El maravilloso visionario disléxico Juan Rosco Madruga
Desde la moto de papel ·
Siete caras llenas de sufrimiento hechas, nada más y nada menos, que en un envase de pastillas. La obra es una poesía visual de Juan ... Rosco Madruga y se titula 'Dolor'. Me la enseñó el compañero Caridad que, por desgracia, sabe bastante de pastillas y quimioterapia. «Es la obra de arte de un genio – aseguraba –. Cada vez que la miro me siento triste pensando en cuántas pastillas habría tomado Juan hasta ver las caras».
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Juan Rosco, nacido en Montánchez en 1950, se murió de cáncer en 2017. Nosotros le apreciamos mucho porque era alegre, con mucha sabiduría acumulada que disfrutaba dándola a conocer a los demás. Un buen maestro. Licenciado en Geografía e Historia, director de excavaciones arqueológicas, en los años 80 fue director general de Acción Social de la Junta de Extremadura.
Yo le tengo un gran cariño ya que gracias a él dejé de ocultar lo que consideraba un defecto: mi dislexia. Llevo toda la vida confundiendo letras, lleno de dudas ortográficas (benditos correctores de texto), repitiendo mil veces las cosas para aprenderlas, necesitando subrayar los libros; toda una vida soportando risas y sonrisas de autosuficiencia ante mis equivocaciones. Ocultando que tuve que repetir curso, con unos 8 años, cuando llegué de África a España. Aún recuerdo el primer día de clase, a mitad de curso. Por la edad me metieron en un aula y el profesor dijo «veamos qué sabe el nuevo». En la pizarra había dibujos que luego supe que eran los tres famosos triángulos. Con su regla de madera golpeó el equilátero y preguntó, «¿Qué es?». No entendí las risas cuando con toda naturalidad dije: «Un hombre con las piernas abiertas». Me castigó, y ahí empezó la lucha (muchas veces física) contra las burlas de los compañeros.
Se lo conté a Juan Rosco cuando él me dijo con toda naturalidad que era disléxico. «Antes a los disléxicos nos trataban mal – me explicó –. Se creían que era un defecto, que éramos discapacitados mentales; pero ahora hay corrientes en la educación que aseguran que es un don. No todo el mundo puede ver y pensar con rapidez en imágenes».
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Juan supo encauzar ese don para hacer cosas maravillosas. Él se convirtió en uno de los mejores poetas visuales de España. Además de sus caras en un envase de pastillas, tiene poemas brillantes, como la imagen de 'Postguerra', con una España hecha con garbanzos y un rosario; o sus 'extremeñinos', peones de ajedrez pardos como el color de la tierra, con boinas que son capuchones de bellotas; su abridor de botellas convertido en sirena; su 'Tánatos' en la calavera encontrada en un champiñón; su coca cola en un relicario para ser 'Culto imperial'...
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Me confesó que gracias a su dislexia él y su mujer, Luisa María Téllez, descubrieron en los 80 la basílica visigoda de Alcuéscar. «Íbamos en moto por el campo, vi unas vacas junto a unas piedras, y me di cuenta que esa imagen, la estructura de los muros, eran exactamente igual a un dibujo de una basílica visigoda que había visto en un libro». El matrimonio comunicó el hallazgo a Salvador Andrés Ordax, director del Departamento de Arte de la Universidad de Extremadura, que aseguró que la iglesia de Alcuéscar era para estudiosos de arte visigodo, tan importante como la catedral de León en el arte gótico. Así se pudo recuperar la iglesia Santa Lucía del Trampal, que según estudiosos es una joya que fue construida en torno al año 700, como convento de monjes templarios.
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En el año 2012 Juan Rosco me asombró otra vez, cuando dio la primicia al Diario HOY de otro descubrimiento: un observatorio solar de hace 4.500 años en Los Barruecos. Escogió este lugar para evadirse de problemas y dolencias. A las dos de la tarde cogía algo de comida, normalmente una tortilla, y se iba a pasear por lo que ahora está señalizada y se llama la Ruta de los Sentidos. Se fijó en una gran roca con un agujero que estaba erosionada por dentro. Vio que debajo del agujero había cazoletas y petroglifos. Uno de ellos, el más grande, es una especie de ídolo antropomorfo, una 'Y' invertida, con sexo, y sin brazos. Sobre la cabeza, una cazoleta que puede representar al Sol. Tras dos años de observación, comprobó que en unas épocas del año por el orificio entraba un haz de luz, y que en los equinoccios, el 21 de marzo y 22 de septiembre, la luz iluminaba totalmente el ídolo, tardando una media hora. Algo digno de verse.
Hace unos días, recordando a Juan, fuimos a Los Barruecos a ver el observatorio, y luego estuvimos hablando con José Antonio Agúndez, director del Museo Vostell Malpartida, que igual que nosotros es partidario de hacer un homenaje a Juan Rosco, quizás el siguiente 21 de marzo en su observatorio solar.
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Gracias a Juan no oculto ya mi dislexia, aunque hace unas semanas me ocurrió una cosa que me tiene preocupado. A la hora de comer, un hijo se estaba sirviendo de un guiso marinero de pulpo que yo había cocinado. Le miré y le dije: «Etache sam». Lo repetí con contundencia, extrañándome porque no sabía que decía: «¡Etache sam!».
«¿No te estará dando un ictus?», me preguntó preocupado el hijo al no entender qué le estaba diciendo. Me asusté porque no sabía qué me ocurría. En mi cabeza se repetían las letras y no lo entendí hasta que las escribí. Por primera vez en mi vida había hablando al revés. Lo que había intentado decir era: «Échate más».
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Me fui inmediatamente a ver en internet casos de hablar al revés, por si era algún síntoma de locura o de un tumor cerebral. Me tranquilice algo al ver que era un grado superior de dislexia. No obstante, desde entonces he reducido mis conversaciones con extraños, no vaya a ser que eche una parrafada al revés y me tomen por un endemoniado. A esto, la verdad, no le veo el don por lado alguno.
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