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¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?
Batalla de La Albuera. En detalle, retrato de Álvaro Gómez Becerra. EDUARDO BALACA

Gómez Becerra, el héroe que casi muere dos veces por Cáceres

Desde la moto de papel ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

Domingo, 24 de octubre 2021, 07:45

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Al llegar a la Redacción por la mañana, tras los saludos y fichar, la siempre sonriente compañera María José Torrejón me dijo:

–Oye, Sergio. A las nueve de la noche de ayer llamó un suscriptor, quejándose de que no digamos nada de quién era Gómez Becerra. Recalcó que era un personaje muy importante, y que podíamos hablar de él ahora que su calle es peatonal. No sé, quizás podías escribir algo sobre quién era; además el otro día sacaste la casa de cuento que había en esa calle...

–¡Claro que sí! A los suscriptores hay que tratarles como a oro en paño. Yo ayudo a mi amigo el Juntaletras –dijo Manuel Caridad dándome una cariñosa palmada en la espalda.

Quizá te extrañe la simpatía conmigo del cascarrabias Caridad; pero lo cierto es que lo que nos ha pasado con el nieto de Sanjosé nos ha unido mucho. Fue muy fuerte. No sé si contarlo...

En los tiempos libres nos metimos a indagar sobre Álvaro Gómez Becerra, y la verdad es que cuanto más sabíamos sobre él más nos asombraba.

Resulta que nació en Cáceres el 26 de diciembre de 1771. En Salamanca estudió Derecho, y en 1796, con 25 años, empezó a ejercer la abogacía en su localidad, con éxito.

En 1808 comenzó la Guerra de Independencia, y en marzo de 1809, con 37 años, Gómez Becerra fue nombrado corregidor de Cáceres. El compañero Caridad cogió el libro de Publio Hurtado 'Recuerdos cacereños del siglo XIX', y fue encontrando detalles interesantes.

–Aquí dice que en esa época de guerra los cacereños pudieron librarse de muchas penas, gracias a Gómez Becerra y al conde de Torre-Arias, al adinerado Pedro Cayetano Golfín, dueño del Palacio de los Golfines de Abajo, en donde se alojaban los jefes militares franceses. Las tropas francesas, inglesas y españolas exigían comida, y cuando los cacereños no podían dar nada lo daba el conde de Torre-Arias. Gómez Becerra demostró ser muy astuto.

–¿Era listo? –le pregunté.

–Mucho. En 1809 los franceses hicieron de las suyas en esta villa y dejaron a un centinela en la falda de La Montaña. Este hombre se agarró tal borrachera que quedó sin sentido. Le cogieron prisionero y en Cáceres se habló de matarle; pero lo impidió el corregidor. Le dejó en libertad con un sobre cerrado para entregar al mariscal Víctor, en donde explicaba que pudiendo matar a quien le entregaba el sobre no lo habían hecho por ser los cacereños personas de paz. El mariscal se hizo amigo de Gómez Becerra, que unos meses después se libró dos veces de ser fusilado.

–¿Cómo fue eso?

–En 1810 el mariscal Soult tenía su cuartel en Torremocha y mandó al jefe de uno de sus escuadrones, a Mr. Thuró, a coger en Cáceres víveres y dinero. Nuestro corregidor dijo que aquí no había nada, y siguió diciéndolo aún cuando estaba con los ojos vendados ante un pelotón de fusilamiento. Mr. Thuro se fue, dejándolo por imposible; pero a los pocos días vino el propio Soult y le exigió al corregidor provisiones y 600.000 reales. Gómez Becerra siguió en sus trece y el mariscal le dio seis horas para tener lo que pedía o lo mataba. Lo impidió Pedro Cayetano Golfín, que fue de su casa de campo de Los Arenales a su palacio de los Golfines de Abajo, en donde estaba el mariscal. Le dijo a Soult que el corregidor no mentía, que no había nada, pero que se podía llevar una vajilla de plata suya, que valía dos millones de reales, a cambio de la vida de Gómez Becerra.

–¿Y se llevó la vajilla?

–No –dijo Manuel Caridad–. El conde tranquilizó a Soult dándole un sopicaldo y vino. El mariscal afirmó entonces que no mataría al corregidor, y que solo se llevaría la hermosa taza de plata cincelada en la que le sirvieron el sopicaldo, para regalársela a Napoleón.

Pasamos unos días entretenidos encontrando cosas sobre la Guerra de Independencia en Extremadura. Supimos de la batalla de Medellín del 28 de marzo de 1809, en la que participaron 40.000 hombres, una victoria del mariscal Víctor y un fiasco para España que perdió 10.000 hombres. Conocimos de la batalla de Badajoz en 1811, en donde murió el general Menacho. Estudiamos dos importantes batallas en las que perdieron los franceses, y que se recrean cada año: la batalla de La Albuera del 16 de mayo de 1811, en la que perdió Soult; y la batalla de Arroyomolinos, que perdió el general Girard, en la que hicimos 1.400 prisioneros. Esta batalla fue el 28 de octubre de 1811, el próximo jueves hará 210 años.

Bueno, voy a contar lo que tanto nos une ahora a Caridad y a mí. Apremiados por el difunto Sanjosé decidimos hablar con el nieto y convencerle por las buenas de la necesidad de desintoxicarse de la heroína. Estudiamos cuándo abordarle, y decidimos hacerlo por la mañana, cuando se suponía que aún no se había metido nada extraño en el cuerpo. Sabíamos que estaba en una casa okupa de la Ribera del Marco y el sábado, desde las nueve de la mañana, nos apostamos en el Arco del Cristo, pensando que sin duda tenía que pasar por ahí para ir a ver a sus 'amigos' de la Plaza de Santiago.

No le vimos ni a las nueve, ni a las diez, ni a las once... Fue pasada la una de la tarde cuando le vimos subir. Nos escondimos, y cuando estaba debajo del Arco aparecimos: «¡Hombre! Aquí está el bujarrón –dijo señalando a Caridad–, con otro panoli –sentenció dedicándome una sonrisa desdentada».

El mariscal Soult casi fusila al corregidor. Representación de la batalla de La Albuera y El general Girard. RUDDER / S.E.
Imagen principal - El mariscal Soult casi fusila al corregidor. Representación de la batalla de La Albuera y El general Girard.
Imagen secundaria 1 - El mariscal Soult casi fusila al corregidor. Representación de la batalla de La Albuera y El general Girard.
Imagen secundaria 2 - El mariscal Soult casi fusila al corregidor. Representación de la batalla de La Albuera y El general Girard.

Lo que vino después fue rápido. Yo vi que metió la mano derecha en un bolsillo. Intenté que no sacara la mano, al pensar que saldría acompañada de una navaja. Él se zafó, sacó la mano y al dar a un botón apareció el rayo de luz de la fina hoja de un estilete. Sonrió viendo mi cara de susto; pero lo que no se dio cuenta es que Caridad le dio un golpe barriobajero que hacía tiempo que no había visto. Se había adelantado y le golpeó en la cara con el codo derecho, no con el puño. El golpe es más rápido y fuerte. El nieto de Sanjosé se golpeó la nuca con un sillar del Arco y cayó sentado en el suelo. Estaba algo atontado. Caridad le quitó el estilete y cogiéndole de la pechera le dijo al oído: «¡Qué sea la última vez que me llamas bujarrón! Y ten en cuenta una cosa: Te he dado una hostia de ciudad. Si te tengo que dar otra, será de pueblo, y esas son mucho peores».

Le levantamos, le llevamos sujetándolo a una terraza del Puente de San Francisco. Allí desayunamos, hablamos, le metimos miedo con su abuelo, quedamos para hacer papeleo y ahora, aunque parezca mentira, está en una comunidad terapéutica intentando desengancharse. No puede estar más de nueve meses en el centro. Nueve meses en los que Sanjosé, por fin, nos dejará en paz.

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