificar el horroroso delito cometido por el procesado».

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Incluso la acusación particular, es decir, el abogado de la familia de la víctima, dijo que no lo merecía por «ser una mujer de condiciones envidiables, modelo de esposa y madre amantísima».

El jurado se dejó llevar por el clima de la época y estableció que Norita había actuado por locura, aunque también aceptaron la alevosía. El juez destacó que no era compatible y les forzó a eliminar la enajenación, por lo que el asesino fue condenado a cadena perpetua.

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