Un país que nunca se acaba
Cacereños de toda la vidaAguantar o sucumbir. No es fácil en Cáceres resistirse a ser funcionario o rentista
El mantra «Cáceres, la gran desconocida» suena a tópico, pero es verdad. Solo quien la visita empieza a entenderla y la valora, pero para eso ... no basta un paseo rápido por la parte antigua. Hay que pernoctar y conocer. Pero el año pasado, solo durmieron en los hoteles cacereños 282.000 viajeros. Han de venir aún muchos millones para que se entienda esta ciudad cuya imagen está trufada de baldones y equívocos.
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Al colegio público de Meis, situado en la comarca valleinclanesca de O Salnés, en Pontevedra, llegó en los años 60 un maestro bajito natural de Cáceres. Enseguida fue apodado Cacereño y el conserje, que no era muy espabilado, creyó que cacereño era sinónimo de bajito. Recuerdo también a un compañero periodista donostiarra que al enterarse de que yo era de Cáceres, me miraba con asombro pues su madre, en San Sebastián, empleaba el gentilicio cacereño para referirse a lo pobre, lo humilde, lo atrasado. Lo hacía sin maldad, por costumbre desde que la novela 'Cacereño' de Raúl Guerra Garrido, publicada en 1969, convirtió el término cacereño en sinónimo de maketo o inmigrante sufridor que soporta calamidades.
En 'Ocho apellidos vascos', cuando tienen que escoger un origen para el personaje castizo e inmigrante de Carmen Machi, la convierten en cacereña. Y lo último es un dato que recoge en su último libro Giles Tremlett, periodista colaborador de The Guardian e historiador inglés escritor de best sellers en el mundo anglosajón como 'Isabel la Católica' o 'Las Brigadas Internacionales'. En 'España, una historia abreviada' (Debate, 2024), escribe que, en 1557, Cáceres tenían censados un 22% de pobres mientras que 40 años después, a pesar de las riquezas llegadas de América, de cada cien cacereños, 45 eran oficialmente pobres.
A pesar de esta dura imagen que tanto cuesta cambiar, lo cierto es que quien conoce de verdad Cáceres, la admira y hasta desea instalarse en la ciudad. Las entrevistas a forasteros que teletrabajan desde Cáceres es casi un género periodístico local. El último ha sido el diseñador gráfico Diego Checa (Madrid, 1979), que ha trabajado para el Parlamento Europeo, Pepe Jeans o Allianz, se ha instalado en Cáceres y contaba a Cristina Núñez, periodista de HOY, que en Madrid vivía abrasado mientras que Cáceres le permite tener calidad de vida. Su caso es más común de lo que parece. Conozco profesoras en universidades americanas, ingenieros de multinacionales holandesas o publicistas barcelonesas que se han venido a Cáceres, teletrabajan desde aquí y viajan cuando toca, pero no cambian la tranquilidad y los precios de Cáceres por nada.
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Decía Eric Vuillard que cada ciudad es una reunión de emigrados y errabundos y Cáceres no es diferente. Esto sucedió ya en el siglo XIX cuando llegaron inmigrantes catalanes (Busquets, Calaff, Ferrer, Vilanova, Segura), que empezaron trabajando como emprendedores y acabaron siendo constructores, rentistas y funcionarios como en aquella película de Francesco Rosi, 'Las manos sobre la ciudad', cuyos protagonistas razonan que el oro lo da la especulación inmobiliaria: «»nviertes dos duros en una fábrica y reivindicaciones, huelgas, absentismo… Acabas con un infarto. Así que nada de quebraderos de cabeza ni preocupaciones. Todo ganancia y ningún riesgo. Solo hay que conseguir que el municipio urbanice y traiga calles, agua, luz y teléfono».
Si los tiempos han cambiado de verdad y Cáceres con ellos, estos inmigrantes de alto nivel y teletrabajo mantendrán su creatividad y sus proyectos. Si no, ya saben: hacer oposiciones, comprar locales, vivir de las rentas y cacereños de toda la vida.
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