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El diestro Morante de la Puebla da un pase a un toro durante la corrida de la Beneficencia de la feria de San Isidro. EFE

Morante acaba con el cuadro de su corrida madrileña

Una faena por todo antológica y con un nobilísimo toro de Alcurrucén acaba en auténtico delirio para subrayar un dechado improvisado e inspirado de toreo de repertorio

Barquerito (COLPISA)

Madrid

Miércoles, 1 de junio 2022, 23:17

Antes de ponerse Morante con el cuarto toro de Alcurrucén -un hermoso y panzudo colorado calcetero, 600 kilos, cara de bueno, linda la expresión- se ... vio una corrida. Y después de ponerse y casi saciarse con ese toro que se le entregó seducido, se vio otra. Solo que esta otra costó verla porque perduraba el resplandor de una faena de Morante verdaderamente deslumbrante. Todo ocurrió este miércoles en Las Ventas, dentro de la Feria de San Isidro y en la conocida Corrida de la Beneficiencia.

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La faena tuvo de extraordinario unas cuántas cosas. En primer lugar, su golpe de sorpresa, porque el toro, abanto de partida como es habitual en la ganadería y brusco al tomar capa, se había soltado espantado después de apretar, empujar y derribar en la primera vara. Luego del derribo, le dio Morante mucha capa. Lances, se vino a saber más tarde, de capital importancia para fijar y embeber al toro, que se salió suelto de un segundo puyazo de no poco castigo, pero se movió ligero en banderillas. Pareció que Morante había salido con la espada de acero y no la ayuda de madera. Sería un efecto óptico, porque desde el primer muletazo se sintió que Morante había visto claro el toro. Pero ese era todavía un secreto sin apenas cómplices.

La media docena de ayudados por alto de la apertura, encadenados, a suerte cargada, ganando terreno de tablas afuera, abrochados con el de pecho y cosido con el de pecho con un natural bien templado fueron jaleados de uno en uno y subrayados, cuando dejó Morante el toro, con una cerrada ovación. A partir de la sorpresa, mayúscula, vino en catarata continua una frondosísima faena de veinte, treinta muletazos que se sucedieron sin pausas ni apremios en un todo continuo, un hilo que fue formando una madeja de seda. El repertorio de toreo de muleta de Morante es el más largo conocido. Por su interpretación de suertes aparecidas en pinturas y fotografías, no solo de rancios tiempos, sino de todas las épocas. Y de ese repertorio, de parte y no del todo, hubo muy generosa muestra en esta faena que se vivió entera como un acontecimiento. Entera: no hubo ni un solo muletazo que no tuviera el refrendo de olés corales.

Ficha técnica

  • Plaza. Las Ventas. 25ª de feria. Corrida de la Beneficencia. El Rey Felipe, en el Palco Real, ovacionado a su llegada, recibió brindis de los tres espadas. Tarde primaveral. 22.960 personas en la plaza. Se colgó el cartel de 'No hay billetes'. Dos horas y veinticinco minutos de función.

  • Ganadería. Seis toros de Alcurrucén romane (Hermanos Lozano).

  • Toreros. Morante, silencio y una oreja. El Juli, que sustituyó a Emilio de Justo, ovación y silencio. Ginés Marín, saludos y silencio tras dos avisos.

Primero fueron los palos clásicos: el natural enganchado por delante, ligado con el de pecho y un molinete intercalado. Sin solución de continuidad, el toreo en redondo, cinco muletazos por abajo, abrochados con el cambio de manos por detrás y el de pecho de nuevo. Y seguido, otra tanda de naturales, cuatro ligados. Todo dibujado muy despacio, puro compás. El toro, dócil y elástico, pareció embaucado. En un solo terreno vino la faena toda, que a partir del molinete de salida de la segunda tanda de naturales fue un chorro de improvisaciones. En el toreo cambiado -las trincheras, los pases de la firma- y en el regalo especial del toreo de frente al natural tan privativo de la escuela sevillana clásica.

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El ajuste fue en todas las bazas el preciso. La colocación, perfecta. Ensordecedor el clamor de la gente, puesta en pie más de una vez. Un muletazo por alto como una reolina fue la coda final. Solo faltaba pasar con la espada y acertar. Una estocada apurada perdiendo el engaño, dos descabellos. Una oreja, una solamente. Y una vuelta al ruedo no se sabe sin tan triunfal como la del pasado otoño en las Ventas, cuando con un toro radicalmente distinto de esta otra gloriosa golosina Morante cuajó la que habrá sido su obra cumbre en Madrid. Hasta este miércoles.

Variedad en los toros

En el antes del recital se jugaron tres toros muy distintos. Un tercero de excelente estilo con el que Ginés Marín no llegó acoplarse por abusar del toreo en línea y al hilo. Un segundo de espectacular pinta -careto, berrendo en negro- y muy cargado de cuartos traseros que humilló, pero también punteó en los remates, y ese vicio no acertó a corregirlo ni superarlo El Juli salvo al final de una faena perturbada por el viento. Y un primero, encogido y enquistado, tardo hasta la exageración, apalancado y probón, y por eso mismo incierto. Un toro paralizado que Morante, armado entonces con la espada de acero, mató a la quinta.

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Después del concierto, y con un toro de aire parecido al cuarto, pero solo por fuera, y sin gota de gas, a El Juli le costó un mundo superar la prueba. El listón estaba inalcanzable. Y con la espada se atascó sin fe. El sexto, un cromo -capirote en cárdeno, botinero, jabonero moteado, un «toro blanco»-, fue el más original de la feria: no solo por su porte tan bello sino también por sus carreras y sus fugas, y por su nobleza al meter la cara y emplearse en claros viajes por las dos manos. En terreno de toriles pasó casi todo: una faena de Ginés Marín de muchos dientes de sierra, bastante aparatosa, con sus guiños al tendido y sus brindis al sol. Faena larguísima. Y larga la vida del toro.

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