Podría ser el nombre de la Revolución que se merece esta camada de seres arrogantes que tenemos por dirigentes y cuya única finalidad en esta ... vida, parece ser, es quedar por encima del contrario esgrimiendo tantas artimañas como sea posible. Mientras tanto, el ciudadano permanece en su parcelita, observando y esperando que la vida mejore más allá de las insustanciales palabras que vocean ineficaces políticos faltos de preparación, simples lectores de dictados. Sí, creo que se podría llamar la revolución de las margaritas. Estas flores, símbolo de pureza y de nuevos comienzos, representarían la renovación del entramado que nos ahoga a base de corrupción. Tantos unos como otros, como los de más allá o más acá, no son leales a lo que han jurado o prometido. Se están escaqueando a diario de sus obligaciones, cuyas raíces fundamentales afloran desde la lucha y el trabajo por los demás (una especie de monjes que se dedicaran a la pugna et opus ad alios). Pero tienen poco de frailes y han entendido, además, que es por ellos mismos por quien deben batallar, persiguiendo sus ambiciosas carreras políticas. Necesitan un escarmiento, un azote democrático en ese culo tan acostumbrado a una poltrona que les absorbe cual agujero negro. El pueblo es el soberano, ellos al fin y al cabo ocupan temporalmente un puesto que, en muchas ocasiones, les quema por su falta de madurez, de preparación y exceso de hipocresía. Tanto derecha como izquierda no deben estar orgullosos de nada, en todo caso, de más bien poco. Ellos tienen cogida la empuñadura de la sartén y parece que no pudiésemos hacer nada, pero seguro que en un país como el nuestro debe haber ciudadanos valientes y válidos que franqueen este nuevo muro de las lamentaciones, tras el cual se esconden los mundos de yupi, aquellos donde viven estos seres casposos y lamentables que cobran como si ejerciesen la que antes era la noble labor de la política. Plantemos margaritas en todas las ciudades hasta que inunden sus despachos faltos de ventilación.
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