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Crónica negra

Los interrogantes que sobrevuelan el 'crimen de la catana' 25 años después

El parricida confeso de Murcia, que estrenó la Ley del Menor, asegura ser un adulto rehabilitado tras matar a su familia en una adolescencia difícil

Raúl Hernández y A. Negre

Domingo, 12 de octubre 2025, 07:08

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Aquel sábado 1 de abril del 2000, el periodista Alfonso Torices se acercó a la redacción de LA VERDAD para descolgar el teléfono y hacer una 'ronda de sucesos' con intención de comprobar si la noche había sido tranquila. «En cuanto llamé a la Policía me dijeron que debía salir corriendo para Santiago El Mayor porque había pasado algo terrible», rememora. Un piso de la Calle Santa Rosa, en el barrio murciano, se convirtió esa primavera en el escenario de un truculento asesinato, el 'crimen de la catana', que puso a prueba la recién estrenada Ley del Menor y que ahora cumple un cuarto de siglo. El adolescente José Rabadán, con 16 años, mató a sablazos a sus padres y a su hermana, de 9 años, con síndrome de Down. «Nadie recordaba un crimen semejante en la Región desde el de los novilleros de Cieza».

El sorpresivo estallido de violencia de este joven cobró forma de madrugada, mientras su familia dormía, en un piso de un humilde enjambre de viviendas en el extrarradio de la capital. Según su propia declaración tomada poco después de ser detenido, antes de acostarse, cogió la catana, la sacó de la funda y metió la espada consigo en la cama. Se acostó con la hoja junto a su cuerpo. Estuvo despierto toda la noche pensando «en qué haría yo si mi familia no existiera, en la forma de vida que llevaría», tal y como confesó a los policías. A las seis y media se levantó. No llevaba la espada. Se asomó al pasillo. Comprobó que su padre dormía y esperó a que hubiera más luz. A las ocho de la mañana pensó que la claridad era suficiente y se levantó de la cama. Cruzó el pasillo en silencio. Empujó la puerta del dormitorio de su padre, Rafael Rabadán, de 51 años, y se acercó a la cama. Cogió la espada con las dos manos y se la puso sobre la cabeza. Hizo varios amagos sobre el punto en el que iba a golpear, la levantó y le asestó el primer catanazo.

El primer golpe, seco, le alcanzó en el cuello. El progenitor se llevó la mano derecha a la cabeza y al golpearle por segunda vez le cortó un dedo. Después vinieron dos sablazos más, todos dirigidos al cráneo y a la parte superior del tronco. Dos de ellos fueron mortales. Uno seccionó parcialmente la arteria carótida; el otro le fracturó la base del cráneo.

La policía acordona la entrada de la vivienda. R.C.

Rabadán salió del cuarto con la espada en la mano. En el pasillo, la madre, Mercedes Pardo, ama de casa de 50 años, había oído el ruido y se incorporó. Apenas tuvo tiempo de reaccionar. Cuando entró en su dormitorio, ella trató de cubrirse con los brazos, pero el ataque fue inminente. La catana cayó una y otra vez sobre el rostro, el pecho y los brazos, produciéndole heridas incisas múltiples. Solo quedaba su hermana, María. La niña estaba despierta, sentada en la cama, con los ojos abiertos. «Fui hacia ella y le lancé un espadazo, en la cabeza. Después del golpe quedó tumbada en la cama y le di varios golpes más en la cabeza. Como yo pensé que la espada se había roto, fui a mi cuarto. Cogí un machete y volví al cuarto de mi hermana. Se lo clavé varias veces en la cabeza, creo que por la cara. Después le clavé el machete a mi madre una o dos veces más por la espalda». El informe forense contabilizó más de setenta cortes en los tres cuerpos.

Las autoridades judiciales recogen los cuerpos. R.C.

El excomisario Alfonso Navarro, que fue quien le tomo esa primera declaración y dirigió desde la Policía Nacional la investigación por el parricidio, aún no ha borrado de su mente el impacto que le produjo atravesar la puerta de la casa familiar. «La escena fue terrible. El padre recibió tantos golpes que la catana llegó a partirse, y encontramos un trozo incrustado detrás de un armario», recuerda. «La madre estaba en su habitación y la hermana en el baño. Había sangre por toda la casa, hasta en el techo. Fue un crimen con un exceso de violencia brutal».

«Muchos lo vieron como un acto de maldad deliberada. Yo consideré inmediatamente que había una alteración mental»

Pedro López Graña

Abogado defensor del autor confeso del crimen

Dos días después del dantesco crimen, el adolescente fue detenido en la estación de trenes de Alicante gracias a que una quiosquera de la zona identificó al joven a través de la fotografía publicada en exclusiva por LA VERDAD. «Él era un chaval bastante desorientado (...) Quería ser libre y sabía que sus padres no se lo iban a permitir», concluye Torices. Este veterano periodista, que durante más de una década escribió en las páginas de este diario, echó esas semanas más horas que un reloj escarbando en los entresijos de un caso que había despertado la curiosidad a nivel mundial y estaba blindado bajo llave. Su pericia le permitió tener acceso en primicia a la primera declaración que el menor prestó ante el juez instructor en la que reconoció que había cometido el crimen porque quería estar solo en el mundo. «Recuerdo esa declaración como si fuera ayer», recalca.

Titulares del periódico

‘La Verdad’ sobre el crimen

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‘La Verdad’ sobre el crimen

Titulares del periódico

‘La Verdad’ sobre el crimen

Titulares del periódico

‘La Verdad’ sobre el crimen

Jubilado en 2022, tras más de 42 años de servicio, el excomisario Navarro también rememora con claridad aquella primavera del 2000. «La presión mediática en este caso fue muy alta, porque desde Madrid llamaban a todas horas», reconoce. «Eso no nos afectó en la eficacia de la investigación, pero sí se notó en algunos momentos, como cuando trajimos al detenido a la Jefatura, porque había una manifestación de gente en la puerta y fue complicado sacarlo y meterlo dentro».

«Él era un chaval bastante desorientado (...) Quería ser libre y sabía que sus padres no se lo iban a permitir»

Alfonso Torices

Periodista

El abogado Pedro López Graña, que se encargó de la defensa de Rabadán, incide en el impacto que generó el caso y la presión mediática que tuvieron que afrontar. «El proceso se convirtió en un espectáculo», recalca. «Cualquier detalle del crimen o de los hechos posteriores tenían un extremo interés, tanto para los medios, como para los ciudadanos. Interesó mucho más el morbo que el contexto o la verdad».

José Rabadán en el momento de la detención. EFE

El letrado, que recibió numerosas críticas por asumir la defensa del parricida, incide en que el crimen «muchos lo vieron como un acto de maldad deliberada. Yo consideré inmediatamente que había una alteración mental. Muchos veían a un psicópata. Yo mismo esperaba ver los ojos 'vacíos' de un psicópata. Pero cuando nos encontramos por primera vez, le di el pésame. Se emocionó. Aquella no fue una respuesta psicopática».

El excomisario Navarro fue otro de los profesionales que mantuvo un contacto más estrecho con el adolescente en las semanas posteriores al crimen y su opinión es radicalmente distinta. «Era un chaval frío, muy frío. Otros detenidos, en situaciones extremas, sufren lagunas de memoria. Él no. Relataba cada detalle sin alterarse», rememora el especialista. «Pensaba que matando a sus padres quedaba libre, que podía irse a otra ciudad y empezar de cero. Incluso me dijo, cuando entrábamos a Murcia desde Alicante, viendo la ciudad: 'Pensé que nunca volvería aquí, que esto ya se había acabado'».

Un polémico juicio

Rabadán, a sus 16 años, ingresó en la cárcel de adultos, pero el 13 de enero de 2001 salió en libertad al entrar en vigor la nueva Ley del Menor, que impedía encarcelar a menores de 18 años. López Graña explica que defendió «desde el principio que se aplicasen anticipadamente los criterios de la nueva normativa, pero finalmente tuvimos que esperar al 13 de enero de 2001».

Esa salida de prisión del parricida confeso fue impactante. «El cambio fue radical (...) El muchacho pasó de la cárcel, a la libertad. No era la mejor solución. Todo esto obligó a hacer uso de la 'creatividad' jurídica. Y todo el 'maremágnum' legal se mezcló con decisiones dispares y contradictorias de unos y otros».

José Rabadán entrando en el furgón policial. R.C.

La entonces magistrada Ascensión Martín, que se jubiló el pasado año tras más de 36 años de ejercicio, recuerda el enjuiciamiento de este adolescente como uno de los retos de su carrera. «Fue una situación muy complicada jurídicamente porque este señor tenía 16 años, todavía no había entrado en vigor la Ley Orgánica 5/2000 -la actual Ley del Menor- y estuvo preso preventivo en la cárcel de los adultos». La exmagistrada explica que el 'impasse' en que se produjo el triple crimen –entre una ley y otra– se unió al enorme revuelo social que este caso despertó. Un eco en las calles que, reconoce la jueza, «era muy lógico porque era un triple asesinato de un chico de 16 años a toda su familia. Eso normalmente causa estupor e indignación en la sociedad porque no se entiende».

Transcurrido el tiempo, la magistrada Martín aún no acierta a encontrar una razón al cruento crimen a manos de un adolescente aparentemente normal. «Yo no sé si él entendió o no entendió lo que había hecho, pero la sensación de los equipos técnicos que lo evaluaron con posterioridad a la condena es que no tenía arrepentimiento».

El 1 de junio de 2001, Rabadán fue condenado a ocho años de internamiento y dos de libertad vigilada por el triple crimen, al contemplarse una eximente incompleta de enajenación mental.

Acabaría cumpliendo siete años, nueve meses y un día de encierro, que le llevaron hasta Santander, donde terminó su periodo de reinserción en una casa de Cantabria gestionada por la asociación evangélica Nueva Vida.

En 2017, en un documental de la productora Dmax, el joven, ya con 33 años, aseguraba estar «rehabilitado».

Una rehabilitación en entredicho

El abogado López Graña insiste en que, desde el primer momento, buscó una sentencia que permitiera la rehabilitación del joven. «Era también importante para que la sociedad no tuviera años después un criminal en la calle», subraya. «Teniendo en cuenta el resultado, después de los años, creo que se cumplió el objetivo y fue acertado lo que entonces hicimos». Una conclusión que el excomisario Navarro no comparte.

«Era un chaval frío, muy frío. Recordaba todo con una precisión tremenda. Relataba cada detalle sin alterarse»

Alfonso Navarro

Excomisario de la Policía Nacional encargado del caso

«Fue el peor crimen de la Región en la historia reciente. No había un motivo, no había un conflicto familiar profundo. Solo la idea absurda de querer empezar una nueva vida. Y lo hizo con una frialdad absoluta», subraya. «Para mí, una persona así no se rehabilita. Podrá disimular, pero la personalidad de fondo no cambia».

El caso de Rabadán fue, en todo caso, el pistoletazo de salida de una Ley del Menor que cumple ya un cuarto de siglo.

«No sé si él entendió o no lo que había hecho, pero la sensación de los equipos técnicos que lo evaluaron es que no tenía arrepentimiento»

Ascensión Martín

Exmagistrada que dictó la sentencia a Rabadán

La exmagistrada considera que «ha sido una ley buena, que ha generado cierta seguridad jurídica por cuanto se ha aplicado con éxito», pero reconoce que precisa una puesta a punto. «Quizás necesita una incorporación de otros elementos que ya estamos estudiando, como la evaluación a través de inteligencia artificial».

Del cuarto ensangrentado a la calma del norte

La cámara se abre sobre una escena doméstica. Unos pies pequeños pisan la hierba húmeda, una niña que corre hacia sus padres. La imagen podría pertenecer a cualquier hogar del norte, pero detrás del plano hay una historia que sigue estremeciendo. Ese hombre, de gesto sereno y tatuajes discretos, José Rabadán, fue el adolescente que hace un cuarto de siglo mató a su familia con una catana en una casa del barrio murciano de Santiago el Mayor.

Hoy vive en Cantabria, casado con Tania, la hija del pastor evangélico que le acogió durante los últimos años de condena. Tienen una hija, de la que él dice que es «un desafío grande». Rabadán afirmó que trabajaba como bróker financiero, llevaba una vida aparentemente ordenada, invisible, sostenida sobre la rutina de quien sabe que la redención, si existe, se gana en silencio.

En el documental 'Yo fui un asesino', emitido por DMAX, se mostró ante la cámara con el pelo corto, barba de varios días, el cuerpo trabajado, la mirada inerte. «Soy consciente de que muchos seguirán pensando que soy un monstruo», dice, y su voz suena contenida, casi técnica. Habla sin gestos y no dramatiza. «A mí me llevó el abrir una puerta que no tenía que haber abierto… acercarme al satanismo y la maldad». Lo dice sin elevar el tono, como quien recita una lección aprendida.

Su esposa, que apenas aparece unos segundos en pantalla, le responde desde el fuera de campo: «Era su pasado, y como tal teníamos que cargar con él… pero no tuve miedo». Ella tenía quince años cuando lo conoció, él veintiuno. Lo conoció en la comunidad evangelista donde él buscaba refugio y se quedó. «Me transmitía confianza, veía un cambio», añade, con una voz cargada de fe.

Rabadán insiste en su transformación. Se apoya en la religión, en la paternidad, en un discurso de autoconciencia: «Si era un psicópata, mis hechos hoy demuestran que no lo soy». Su vida actual, aparentemente ordenada y discreta, parece diseñada para sostener esa afirmación. Pero la sombra del pasado sigue siendo larga. En su tono hay una calma que a veces suena a vacío, como si la culpa fuese ya un hábito.

Javier Urra, el psicólogo que le entrevistó en el documental, dijo de él: «Lleva veinticinco años reinsertado. No reincidió. Espero que ahora sea un buen padre». El tiempo, sin embargo, no borra, solo endurece las huellas y en este caso, el 'crimen de la catana', ha quedado grabado como una de las peores atrocidades de la historia negra de España.

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