«Tengo cinco hijos y ninguno es mío»
En Peraleda de San Román en 1973 un vecino se quejó durante años de su esposa y los amantes que tenía hasta que el drama desembocó en un doble crimen en Navidad
La Navidad de 1973 en Extremadura estuvo marcada por un doble asesinato. «Mata a su esposa y a su suegra con una ... reja de arado», fue el titular de HOY que dejó impactados a sus lectores.
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Ocurrió en Peraleda de San Román. Según contó este periódico, un cabrero de unos 45 años, Isidoro, tenía mala relación con su mujer y la mañana del 23 de diciembre trató de acceder a su casa golpeando la puerta con el arado. Dentro se encontraban su esposa y sus suegros, que estaban de visita en la casa para ayudar con la matanza.
Cuando logró franquear la puerta, Isidoro golpeó con la reja a su mujer, Isabel, y a su suegra, Francisca. Luego miró a su suegro, sentado en un sillón, y se marchó.
El homicida fue detenido unas horas después en Castañar y trasladado a Navalmoral de la Mata donde confesó lo que había hecho ante la Guardia Civil.
Con esta información el doble crimen quedó marcado en las mentes de los lectores como una tragedia enmarcada en lo que antes se conocía como crimen pasional y ahora se trata como violencia machistas. Los propios vecinos lo indicaron así. «Cientos de comentarios circulan por el pueblo de Peraleda de San Román con respecto al doble crimen. Lo que parece desprenderse de todo es la pasionalidad del hecho y las desavenencias del matrimonio», publicó este periódico hace más de 50 años.
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Dos años después de los hechos, sin embargo, el juicio dio un giro completo a lo que se sabía sobre el crimen.
Giro completo
El proceso se celebró en la Audiencia Provincial de Cáceres y, uno a uno, los testimonios revelaron todo lo que había tras la tragedia. Isidoro no era un vecino más, era una persona que sufría un retraso mental desde niño. Sus vecinos lo relacionaban con una meningitis que sufrió en su infancia.
No sabía leer, ni escribir y durante años estuvo solo, como el mismo decía, «solo sabía cuidar las cabras». Sin embargo, a través de cartas, conoció a un joven extremeña, diez años menor que él, que trabajaba en casas en Madrid. Se hicieron pareja y decidieron casarse. Cuando se celebró el enlace, Isidoro vivió una primera sorpresa, la novia llegó de Madrid siendo una mujer muy guapa, como destacaron los vecinos de Peraleda, pero con un hijo pequeño del que no le había hablado.
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A pesar de esta novedad, el matrimonio pasó una época aparentemente tranquila y tuvieron cinco hijos compartidos. Pasados unos años, sin embargo, las relaciones se volvieron malas e Isidoro empezó a contar detalles extraños a sus vecinos.
Contaba que su mujer tenía relaciones con otro, llamado Florencio, y con otros vecinos del mismo pueblo. También se quejaba de que no le dejaban entrar a dormir a su casa cuando volvía de vigilar a los animales y relataba otras muchas humillaciones. Siempre terminaba lamentando que no le hicieran caso.
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En una ocasión, para tratar de atajar la situación, un comandante del puesto de la Guardia Civil del pueblo, y el alcalde de Peralera en ese momento, decidieron interceder y hablar con el matrimonio. Le pidieron calma a Isidoro y a Isabel y al supuesto amante de esta, que «dejasen de dar escándalo».
La situación no mejoró y la obsesión de Isidoro se centró en sus hijos. Aseguraba a todo el que le escuchaba que ninguno de los cinco era suyo. Llegó a afirmar que un médico le había confirmado que él no tenía capacidad reproductiva tras su enfermedad.
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Al inicio del juicio el fiscal pidió 27 años de prisión mayor y 17 de menor para el acusado por los asesinatos de su mujer y su suegra. La vista, según destacó HOY, causó mucha expectación y la sala se quedó pequeña para albergar a todos los vecinos que querían entrar.
El interés era tal que el redactor incluso describió la entrada al juzgado del procesado. «El acusado llegó esposado y custodiado por la Policía Armada. Se trata de un hombre relativamente joven, al que pueden calcularse alrededor de los treinta años (aunque tenía 15 más). Vestía de traje de pana, aseado y bien afeitado y con cara de niño. Durante toda la vista y una vez que el presidente indicó que se le quitaran las esposas, el procesado permaneció con un pañuelo en la mano con el que se secaba los ojos. Aunque en realidad no lloraba, sino que era más bien un gesto nervioso. Cuando se le preguntaba hablaba de forma inconexa y repitiendo los mismos conceptos».
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Isidoro dijo que no se acordaba del momento del crimen, pero que trataba de que su mujer le dejase entrar en casa para recuperar la vajilla de su madre. Cuando no le dejó entrar, durmió en el pajar y por la mañana cometió la brutal agresión.
La ventaja para el procesado es que los testigos confirmaron el maltrato que recibía de su mujer. El dueño del bar incluso dijo que solía darle de comer porque estaba desfallecido y le dejaba dormir en su casa. Incluso confirmó que Isabel tenía amantes.
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Un doctor, además, confirmó que los problemas mentales del acusado. El fiscal decidió rebajar su petición a 10 años de cárcel, pero no lo logró. El tribunal absolvió a Isidoro por sufrir «oligofrenia congénita de grado leve que se había agravado por la conducta licenciosa de su esposa, mujer de pésima conducta en cuanto a su moralidad sexual». Fue internado en un psiquiátrico.
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