«Esos hijos no son míos y vas a morir esta tarde»
En Alconera en 1893 los celos de un marido culminaron en una agresión a su mujer en un lavadero y en una promesa sobre el destino de ella
En 1893 las mujeres de Alconera solían reunirse a primera hora de la mañana y de la tarde en un lavadero que había en una huerta a las afueras del pueblo. Algunas limpiaban las prendas de su familia y otras las de los vecinos adinerados para conseguir algunos ingresos. Este último era el caso de Carmen, una mujer con tres hijos que estaba separada de su marido. El 21 de julio de 1893, su esposo se presentó por la mañana mientras lavaba, la acusó de que los niños no eran suyos y le prometió que esa misma tarde estaría muerta. Lo cumplió.
Carmen se casó con Ecequiel (sic) en 1878 y residían en Atalaya, donde tuvieron tres hijos. Las cosas se torcieron en el matrimonio por las «liberalidades» de su mujer según él, y según ella porque él bebía en exceso. Una de las discusiones más repetidas era sobre la paternidad de los niños, que Ecequiel ponía en duda. En esa época, y sin poder comprobarlo de ninguna manera, se trataba de una acusación muy grave que ponía en peligro a Carmen y suponía un desafío para el concepto de hombría, al que se daba mucha importancia.
En 1892, se separaron y Carmen se fue a vivir con sus hijos a Alconera, aunque Ecequiel solía visitar la localidad y continuaban los conflictos entre ambos.
Llegó el 21 de julio de 1893. Ella llegó de las primeras al lavadero, a las siete de la mañana, y estaba trabajando junto a las otras mujeres cuando su marido, muy borracho, se presentó pasadas las nueve de la mañana. Ecequiel la insultó, volvió a reprocharle las dudas sobre sus hijos, especialmente sobre uno de ellos que no debía parecerse al padre. Luego la cogió por el pelo y la arrastró. Las otras mujeres se interpusieron para protegerla y su marido tuvo que soltarla, pero antes de marcharse hizo una promesa: esa tarde estaría muerta.
El ataque
Carmen terminó su colada y tendió la ropa en el lavadero, luego se fue a casa a atender otras labores. Volvió a las cuatro de la tarde a recoger las prendas con otras conocidas, las dobló, las colocó en su cesto y se dispuso a volver a Alconera. Le comentó a una de sus amigas que estaba algo preocupada por si se cruzaban con Ecequiel y este aprovechaba la situación para romperle la ropa que transportaba.
Su predicción estaba muy lejos de la realidad. En efecto su marido la estaba esperando, escondido detrás de unos matorrales a la entrada del pueblo, y lo que es peor, acompañado de uno de los hijos pequeños de la pareja, al que había ido a buscar.
Cuando Carmen llegó a su altura, la atacó. Le clavó su navaja en la cara y en el vientre. Ella sobrevivió a las heridas y llegó a recibir atención médica, pero solo alargó su agonía. Falleció la mañana del día siguiente. Su marido se entregó y confesó.
El juicio se celebró en la Audiencia Provincial de Badajoz en abril de 1894 y la sala se llenó de público porque los vecinos sabían que podría ser una causa que terminase con una ejecución.
Así lo quería el fiscal. El Ministerio Público consideraba los actos de Ecequiel un delito de asesinato con los agravantes de premeditación, ya que anunció sus intenciones, y de acometer el hecho en una zona despoblada, pues buscó un punto apartado donde no podrían interrumpirle. Su abogado defensor argumentaba sin embargo que se trataba de un delito cometido en un momento de locura, lo que se consideraba un eximente. Pedía por tanto la libertad del procesado.
Ecequiel fue el primero en testificar en un proceso que se celebró con un jurado popular. Lloró durante todo su testimonio, según destacan los periódicos de la época.
El procesado alegó que su mujer le echaba a la calle, le arañaba y le pegaba habitualmente. Que era ella la que le hacía daño poniendo en duda de quién eran los niños y que su única salida era la bebida, que se embriagaba «por desesperación». Este vecino contó que incluso el alcalde de Alconera intervino para pedirle que cesasen las disputas en la pareja y que él bebiese menos.
El entonces presunto asesino alegó que cuando esperaba a su mujer a la entrada del pueblo, ella lo vio y lo insultó y que él perdió el control.
Contradicciones
Los testimonios de las mujeres que iban a lavar la ropa con Carmen pintaron sin embargo un cuadro muy distinto. Aseguraron que se trataba de una buena mujer, muy trabajadora, que buscaba tener dinero para sus hijos porque su marido no la ayudaba económicamente.
Contaron que en el incidente de la mañana, en el lavadero, temieron que la matase pero lograron pararle, pero que por la tarde fue muy rápido y no pudieron defenderla. También negaron que ella le insultase antes de ser atacada. Hasta cuatro mujeres, testigos de la agresión mortal, dijeron que no mediaron palabra antes de que Carmen recibiese las dos puñaladas.
Los médicos forenses solo pudieron indicar que la herida de la cara de la víctima podría haber sanado, pero que el corte en el vientre era mortal y nada se pudo hacer. La defensa, por su parte, llevó un perito experto, otro doctor. Este defendió que el exceso de bebida, como era el caso del procesado, provocaba imbecilidad.
Tras los testimonio el Ministerio Público dio sus conclusiones. El fiscal añadió un agravante más a su petición, indicó que había alevosía y mantuvo su petición de pena de muerte. El periódico 'La Región Extremeña' destacó que había terminado su alegato con una frase muy dramática, pidieron a los jurados que no le dejasen solo en la administración de la justicia y culminando con: «¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!».
El abogado defensor pidió la libertad por el eximente de locura y, sino, que se tuviesen en cuenta los atenuantes de embriaguez y obcecación.
El jurado tardó dos horas en dar un veredicto de culpabilidad, aunque no aceptó ni agravantes ni atenuantes. Era algo común en la época aunque castigasen el asesinato, pero sin agravantes se evitaba la pena de muerte. Fue condenado a cadena perpetua y los periódicos alabaron la decisión de los jurados por evitar «que se colocase un patíbulo en Alconera».
La 'Hoja de El Orden' fue más allá y concluyó el juicio con una reflexión poética sobre el caso. «El fallo inexorable de la Ley cayó sobre Ecequiel, sacando de la Sociedad, por tiempo indefinido, al que, víctima de las pasiones que al hombre atacan, mató a la amable compañera que debía compartir con el las delicias del hogar y las luchas de la vida».
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