El diestro Morante de la Puebla en su faena durante la corrida de la Feria de San Isidro celebrada este jueves en la plaza de toros de Las Ventas. EFE

Una corrida impropia de Juan Pedro para la feria de San Isidro

Morante corta por lo sano con un lote a la defensiva, Juan Ortega no remata con el único toro claro de la corrida y Pablo Aguado pasa muy discretamente

Barquerito

Jueves, 26 de mayo 2022, 23:15

Un temperamental tercero que pegó muchos taponazos pero se movió más que ninguno y un quinto de suave y noble son: ese fue el haber ... mayor de la corrida de Juan Pedro Domecq vista este jueves, la número 19 de esta feria de San Isidro en Madrid. No todo. Cinco cinqueños y solo un cuatreño, que, primero del sorteo, pesó cerca de los 600 kilos y, sin embargo, abultaba bastante menos que cualquiera de los toros mole de la corrida de Fuente Ymbro jugada en la víspera.

Publicidad

Fue el más justo de trapío, pero se emparejó con el más astifino y serio por delante de toda la corrida: un cuarto de conducta impropia y extraña. Descompuesto desde la misma salida, muy incierto antes y después de varas, picado a lazo digamos por Aurelio Cruz, que tuvo que echar la vara como caña de pescar porque, plantado al borde de la segunda raya, el toro, inerte entonces, parecía paralizado. La segunda vara fue muy dura, pero apenas sangró el toro.

En ese momento se desataron las iras de quienes estaban por castigar al ganadero antes de empezar siquiera la fiesta y de quienes habían sucumbido al gancho de un cartel de toreros de arte. Antes de cambiarse el tercio, se calentó el ambiente más de los normal. La primera gresca grande de la feria. No la última de la tarde. La siguiente recayó sobre Morante, que llevaba en la mano la espada de acero cuando salió a faenar sabiendo mejor que nadie que el toro estaba tan aventado que no iba a hacer otra cosa que defenderse, y lo hizo sin apenas ceder ni ganar un solo paso, cosiendo el aire a cornadas. A nadie engañó Morante, resignado y listo para tomar la única dirección posible: la calle de en medio. Dos pinchazos y una estocada atravesada.

Aculado en tablas, se echó el toro, pero se levantó al marrar el primer cachetazo Javier Araújo, que, en un segundo intento, vuelto el toro al suelo, acertó como suele. Los puntilleros zurdos -Araújo, por ejemplo- tienen mejor puntería que los diestros. No se sabe por qué. Tampoco se sabrá el misterio de ese toro indescifrable, arrastrado en medio de una pitada monumental que alcanzó al propio Morante.

Publicidad

Un Morante vestido de estreno, de violeta y negro, recibido con supina expectación. Era la segunda de sus tres tardes de feria y no hubo con los toros suerte en la primera, hace justamente quince días. Con poca plaza, el toro de la apertura no paró de echar arriba la cara casi triscando, y, como fue codicioso, el vicio de rematar tan por alto se fue acentuando. Un largo primer puyazo trasero lo agravó todo. Morante se estiró en un celebrado quite de tres verónicas y medio. Largó en todas mucha tela.

El viento hizo su aparición y estragos en cuanto Morante se puso a faenar. Primero, en tablas, hasta que un golpe de viento lo desarmó. Y, luego, en las rayas de sol y sombra, pendiente más de no verse descubierto por el aire que por el propio toro, que siguió cabeceando. Morante se fue por la espada sin dar más treguas. Hubo pitos, pero su colocación y acierto para cortar en banderillas al segundo toro, que hizo hilo con Abraham Neiro, y su manera de hacerlo, dejaron ver al Morante grande en un detalle en apariencia menor.

Publicidad

Mejor abreviar

Ese segundo toro, en tipo, castaño lombardo, muy nervioso de salida, calamocheó con genio exagerado en el caballo. Sin fijeza, avisó por las dos manos y, receloso y probón, soltó gañafones sin cuento. A Juan Ortega le aconsejaron abreviar. El tercero, negro carbonero y salpicado, una auténtico cromo, echó las manos por delante con aire agresivo, cobró a modo en varas y fue en la muleta muy guerrero. Le vino grande a Pablo Aguado, sin ajuste, incómodo en la media altura, que es donde más pesaba el toro. Muchos cabezazos y muchos enganchones, demasiados. Poco asiento.

Antes de soltarse el quinto, un coro de palmas de tango pareció dejar sentenciada la corrida. Pero ese quinto, sacudido de carnes, astifino y bien armado, muy protestado de salida, fue el toro de la corrida, el más claro de los seis, si no el único que hizo honor a la fama de los juampedros perfectos. Le pegó muchos muletazos Juan Ortega. Alguno de cadencia particular, pero fueron más los muletazos inconclusos, al aire del toro, desgobernados o en línea, de más postura formal que otra cosa. No hubo una tanda completa. Sensible desencanto, porque Ortega había entrado en San Isidro con vitola de figura.

Publicidad

El sexto, fundido tras muy severo castigo en varas, y jugado por Pablo Aguado en tablas de sol por librarse del viento, descolgó de partida, pero fue toro apagado. Nobleza sin fuelle. De los de tirar de él. Acompasado pero ligerito Aguado con el toro. «No pasó nada», se dice en taurino. O sí.

  • Plaza: Las Ventas. 19º corrida de feria. Primaveral, ventoso. 22.960 almas. No hay billetes. Dos horas y cinco minutos de función.

  • Ganadería: Seis toros de Juan Pedro Domecq.

  • Toreros: Morante, pitos en los dos. Juan Ortega, silencio y división al saludar. Pablo Aguado, silencio y silencio tras un aviso.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes sólo 1€

Publicidad