Venganza a hachazos contra el jefe de policía
CRÓNICA NEGRA DE EXTREMADURA ·
En 1921 en Cabeza del Buey tres serenos encontraron el cuerpo del responsable de la seguridad en una plaza del pueblo y todos los vecinos sospecharon qué familia estaba detrás
La noche del 27 de febrero de 1921 los tres serenos de Cabeza del Buey patrullaban las calles. Escucharon unos gritos, los siguieron y los tres terminaron en una plaza en la que encontraron al jefe de la Policía Local muerto con más de diez hachazos en su cuerpo. Casi dos años después, y tras un proceso judicial complicado, se concluyó que la causa del ataque fue una venganza.
Esa tarde el jefe de la policía, Gregorio A., fue al cine con sus dos hijas. Al salir, según contó una de las niñas, un hombre se le acercó y le dijo que debía ir a hablar con el capataz responsable de las obras que se estaban llevando a cabo en una carretera cercana. El agente mandó a las pequeñas que volvieran a casa solas y se marchó a cumplir el recado.
La persona que lo interceptó, Julián G. H., no lo llevó con el capataz. Cuando llegaron al cruce de las calles Moral y de la Sierra, le esperaban otros dos hombres. Eran un padre y su hijo, Blas S. H. y Paulo S. S., que a su vez eran el tío y el primo de Julián.
Tras sorprender al jefe de policía, Paulo le sujetó por la espalda y Blas le dio el primer hachazo. Le alcanzó en la mandíbula y te tiró al suelo. Gregorio llevaba su uniforme, incluida la pistola y el espadín. Lo desarmaron y Paulo uso el arma blanca para acuchillarlo mientras su padre continuaba con los hachazos. El informe de la autopsia reveló que la herida de hacha en la cabeza, con pérdida de masa encefálica, fue la mortal, pero los dos hombres siguieron atacando el cadáver.
Fueron detenidos en breve. Los serenos solo vieron a alguien que huía de la escena del crimen, pero los testimonios enseguida apuntaron a la familia implicada, conocidos como 'los Borondo' y con mala fama en la localidad.
Uno de los testigos aseguró haber visto a uno de los homicidas y que este le gritó: «Si preguntan quién lo ha matado, digan que un hermano de Pedro S.». En este testimonio no solo había una pista de los autores, sino la causa. Año y medio antes de este suceso se había producido otra muerte en Cabeza del Buey. Hubo una reyerta en la que estuvieron implicados los hermanos Paulo y Pedro. El jefe de la policía intervino y fue golpeado. Cuando estaba en el suelo, sacó su arma, disparó y abatió a Pedro. Hubo un juicio y fue absuelto, mientras que Paulo entró en prisión por agredir a la autoridad.
Tras el asesinato del agente, el padre, Blas, fue localizado en su domicilio, donde también se escondía el sobrino, Julián. Paulo, sin embargo, huyó, pero finalmente fue detenido. Se había refugiado en una fábrica de harina cercana.
En principio el padre acusó al hijo de ser el único responsable, pero un año después, en el juicio, la versión dio la vuelta y fue Blas quien se autoinculpó y dijo que era el único implicado. También mantuvo que mató a Gregorio en defensa propia. Que se lo encontró cuando volvía de trabajar, llevando el hacha, y que el policía fue a sacar la pistola y reaccionó para salvar su vida.
La Fiscalía rechazó estos testimonios y pidió tres penas de muerte para los acusados. En el proceso la viuda declaró que esa noche «no hubo una muerte. Fueron tres». Explicó que el fallecimiento de su marido había afectado mucho a sus hijas.
La sentencia no llegó rápido. Una serie de peripecias provocaron que el proceso se alargase celebrando dos intentos de juicio hasta que finalmente culminó el tercero con una resolución.
Tres juicios
El primero fue suspendido por que no comparecieron los peritos. El segundo, en julio de 1922, fue un esperpento con testigos que tampoco acudieron o un jurado que enfermó durante las declaraciones. Terminó con tal bronca entre la Fiscalía y la defensa que fue suspendido por un ataque de nervios sufrido por un abogado.
El primer incidente fue poco después de arrancar el proceso. Declaraba uno de los procesados y uno de los miembros del jurado pidió salir de la sala. El tribunal le dijo que no era posible, pero indicó que se encontraba enfermo. Un médico acudió a la audiencia y diagnosticó que tenía una hernia estrangulada y las pulsaciones a más de 125 por minuto, por lo que fue trasladado al hospital. Un sustituto ocupó su lugar.
Además, faltaron varios testigos, pero lo más llamativo fue que no se presentaron los forenses para analizar sus conclusiones. Ante esta situación, la Fiscalía propuso leer el informe y la defensa suspender el juicio. El tribunal decidió seguir adelante. Poco después, ambas partes volvieron a enzarzarse, esta vez por una carta que quiso presentar el abogado defensor. Un escrito de varios vecinos de Cabeza del Buey apoyaban a los procesados. El fiscal insinuó que las firmas de la carta no estaban autentificadas y el letrado contrario estalló exigiendo un juicio «por insidias».
Finalmente hubo un receso y, cuando debía continuar el proceso, un ayudante informó que el abogado defensor había sufrido una crisis de ansiedad y no podía continuar. El juicio surrealista fue suspendido.
El tercer y definitivo proceso se celebró los días 13 y 14 de diciembre de 1922. Hasta la prensa bromeó con los vaivenes del proceso. El periodista de El Correo de la Mañana recordó los incidentes anteriores y añadió que esperaba que este terminase. «Ya veremos, hasta el final nadie es dichoso», apuntilló el cronista.
Finalmente llegó la sentencia. El padre y el hijo fueron condenados a cadena perpetua, pero el jurado popular no consideró probada la complicidad del sobrino y lo absolvió.
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