Imagen de la Plaza Mayor de Trujillo vallada en 1928 para un festejo taurino. Conde de Polentinos
Desde la Moto de Papel

La excursión en 1928 a Trujillo, en auto con cocinero, y el ínclito ministro Elías Tormo

En los carnavales de 1928 la Sociedad Española de Excursiones hizo un viaje a Trujillo en el que los 22 excursionistas, la mayoría nobles, se desplazaron en una auto con cocinero. Con ellos iba el conde de Polentinos que realizó magníficas fotografías estereoscópicas de un Trujillo que preparaba su Plaza Mayor para un festejo taurino.

Sergio Lorenzo

Cáceres

Domingo, 18 de diciembre 2022, 08:13

Ana está preocupada por su novio, el fotógrafo Salvador Guinea. «Todas las noches se las pasa viendo las miles de esas fotos dobles que hizo ... el conde de Polentinos, buscando imágenes de Extremadura. De seguir así se le va a secar el cerebro igual que al Quijote», se lamentaba el otro día. Tiene algo de razón, pero a mí me gusta esa locura, porque gracias a ella hemos visto imágenes magníficas de Cáceres y Plasencia.

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Parecía que Guinea se había calmado, hasta que el otro día se puso a pensar en voz alta en la Redacción: «Vamos a ver –dijo–. Dentro de sus fotografías de Plasencia, el Ministerio de Cultura colocó una de un convento en ruinas con una torre; pero el malaleche de Caridad descubrió que esa foto no era de Plasencia, sino de Trujillo porque la torre era la de la iglesia de Santa María la Mayor. Eso quiere decir... ¡Qué Polentinos hizo fotos en Trujillo!»

Guinea se puso entonces a buscar como loco imágenes de Trujillo hechas por el conde. Tardó una noche en encontrarlas. Eran fotos curiosas en las que se veía a gente preparando la Plaza Mayor para un festejo taurino. Había palacios cambiados, como el de los Carvajal Vargas en donde los soportales eran usados como vivienda; o la portada del convento de las Jerónimas, donde aparecía una hermosa escultura que ya no está en ese sitio. Fotos antiguas de la Torre del Alfiler, de La Alcazaba, de las hermosas puertas de San Andrés y Santiago, del Palacio de la Conquista... Me las enseñaba todo contento, mientras Caridad, con el que sigue enemistado, le miraba de reojo desde su mesa de trabajo, lleno de envidia.

–Vale. Muy bien –dijo Caridad mientras seguía atento a su ordenador trabajando–. Pero la clave es : ¿Cuándo se hicieron?

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–No sé –contestó Guinea.

–¡Pues hay que saber, porque de lo contrario serás un zoquete toda tu vida!

El Palacio de la Conquista con los preparativos para el festejo taurino. Conde de Polentinos

Dos noches son las que pasó en vela Guinea buceando en internet, buscando la crónica del viaje a Trujillo en los boletines de la Sociedad Española de Excursiones de la que era miembro el conde fotógrafo. El viernes por la tarde llegó al trabajo todo contento mostrando unas fotocopias.

–¡Aquí está el Boletín! –dijo– Estuvieron en Trujillo en febrero de 1928 en carnavales. Aquí lo pone –y se puso a leer–: «Vimos la admirable plaza de Trujillo transformada por contener dentro de su amplísimo perímetro las barreras y cadalsos para la fiesta de toros, a cuyos ya muy pintorescos preliminares del encierro pudimos asistir».

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–Has tenido suerte –sentenció Caridad.

–Al saber le llaman suerte. –Contestó el otro con sonrisa de vencedor.

Al terminar el trabajo fuimos a tomar algo al mesón de la Plaza Mayor en el que trabaja Juan, el nieto de Sanjosé, nuestro compañero difunto. Allí estuvimos comentando el boletín.

–Es curioso –apuntó Guinea–, que la excursión la hacen 22 personas, varios de ellos nobles, y contratan los servicios de un auto con chauffeur (lo escriben así), con un cocinero para guisar en el campo con un hornillo de gasolina, contratando a camareros en los sitios en los que paraban a comer. En el auto llevaban mesas y sillas, además de vajilla de aluminio, copas y tazas.

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–¿Cuánto duró la excursión? –quiso saber Juan.

–Tres días. Salieron de Madrid el domingo de Carnaval, el 19 de febrero, y después de ir a Arenas de San Pedro durmieron en Trujillo, en el Hotel Cubano. El lunes 20 visitaron Trujillo, y por la tarde viajaron a Plasencia en donde durmieron en la Fonda Eloy. El martes fueron a Barco de Ávila y Piedrahíta y volvieron a Madrid.

Los excursionistas mirando el Paso de las Corchuelas. Cincúnegui

–¿Se dice algo curioso en la crónica del viaje? –Pregunté.

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–Habla de Trujillo que está «montada en una amplia isla de lo granítico», y que en la Plaza se acababa de instalar la estatua ecuestre de Francisco Pizarro, que aún no estaba inaugurada. Afirma que de las cerezas del Valle del Jerte que se envían a Madrid, las más famosas son las de Cabezuela. Escribe maravillas del Paso de las Corchuelas en la carretera de Trujillo a Plasencia, que son las peñas junto al Salto del Gitano, en Monfragüe. Mirad lo que dice: «¡Bendito Tajo! ¡Con su puente de Alcántara y el de San Martín, en Toledo; con su Puente del Arzobispo Tenorio, en Puente del Arzobispo (¡estúpidamente mutilado!); con el de Almaraz mismo (de Carlos V y hecho por Pedro de Uría); con el de Alconétar o de Mantible (ruina romana), y con el Puente de Alcántara, el rey de los puentes romanos del mundo! ¡Pues todos juntos no valen lo que la voluntad de Dios y la talla de las rocas silurianas de las Corchuelas al paso victorioso de las aguas!». El cronista es un tal Elías Tormo.

–Ese tal Elías Tormo que tú dices –afirmó Sanjosé que se acababa de aparecer– fue todo un personaje de Valencia que se murió en 1957 con 88 años. Con 22 ya era doctor en Derecho y en Filosofía y Letras. Dio clases de Derecho en la Universidad de Santiago, de Literatura en la Universidad de Salamanca, y de Historia del Arte en la Universidad Central de Madrid. Fue diputado a Cortes de 1903 a 1905, senador de 1907 a 1923, y ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1930 y 1931.

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El ministro Elías Tormo, un viajero infatigable. S.E.

–¡Vaya figura! –dijo Guinea.

–Era amigo del doctor Gregorio Marañón y de Unamuno. Viajero infatigable, con Unamuno recorrió los pueblos de Salamanca en carreta de bueyes, y viajo por media España en la baca de los autobuses, el sitio en el que iban los más pobres. Una vez la Guardia Civil le obligó a identificarse, y quedaron boquiabiertos al comprobar que viajaba en la baca del autobús un ministro...

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–Como ahora con el avión Falcón –intervino Caridad–. Que el año pasado hubo 11 ministros que lo usaron 107 veces, ¿eh Chispacero?

Y comenzó entonces una discusión acalorada entre Caridad y Guinea que no transcribo, para no tener que usar palabras algo gruesas.

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