Vivir bajo un puente en Badajoz: «Soñamos con dormir en una cama»
Juan Manuel y Ana Filipa. Él es de la Luneta y ella del Alentejo, y pasan las noches bajo el viaducto de la Universidad tras unas vidas plagadas de dificultades
Esta noche de miércoles a jueves, la temperatura mínima de Badajoz fue de seis grados según la Aemet. Pero a las nueve de la mañana, ... al estar parado bajo el puente de la Universidad, uno se queda congelado. Cuesta mover los dedos de las manos y los pies se ponen acolchados.
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Juan Manuel García (48 años) y Ana Filipa Reyes (36 años) pasaron esa noche en el paseo de la margen izquierda, resguardados en el segundo arco del viaducto. Visten abrigos, junto a ellos hay un saco con cinco mantas y por lecho tienen un cartón de un electrodoméstico Samsung. Debe corresponder a un frigorífico o una pantalla led para ver los partidos a distancia, aunque ellos precisamente piden electrodomésticos de segunda mano que funcionen para irse a la casa de ella, en un pueblo del Alentejo «más allá de Elvas», donde no pueden vivir porque no tienen nada dentro. Ni gas, ni electricidad. Ese fino cartón les mantiene separados del frío pavimento toda la noche.
Juan Manuel y Ana Filipa acceden a contar sus historias con la única condición de que no se les vean las caras.
Juan Manuel García González nació en la Luneta de una pareja que se separó. Su madre –afirma– nunca quiso saber de él. Su padre rehizo su vida y aún hoy le ayuda de vez en cuando. Le abre su casa para que él y Ana Filipa puedan ducharse y comer, pero Juan Manuel reconoce que proporcionarles «la cama es muy complicado».
Él se crio con sus abuelos. Hasta ahora se le han caído algunas lágrimas, pero cuando habla de ellos le caen muchas por las mejillas y se le quiebra la voz. Dice que ha estado solo en la vida desde que ellos murieron hasta que conoció a Ana Filipa hace un año y dos meses en San Francisco.
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Sin sus abuelos, Juan Manuel se vio en la calle, consumió drogas, se hizo adicto y comenzaron los problemas. Ha estado en la cárcel, de donde salió en 2018 por «dar palos en los bares y en las tiendas». Dice que en la prisión uno tiene cama y comida, pero que en verano sin ventilador ni televisor le daba tantas vueltas a la cabeza que intentó acabar con todo. Relata dos intentos de suicidio por ahorcamiento. «Me he intentado quitar la vida porque me he visto solo hasta que la he conocido a ella», dice llorando. Afirma que tiene medicación por enfermedad mental. Habla de trastorno de personalidad, de esquizofrenia y asma.
«Me he visto solo hasta que la he conocido a ella»
Juan Manuel García
Intentó trabajar en el campo, pero asegura que al tercer día se asfixia. Ha sido empleado en cocinas, pero no sabe explicar muy bien por qué se quedó sin trabajo. En prisión manejó una pulidora.
Alguna vez ha dormido en el albergue de Bravo Murillo, pero hace tiempo que no lo pisa. Sí que van los dos, juntos, a tomar el café de cada mañana al desayuno que reparten en la Hermandad de la Soledad y a almorzar cada día al comedor social. De allí se llevan una bolsa con un bocata para la noche. Y van guardando lo que pueden para el domingo, cuando los comedores cierran. El sábado les dan para el séptimo día de la semana, pero los dos aseguran que les han robado víveres cuando duermen. Y por eso intentan tener algo más. Por si acaso.
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Hay días que Juan Manuel no va al comedor porque la medicación que toma le da mucho sueño y que solo quiere «cama, cama y cama». Aunque no tenga. «Yo aguanto sin comer, pero me pongo contento cuando ella viene harta, con su barriguita de comer, pero yo soy un hombre guerrero y me aguanto».
–¿Cómo es el hambre?
–«Hay personas que sin comer en todo el día se marean, yo tengo momentos en que voy paseando, me mareo, me agarro a la pared y se me pasa. Yo noto que pierdo kilos».
Ella no cobra ninguna ayuda. Él recibe una paga de 480 euros que se acaba el próximo enero. Antes espera que se celebre un juicio por una agresión que sufrió en 2021 para recibir una indemnización y comprar los electrodomésticos para irse a Portugal, a casa de ella. «Me dieron una puñalada, me abrieron la ceja de canto, estuve una semana sin poder salir a la calle con los ojos morados y me quitaron los 480 euros que tenía en ese momento».
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Ahora, aseveran los dos, en el país vecino lo pasarían peor. Porque no tienen a nadie que les dé de comer ni pueden cocinar. Ana Filipa tiene familia, pero no se hablan entre ellos.
En la calle desde los 22 años
Antes de convertir el segundo ojo del puente en su dormitorio, los dos pasaron noches en el parque «que hay junto a la comisaría hasta que los municipales nos echaron». Okuparon una vivienda en la calle Porrina, pero «a los dos días» se encontraron con que habían cambiado la puerta y colocado una alarma. Aseguran que dentro se quedaron cuatro sacos de dormir y tres maletas.
Hace poco les quitaron una mochila con la medicación de él cuando dormían. «El que necesite una manta de verdad, que la coja. Pero robar a un pobre que está en la calle tirado no tiene cien años de perdón», considera Juan Manuel.
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Porque dormir en la calle «es un poquito duro, pero yo llevo desde los 22 años. La espalda ya no me duele. Dormir en la calle es hacerlo con un ojo abierto y otro cerrado, no sabes qué sorpresa te puede venir».
Pero, al menos, están juntos. Juan Manuel dice que Ana Filipa le ha cambiado, que ella tiene las cosas muy claras y le guía. Él le ha enseñado a ella a aparcar coches, algo con lo que sacan algún dinero para comprar en el súper. Pero también les sancionan por esta actividad. Juan Manuel afirma que le han bloqueado 300 euros de la paga de 480 euros este mes por este motivo.
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Ella le ha inculcado que robar está mal y él afirma que no quiere volver nunca a la cárcel. «Me he dado cuenta de que la libertad es bonita. Mi vida ha cambiado porque la tengo a ella, sin ella estaría en la cárcel con mi cama».
«Me he dado cuenta de que la libertad es bonita. Mi vida ha cambiado porque la tengo a ella»
Juan Manuel García
Ella, que dejó las drogas «hace mucho tiempo» y tiene artrosis, considera una suerte haberse encontrado con Juan Manuel, que le ayuda a comer cada día. Algunas personas les echan una mano. «Nos traen migas, una tostada, un cola cao... Hay personas buenas como también las hay malas. A veces preguntamos la hora y algunos se hacen los disimulados».
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A pesar de esta situación, Juan Manuel no va a Servicios Sociales porque cree que no le van a hacer caso, alguna vez les visita Cruz Roja. Los dos comparten deseo: «Una vida estable, con casita. Soñamos con dormir en una cama».
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