CRÓNICA NEGRA DE EXTREMADURA
El condenado a muerte que se perdió en ÁfricaEn Monesterio en 1902 un joven pobre degolló a su rico padrino y trató de hacer lo mismo con la hija de este, pero nunca reveló el motivo del brutal ataque
Esta misma semana, pero hace 109 años se celebró en la Audiencia Provincial un juicio por un crimen inexplicable. El procesado era un joven guapo ... y simpático, pero pobre, y había degollado a su padrino rico, que lo adoraba y mimaba. El jurado lo condenó a muerte por la gravedad de los hechos, pero el carisma del condenado logró que pidiesen el indulto. En lugar de acabar en la horca, terminó en un sitio un poco menos malo, la cárcel de Melilla. Logró fugarse y las autoridades creen que no llegó a la península, pero tampoco ha habido noticias de él en cien años. Fue el condenado a muerte que se perdió en África.
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La historia comienza en Monesterio a principios del siglo XX. José H. era uno de los vecinos adinerados de esta localidad. Vivía solo con su hija, pero en la casa también se había criado, por temporadas, un joven llamado Adolfo V., el hijo de unos conocidos pobres. Adolfo era guapo y resuelto y tenía la ventaja de haber adoptado los modales de sus parientes más acomodados.
Cuando se hizo mayor decidió hacerse soldado. Estuvo en el regimiento Extremadura, pero lo dejó para hacerse zapatero en su localidad natal. En Monesterio, además de dedicarse a los zapatos, se orientó al juego y a las mujeres casadas de esta y otras localidades.
Un día, cuando tenía 24 años, echó su vida por la borda. Tras salir de trabajar, comió y se echó una siesta hasta las siete de la tarde. Merendó chorizo y dos vasos de vino y decidió ir a visitar la casa de su padrino, aunque sabía que él estaba pasando el día en una montería. Posteriormente aseguró que solo quería saludar, pero nunca se reveló el verdadero objetivo de su visita.
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En la casa estaba Cristina H, la hija de su padrino. Tras el crimen, los rumores en Badajoz apuntaron a que Adolfo podía intentar «deshonrar» a esta soltera. En el juicio, con muy mala leche, uno de los periodistas del Nuevo Diario de Badajoz destacó esta posibilidad a su estilo. Cuando Cristina fue a testificar, este cronistas escribió: «Su presencia excluye la idea de un crimen pasional; Cristina es mujer que raya en los cincuenta años».
Cristina y Adolfo solo estuvieron solos unos minutos porque enseguida llegó José H., que no había cazado nada. «No has matado nada padrino», le dijo su ahijado. «No, a lo mejor debería matarte a ti», respondió el dueño de la casa entre risas.
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José le dijo a Adolfo que le invitaba a un vino y fue a la bodega a buscar una jarra. Fue entonces cuando la casa se convirtió en una carnicería. Según Cristina, el joven, sin mediar palabra, se le acercó por detrás mientras ella estaba en una silla de coser, se agachó y le pasó una navaja de afeitar por el cuello, de parte a parte. Según indicaron posteriormente los médicos, se salvó de milagro porque el filo de la navaja fue bloqueado por un alfiler decorativo que llevaba en el cuello y no penetró lo suficiente en la carótida.
Su padre no tuvo tanta suerte. Cuando volvió con la jarra de vino, Adolfo repitió y degolló a su padrino. «Dio un golpe al cuello del interfecto seccionándole las arterias carótidas, el esófago y la laringe, lesión calificada de mortal de necesidad, de cuyas resultas murió casi instantáneamente», destacó en informe forense.
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En algún momento del ataque, aunque Cristina no recordó los detalles, el que ella consideraba un pariente, la tiró al suelo y, en el forcejeó, le hizo otras heridas profundas en las manos, pero finalmente creyó que estaba muerta y se dispuso a marcharse.
Dos vecinos cercanos escucharon los gritos y se acercaron a la casa. Cuando entraban, se cruzaron con Adolfo, que salía. Le preguntaron qué ocurría y el joven, con total tranquilidad, les dijo que no pasaba nada, que se marchasen. No le hicieron caso y al entrar se encontraron con el dueño muerto y su hija desangrándose. Solo la rápida actuación de los médicos salvó su vida. Paso 59 días en el hospital y perdió casi por completo la movilidad de sus manos.
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Primera fuga
Adolfo desapareció. Se fugó a Sevilla. Lo acogió una conocida, María, y los parientes de esta que le dieron trabajo en Triana. El joven pasó semanas en la capital hispalense preparando unos papeles falsos para poder huir del país. Estaba a punto de lograrlo cuando decidió ir a Málaga, donde vivía una mujer casada con la que se veía a veces. La Guardia Civil lo estaba esperando y lo detuvo.
El juicio se celebró en abril de 1904 en la Audiencia Provincial de Badajoz. Abrió los tres periódicos que se publicaban en ese momento en la capital pacense: Nuevo Diario de Badajoz, La Región Extremeña y Noticiero Extremeño. Además de Adolfo por asesinato y asesinato frustrado, fueron procesadas otras siete personas que supuestamente lo encubrieron en Sevilla.
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El joven zapatero impresionó a la prensa y al jurado por su buen aspecto, su tranquilidad y su gracia, pero su labia no convenció. En su testimonio aseguró que había herido a su padrino en defensa propia y que era el padre el que había herido a su hija.
Con gran creatividad trató de tumbar la prueba clave, la navaja encontrada en un campo cercano, con sangre, y con las iniciales A.V., las suyas. Alegó que estas también eran las iniciales de Antonio Valiente, el barbero de José, que la tenía en casa y que fue a él a quien atacaron con esta arma. Incluso dio un paso más e insinuó que José había llevado a cabo un plan elaborado para matarlo grabando sus iniciales en la navaja. El propio barbero, los vecinos e incluso la familia del acusado rechazaron este testimonio. La navaja era de Adolfo.
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El testimonio de Cristina también le perjudicó. La mujer relató los hechos con claridad. En cuanto al móvil, pasado un tiempo su teoría era que Adolfo quería robar porque trató de convencerla de que saliese de la casa cuando estaban solos.
Adolfo nunca reveló la razón de su crimen ¿Avaricia? ¿Celos? Fue condenado a muerte, pero porque era lo que pedía el fiscal. El jurado incluyó una petición de indulto en la pena, algo común en esa época en la que no estaba bien visto ejecutar. Fue oficialmente indultado en 1905 y enviado a Melilla, desde donde se fugó en 1906 y se perdió su rastro para siempre.
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