El jamón cacereño para «renegar de Mahoma» y más periodistas que en el juicio de Atrio
En el juicio en Cáceres del robo en el Hotel Atrio, que comienza el 27 de febrero, están acreditados más de 30 periodistas, varios extranjeros; pero hace 142 años vinieron a Cáceres más de 40 reporteros, entre ellos uno de The Times.
–Este muchacho es un mirlo blanco –me dijo Caridad desde su cama–. Menos mal que hemos logrado sacarle de la mierda de la droga. ... Como le gusta tanto la gastronomía se ha puesto a investigar, él solito, qué habían comido en Cáceres el rey de Portugal y Alfonso XII, y ha descubierto cosas muy curiosas. Lo tiene aquí en su habitación, ven. –Se levantó entre toses.
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–Pero... ¿Qué haces desgraciado? –Le dije– Ponte la bata que hace frío y estás enfermo.
–Ya, ya. Mira como tiene la habitación llena de papeles –me dijo sonriendo, enseñándome el cuarto de Juan, el nieto del difunto Sanjosé al que tiene acogido en su casa. Las fotocopias de periódicos antiguos se amontonaban en una pequeña mesa en la que había un portátil y un cuaderno con apuntes, que cogió Caridad.
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Con la bata que le llevé puesta y los apuntes de Juan, se colocó en un butacón de su comedor y allí, con su fiel Jack a sus pies, comenzó a contarme algo que me resultó interesante.
–Mira. Ahora estamos como provincianos papanatas diciendo que si en el juicio del robo de los vinos del Hotel Atrio están acreditados más de 30 periodistas, entre ellos alguno de 'The Guardian', 'Daily Mail' y 'Daily Mirror'.
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–Ya. Que la mayoría no vienen porque lo siguen por internet –le dije acercándole la estufa de butano.
–¡Ahí está! Sin embargo Juan ha descubierto que el 8 de octubre de 1881, a Cáceres vinieron más de 40 periodistas. Unos 20 de Madrid; de Lisboa llegaron 9; vino uno de la agencia de noticias francesa Havas, otro del periódico alemán Weser Zeintung, y hasta uno de The Times, un tal Clarckhe.
–Eso hace 142 años...
–Es que lo que ocurrió en Cáceres interesaba mucho, no solo por lo que suponía inaugurar una línea férrea directa que unía Madrid y Lisboa, sino por el acto de amistad entre dos países que habían sido enemigos, era casi como si ahora se dan un abrazo en Cáceres Putin y Zelenski...
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–Hombre. No te pases...
–Oye, que España invadió Portugal unos años antes. Que ahora todos somos muy buenos, pero la historia es la historia. Bien, a lo que voy: Resulta que el 7 de octubre de 1881, a las seis de la tarde salió de la Estación de Atocha el tren con Alfonso XII, ministros, generales y demás con destino a Cáceres, y una hora más tarde salió el tren con los periodistas. Uno de los que iba allí era Luis Alfonso y Casanovas, un escritor amigo de Pérez Galdós y Pardo Bazán. Nuestro Juan encontró en el periódico 'La Época' su crónica que tituló 'La expedición a Cáceres'.
–¿Cuánto tardaron en llegar?
–Él lo cuenta así –dijo leyendo en el cuaderno–. «Antes de Madrid a Cáceres se tardaban 40 horas, hoy 12 horas. La corriente del Tajo fecunda una buena parte de la Extremadura baja; ahora otra corriente de hierro y vapor, más poderosa, vivificará el cuerpo muerto de aquella provincia. De la capital española a la lusitana se irá en 22 horas y una buena parte de la Extremadura abandonada, oscurecida e inculta, adquirirá fuerza y brío. El fuego de la locomotora ha sido el fuego de la juventud para Cáceres».
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–Ya, igualito que ahora, que ya no existe esa línea y los jóvenes se nos van –me quejé.
–Escribió que en el viaje había periodistas jugando al tresillo sobre las maletas, y que hicieron el trayecto más corto los habanos y el champán que repartió Moret. Luego, como no había hoteles, cada periodista tenía asignada la casa de un cacereño para alojarse. Él se quedó en la del diputado Miguel Muñoz Mayoralgo, que supo atenderle de maravilla. Esto es lo que escribió del trato que le dio en su casa –volvió a leer en el cuaderno–: «Allí, sobre ancha y blanca mesa, el más completo y hermoso ejemplar de la cocina cacereña. Allí dos diferentes sopas, suculentas ambas, en panzudas soperas; allí la nutritiva olla, donde, sobre legumbres y carnes, sobresalía el famoso y bermejo chorizo, recuerdo de la riqueza ganadera y muestra de la habilidad culinaria del país; allí las gallinas nadando en la sabrosa pepitoria… y además el tocino del cielo, auténtico y original; la torta borracha, empapada en licor; los cubiletes de hostrada, rellenos de golosa masa de viandas azucaradas (Juan dice que pueden ser 'cubiletes reales', un dulce extremeño); y por último, un jamón en dulce, como Simpson en Londres, Delmonico's en Nueva York, Véfour en París y Lhardy en nuestra corte lograron presentar nunca… era un jamón que en otros tiempos hubiera hecho renegar de Mahoma y de las prohibiciones del Corán a todos los sarracenos de Cáceres».
–¡Vaya estómago agradecido!
–Jeje, sí. Fíjate que no sabíamos en qué casa le agasajaron de tal manera, y Juan fue mirando en periódicos antiguos, en donde se decía quién había muerto y dónde, hasta dar con uno de 1928 en el que se indica que Miguel Muñoz se murió con 80 años en el Palacio de Ovando. Resulta que era el abuelo paterno del Conde de Canilleros que luego vivió ahí.
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–Por cierto, que el palacio está perdiendo su hermoso escudo esgrafiado. Una pena. Oye ¿y qué comieron los reyes?
–La cena del 8 de octubre para los reyes se sirvió en la sede de la Diputación. Dos días antes vinieron para prepararla nueve cocineros del Lhardy, que se inauguró en 1839 en la Carrera de San Jerónimo y ahí sigue. 30 camareros asistieron a 102 comensales. En el menú había: puré Reina, consomé de primavera, patatas fritas Chaseur, rodaballo en salsa de langostinos, filete de ternera a la Godard, perdices supremas, pollo trufado, caldo de alcachofas alemán, ensalada italiana, piña y helados.
–¿Ahí comieron los periodistas?
–No. Con los reyes comieron autoridades de los dos países, entre ellos estaba Cipriano Segundo Montesino el sabio de Valencia de Alcántara que era duque de la Victoria. Los periodistas cenaron en el Instituto, en el gran edificio de la plaza de San Jorge que ahora es Centro Cultural. Había 160 comensales y la comida la preparó Fornos, otro templo de la gastronomía que abrió en 1870 en la calle Alcalá, para convertirse en banco en 1941. Allí dieron –miró en el cuaderno–: consomé a la Reina, salmón a la Chambord, solomillo a la Richelieu, faisán en gelatina a la parisina, capón de Mans, ensaladilla rusa y postres. Por cierto, en las dos comidas hubo abundancia de vino de Jerez, de Burdeos y champán. Igual si algún cacereño avispado hubiera guardado algunas botellas valdrían ahora más que las de Atrio.
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Nos reímos con ganas y así nos encontró Juan cuando vino de comprar. Cariñoso, le dio a Caridad un abrazo y un beso en la frente, y se puso a prepararle la comida. Me fui. Les dejé alegres en su casa, mientras pensaba en lo bueno que es poder tener segundas oportunidades.
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