Una caña con punta contra una barra de hierro
En Badajoz en 1977 un crimen en una casa okupada de la plaza Alta causó gran indignación en la ciudad y afectó a un personaje muy conocido
En los años 70 en Badajoz había un embarcadero por el que a diario pasaban muchos pacenses. Se alquilaban barcas, se iba a pescar y era una zona de encuentro de los vecinos. Un personaje conocido era Rosendo, un hombre humilde que recogía lombrices y las vendía como cebo. Un día sus clientes no lo vieron en su sitio habitual. Fue detenido por un asesinato.
En esa misma época la plaza Alta, uno de los sitios emblemáticos de Badajoz, estaba prácticamente abandonada, llena de edificios vacíos. En uno de ellos vivían indigentes, entre ellos Rosendo, que tenía 66 años. Los vecinos de la zona habían advertido en muchas ocasiones que se producían peleas y agresiones y temían una desgracia. Finalmente ocurrió.
Uno de los hombres que malvivía en la casa ruinosa con Rosendo era un joven de 34 años al que llamaban en la zona 'el Julián'. El primero tenía varios antecedentes por robo y hurto y el segundo se había separado de su mujer, a la que maltrataba, según publicó la prensa.
La relación entre ambos era mala. Los vecinos los escucharon discutir en muchas ocasiones, normalmente porque el joven le quitaba al mayor el dinero que había conseguido vendiendo lombrices en el embarcadero.
'El Julián' usaba, según los testigos, una caña con punta para atormentar a su compañero de vivienda, la misma herramienta que su víctima utilizaba para buscar gusanos. Así pasaron meses, por las tardes iban juntos a los bares de la zona y por las noches se repetían las agresiones y los enfrentamientos. Rosendo se lamentaba ante sus vecinos de que el joven «le hacía la vida imposible».
El jueves 27 de abril de 1977 la pauta se repitió una vez más. Rosendo paso el día vendiendo lombrices en el embarcadero. Cuando se marcharon los pescadores, él se fue para el Casco Antiguo. Visitó algunos bares con Julián, pero se fue a la casa solo. Se echó a dormir.
El día del crimen
A Rosendo lo despertó su compañero de casa a golpes. Le pinchaba con la caña y le exigía el dinero. El vendedor de cebo se resistió, pero finalmente cedió a la agresión y le dio a su compañero de casa lo que había recaudado ese día.
Sin embargo esa noche Rosendo decidió que ya bastaba y se marchó a interponer una denuncia por robo ante la policía. Así lo hizo y volvió a la plaza Alta a las once de la noche para descansar. Cuando entró en su cuarto, se encontró a Julián durmiendo en su casa. Estalló.
Rosendo le exigió al joven que se levantase de su cama y se marchase. Julián cogió la caña y volvió a golpear a su compañero. Decidió defenderse, cogió una barra de hierro que solía utilizar para asegurar la habitación por dentro. Era una pieza de un metro de largo y cuatro centímetros de ancho y le golpeó.
Julián huyó por el pasillo, pero el vendedor de cebo le persiguió y le golpeó de nuevo. Cuando cayó al suelo, Rosendo le pegó de nuevo con la barra en la cabeza hasta aplastarla. La víctima perdió masa encefálica, así que su atacante supo que había muerto en el acto.
Tras el crimen, Rosendo abandonó la casa, subió a la Alcazaba y durmió entre las ruinas. Entonces los pacenses conocían el recinto árabe como «el castillo». Por la mañana, bajó de nuevo a la plaza Alta, pero no se atrevía a entrar en la casa.
Una vecina de la zona se dio cuenta de que le ocurría algo raro y se acercó a él, le preguntó si ese día no iba a vender al embarcadero. Finalmente Rosendo se derrumbó y confesó que había matado a Julián porque le trataba muy mal y no podía más.
Varios vecinos de la plaza Alta entraron en la casa abandonada y encontraron el cuerpo. Luego comenzó una discusión sobre cómo obrar, pero finalmente intervino el Jerezano, un conocido vecino del Casco Antiguo que convenció a Rosendo de que se entregase. Juntos fueron hasta la comisaría donde confesó el crimen y quedó detenido.
Al lugar del suceso acudió la Policía Municipal y los inspectores de la Policía Armada, así como el juez. Al día siguiente de los hechos se llevó a cabo una reconstrucción en la que Rosendo, obediente, dio todos los detalles, incluso a los vecinos, curiosos y periodistas que estaban por la zona.
Alarma vecinal
La calma del asesino al confesar no reflejaba el sentir general en la ciudad. El crimen de la plaza Alta, como lo apodó la prensa, indignó a los pacenses porque había advertencias de que algo grave podía ocurrir en las casas deshabitadas del Casco Antiguo.
«Este crimen fue ayer la noticia del día en Badajoz, centro de los comentarios de los pacenses y, en especial de los moradores de la plaza Alta, que se suponían que un hecho así tendría que producirse algún día en esa casa, utilizada por personas sin profesión y dedicadas en su mayoría a vivir de los vienes ajenos», publicó HOY al día siguiente del suceso.
La mayor parte de la plaza Alta estaba abandonada y la Alcazaba era un refugio para el consumo de drogas. La calle Encarnación, muy cercana, era una vía conocida por las tabernas y los prostíbulos.
El juicio se celebró en octubre de 1977. El fiscal pidió por un delito de homicidio la pena de doce años y un día de reclusión menor y una indemnización de 400.000 pesetas (2.400 euros) para los herederos de la víctima. El abogado defensor esgrimió que el procesado actuó en estado de embriaguez y después de recibir sucesivas agresiones del fallecido.
El tribunal, finalmente, consideró a Rosendo como autor de un delito de homicidio simple. Admitió el atenuante de impulso de fuertes estímulos que ofuscaron su mente y el agravante de tener antecedentes (dos delitos de robo y uno de hurto).
La sentencia, sin embargo, no consideró probada la atenuante de embriaguez porque el acusado solía beber y tampoco aceptó que estuviese arrepentido, ya que solo se entregó cuando los vecinos lo coaccionaron para ir a la policía. Además durante el juicio justificó su acción por el maltrato al que le sometía su compañero de casa.
Por tanto Rosendo fue condenado a doce años y un día por su crimen y los pacenses no volvieron a encontrarse con este anciano vendiendo lombrices en el embarcadero.
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