Las siete vidas del convento de las Freylas de Santa Eulalia
De las monjas al CSIC. Fue casa de religiosas, posada, almacén de madera y en breve la nueva sede del Instituto de Arqueología
A. Gilgado
Martes, 25 de junio 2024, 07:40
No hay muchas fuentes históricas sobre las Freylas de Santa Eulalia. Ni Moreno de Vargas ni Mélida prestaron interés por este convento del dieciséis.
Pero escuchando a la investigadora María Ángeles Utrero cuesta entender el desapego al recinto. Estamos ante un edificio interesante, complejo y en transformación continua. Mañana lo explica en el Liceo a las ocho.
Se levantó en 1525. Se adosó a la Basílica de Santa Eulalia en la época de expansión de las órdenes religiosas. Hubo en ese momento tres conventos de monjes (San Francisco, San Andrés y la Antigua) y dos de monjas (Concepcionistas y Freylas).
María Ángeles Utrero explica mañana en el Liceo la investigación sobre la arquitectura previa a la rehabilitación
Y un intento fallido de los franciscanos de levantar otro junto a Santa Eulalia en 1538. Fue el párroco Juan Gonzalo quien dio la voz de alarma porque lo hicieron sin permiso alguno.
En ese contexto religioso y en una ciudad entonces con cuatro puertas principales en la muralla sobre los arrabales (la de la Villa, la del Puente Romano, la de San Salvador y Santo Domingo) llegan las Freylas desde la sierra de Aljucén a la ciudad. Buscaban el amparo y el trasiego de peregrinos de la Mártir.
Desde entonces, reformas continuas. Basta mirar la fachada. Con sillares de granito en la primera planta, ladrillos en la segunda y un mirador por encima. A estos cuatro siglos de transformación permanente ha tratado de poner orden, criterio y marco Ángeles Utrero.
Investigadora del CSIC en la Escuela de Estudios Árabes de Granada se ha especializado en arqueología de la arquitectura. Y ha estudiado con detalle las Freylas. El informe que redacte servirá de guía de consulta a la rehabilitación inminente. Será otra fase más para un recinto que cae en desuso en el dieciocho, se desamortiza con Mendizábal en el diecinueve y pasa a manos de la familia Gragera primero como posada y luego como almacén de maderas ya en el veinte con Serafín Molina. Luego deja de tener uso y en 2007 lo compra el Ayuntamiento de Mérida a los herederos. Se cede al CSIC. Y ahora estamos en la última vida, la séptima por lo menos, para que se convierta en un centro de investigación. «Desde el principio fue creciendo poco a poco», concluye.
Lo último que se hizo, por ejemplo, fue transformar algunos espacios en celdas. «Esto es muy importante porque demuestra que las monjas no se trasladan de inmediato al convento. Pasan probablemente dos décadas hasta que tienen espacios donde vivir». Ve en los cambios a una comunidad que se adapta a los recursos y a los contextos sociales. «No hay un convento de las Freylas, sino hay varios. Y en cada momento de los siglos dieciséis, diecisiete y dieciocho funciona de una manera distinta». La adaptación posterior a la desamortización fue, según ha comprobado, superficial.
Como posada se adaptaron las habitaciones porque se ve en los repintados y luego como almacén industrial se usó principalmente la planta baja. Hay más un reaprovechamiento que una conversión.
No le pasó lo que a otros desamortizados. Pone como ejemplo la investigadora el de un recinto religioso que fue almacén de tabaco. «Nosotros tenemos un edificio histórico y el estudio que hemos hecho ayudará al arquitecto a tomar las decisiones para valorar la conservación, la relevancia de lo que se integra y las necesidades que tiene un centro de investigación».
El reto, augura, es conseguir la convivencia entre el patrimonio histórico en pie y el edificio contemporáneo por alumbrar. «Nosotros damos un estudio, decimos lo que creemos que se debe respetar, pero nuestra labor es más de consultora. Aportamos todo el material que hemos generado, pero el proyecto debe ser consensuado».
Por su visión como arqueóloga de la arquitectura ve un edificio interesante. Complejo, muy grande y con muchas dificultades de observación. «Para nosotros fue un reto y su estudio fue muy gratificante».
María Ángeles Utrero es experta en entender cómo evolucionan las construcciones. Y en este caso, que haya estado olvidado tiene su lectura positiva. No ha estado tampoco maltratado. Pero viendo las siete fases distintas que ha conseguido diferenciar, llama la atención que apenas se haya tenido en cuenta en la historia de la ciudad.
Su relación con Santa Eulalia y la orden de Santiago cuenta muchas etapas de Mérida. Sería interesante saber, por ejemplo, por qué en su día se cerró la puerta lateral –la famosa Puerta de los Perdones– que le unía a la Basílica y dejó de ser iglesia del convento. Muchas incógnitas caben en siete vidas.
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