«Un libro tiene que lograr que el lector quiera pasar la página»
JAVIER NEGRETE | ESCRITOR ·
Madrileño afincado en Plasencia desde hace casi 30 años, es uno de los autores españoles de literatura fantástica e histórica más prestigiososFue el primer escritor español publicado por Minotauro, la mítica editorial de literatura fantástica y ciencia-ficción que acabó absorbiendo Planeta. Aquel libro, 'La espada de fuego' (2003), se convirtió en un éxito que consagró a Javier Negrete (Madrid, 1964) como autor de referencia de un género en el que ha sido galardonado con los premios más prestigiosos, como el UPC o el Ignotus. También lo es ya de la novela histórica, que predomina en su última etapa con títulos como 'Salamina' (2008), 'El Espartano' (2017) u 'Odisea' (2019). Desde 1991 vive en Plasencia, donde imparte clases de Griego en el instituto Gabriel y Galán.
–¿Cómo manejarían en la Grecia Clásica una pandemia como la que sufrimos ahora?
–Pues lo primero que harían sería enviar a alguien al Oráculo de Delfos para preguntar en qué habían ofendido a los dioses, como ocurrió en Tebas, cuando la respuesta fue que la epidemia seguiría hasta que descubrieran quién era el asesino del rey Layo. Eso en la parte religiosa. En la práctica, sabemos que en Atenas hubo una epidemia de una especie de peste cuando estaban en plena guerra con Esparta, que provocaba hemorragias y una mortandad muy alta. Estaban desconcertados, porque está claro que no conocían los mecanismos de contagio. Parece que con el tiempo se creó la famosa inmunidad de rebaño. Según algunos autores murió hasta un tercio de la población, aunque a mí ese dato siempre me ha parecido exagerado.
«En la literatura fantástica hay obras maestras y también bazofia, como en los demás géneros»
PREJUICIOS
–Usted, nacido y criado Madrid, llegó a Plasencia hace casi 30 años para dar clases de Griego en un instituto y aquí sigue. ¿Fue una elección hecha a propósito?
– Fue el azar. En aquella época todo era territorio MEC y en el concurso de traslado rellenabas 600 institutos. Cuando llegabas al 200 ya los ponías sin pensar, y eso fue lo que pasó con Plasencia, que lo puse cuando llevaba ya cerca de 200, porque en Madrid había muchos. Sí que había una cierta conexión de cercanía porque la familia de mi exmujer es de Oliva de Plasencia, y para mi hija Lydia ese es su pueblo.
–Llegó por casualidad, pero luego ya no quiso marcharse.
–Bueno, empecé pidiendo algún traslado, pero enseguida descubrí que me gustaba vivir aquí. Tenía Madrid cerca, y además Plasencia era mejor sitio para dar clases, menos conflictivo. Luego como escritor tienes la desventaja de que estás más lejos de los círculos editoriales, pero no me importa porque nunca se me ha dado bien el politiqueo, y al final este ambiente es más tranquilo para escribir.
–Le he escuchado decir que con diez años ya estaba escribiendo una primera novela. ¿Qué mueve a un niño de esa edad a ponerse a escribir?
–En realidad empecé antes haciendo tebeos, pero me puse a escribir porque tardaba mucho y además no era un dibujante nato, aunque no se me daba mal. Yo siempre he dormido muy mal, y lo que me pasaba de niño era que cuando veía una película o leía cómics de superhéroes luego continuaba las historias en mi cabeza. Tenía esa necesidad extraña no tanto de expresarme, como puede pasarle al que escribe poesía, sino de contar historias.
«Me gustan los libros en los que los que ocurren cosas que me interesan, que no me aburren»
LECTURA
–Ya era un buen lector, supongo.
–Desde muy niño. Empezamos comprando tebeos de Superman y de la Marvel, que los cambiábamos con otros chavales. En casa además había unos cuantos centenares de libros, y me fui puliendo los títulos de la Biblioteca Básica RTVE, que en muchos hogares conocerán, a medida que me iban llamando la atención. Me gustaba mucho la ciencia-ficción y a una edad muy temprana leí '1984', que me gustó mucho y también me traumatizó.
–¿Cómo comenzó su orientación hacia lo fantástico?
–Cuando eres niño es normal que te guste la fantasía y la ciencia-ficción.
–¿Y hacia el mundo Clásico?
–Pues no sé si será en parte porque en mi barrio de Madrid, primero en la Ciudad de los Ángeles y luego en Vallecas, donde había cines de barrio, no de estreno, cuando llegaban películas como 'Ben-Hur' o 'Quo Vadis' era un acontecimiento. Me llamaban mucho la atención y me llevaron a leer las novelas. Aquello me gustó y de algún modo me decantó hacia la antigüedad. En vez de estudiar Historia estudié Filología Clásica, y después llegó un momento como novelista en que las dos facetas se fueron juntando.
–Usted comenzó a escribir literatura fantástica cuando en España casi nadie lo hacía. ¿Le costó mucho que le publicaran?
–Es que entonces las editoriales, con un criterio un tanto demencial para mi gusto, se negaban a publicar a autores españoles, que tenían que estar encasillados sobre todo en realismo, o como mucho en novela negra. Estamos hablando de los años ochenta. Había editoriales que ni recibían el libro, otras no lo leían y otras se echaban atrás en el último momento. Fue gracias al Premio UPC, que me lo dieron justo el año que llegué a Plasencia, que pude hacer mi primera publicación con La Luna Quieta, y aun así después fue complicado. Hasta 2003 no logré publicar la novela que tenía guardada, que era 'La espada de fuego', que fue la primera vez que Minotauro publicaba a un autor español. En ese sentido fui un poco el que rompió una lanza hacia lo que ahora es la normalidad: que un español pueda escribir lo que quiera si hay lectores que quieran leerlo.
–Ha escrito literatura fantástica, ciencia-ficción, novela histórica, ensayos sobre el mundo Clásico y hasta un libro erótico. ¿Cómo elige el género que quiere tocar en cada momento?
–En mi caso normalmente contrato el libro con la editorial antes de escribirlo y ahí el género ya lo acotas. Últimamente lo que más he hecho ha sido novela histórica, que muchas veces comparten elementos del género fantástico. Por ejemplo, la última publicada por Espasa, que es 'Odisea', podría ir perfectamente tanto a una estantería de género fantástico como a una de novela histórica.
«El nivel académico sigue cayendo en picado porque cada vez lo ponemos más fácil»
ENSEÑANZA
–¿Y cuál le da más satisfacciones como autor?
–Me gusta mucho escribir novela histórica porque investigo y buceo en los huecos de la historia, y cuando encuentro algo nuevo, un detalle histórico que no conocía que me sirve para atar una parte del argumento, es algo que me produce bastante satisfacción. Me está ocurriendo con la novela que tengo entre manos, con la que me estoy retrasando, como es habitual, y la editorial me matará.
–¿De qué trata?
–Es de romanos. Está ambientada en una invasión que hubo desde Dinamarca a finales del siglo II antes de Cristo por parte de unos pueblos del norte llamados cimbrios, y también teutones. Es una época muy desconocida por mucha gente. Derrotaron a los romanos en una batalla que fue un desastre mayor que el de Cannas, cuando Aníbal aplastó a los romanos. En esta otra batalla fueron masacrados por ese pueblo germánico a las orillas del Ródano. Como se han perdido casi todas las fuentes, práticamente todo lo que sabemos de esa batalla se puede escribir en una página por una cara. Sí sabemos que participó en ella un personaje llamado Sertorio, que era un rebelde nato y un grandísimo general, que luego creó casi una especie de república independiente aquí en Hispania. Lo que estoy contando en esta novela es su juventud y ese asunto de la invasión de los cimbrios porque me permite inventar prácticamente todo, siempre de manera que sea verosímil con los hechos históricos que conocemos.
Vivir de la escritura
–Muchos de sus libros se han vendido muy bien. ¿Se ha planteado alguna vez dejar la enseñanza?
–Hace algún tiempo estuve dudando porque sacaba muchos libros y no daba abasto. Estaba agotado y cogí un permiso de un año para escribir, pero la experiencia no me convenció. Descubrí por un lado que me viene muy bien el contacto con el mundo real de las clases y con los chavales, que te mantienen al día, porque un escritor es fácil que se encierre en su propio mundo. Además, depender del sector editorial es muy azaroso, sobre todo tras el hachazo brutal que llegó con la gran crisis, cuando las ventas bajaron a la mitad y amigos míos escritores lo pasaron muy mal, incluso teniendo 'bolos'.
–¿Le molesta que desde algunos círculos se mire con cierta condescendencia a la literatura fantástica como un género menor?
–La literatura fantástica ha conseguido ser reconocida como tan legítima como cualquier otra, en el sentido de que hay obras maestras y también bazofia, pero eso pasa igual con los demás géneros. Además el 'stablishment' crítico, como pasa con todo, va envejeciendo y se va renovando, así que mucha de la gente que critica ahora en las revistas y los programas se han formado ya con literatura y cine de género. También hay colecciones como las de Valdermar, un sello considerado de calidad, que han hecho mucho por dignificar el género fantástico.
–Cuando unos padres se le quejan de que su hijo no muestra interés por leer, ¿qué les dice?
–Es complicado. Yo les digo que tengan paciencia. Hay gente a la que no le va a gustar leer por su forma de ser, porque les cuesta concentrarse en eso. Normalmente lo que recomiendo es buscar lecturas que enganchen y probar hasta que esa persona encuentre un tipo de libro que le guste, ya sean fantásticos, novelas que hablen del mundo de los adolescentes..., lo que sea que les enganche. A mí me gustan las novelas en las que ocurren cosas que me interesan, que no me aburran. Puede ser porque me identifique con los personajes, porque sean llamativos o porque sean interesantes en sí, como pasa con el niño autista de 'El curioso incidente del perro a medianoche'. Incluso con los villanos, con los malos, la gracia está en que sean interesantes. Sin llegar a algo que sea de muy baja calidad, yo creo que lo que tiene que lograr un libro es que el lector quiera pasar la página, saber lo que va a ocurrir después.
–En estos tiempos en que se desprecia todo lo que no tenga una aplicación práctica, ¿qué aporta el estudio del Griego?
–A mis alumnos trato de inculcarles que la adquisición de lo que llamamos cultura en general, y es lo que yo intento enseñando Griego, es un valor en sí mismo que, aunque el principio cuesta, te puede provocar un disfrute intelectual que no necesita ir más lejos. Un problema del sistema educativo en occidente es que siempre estamos pensando para qué sirve esto o lo otro, en vez de valorar las cosas en sí. Además, tenemos el privilegio de que nos estamos asomando a algo escrito hace 2.500 años tal y como se escribió.
–¿Son muy distintos los adolescentes de ahora de los de hace 30 años?
–Yo creo que no demasiado. Por ejemplo, desde hace bastantes años los de primero y segundo de Bachillerato me dicen refiriéndose a los de primero o segundo de ESO: «Es que estos chavales de ahora no son como éramos nosotros, no tienen respeto por nada». Yo les tiro de la lengua y me río mucho, porque eso mismo aparece ya en unas tablillas sumerias en las que se comenta lo del padre que echa la bronca al hijo porque no muestra ningún respeto y se tira todo el día en la taberna con los amigotes. En la antigua Roma también criticaban a las generaciones anteriores. Luego está la capacidad de atención, que con toda esta cultura del móvil yo la comparo con la de un paramecio, pero eso es algo que nos está afectando también a los adultos. Otra cosa distinta es el nivel académico, que ha ido cayendo en picado y seguirá cayendo porque cada vez lo ponemos más fácil y les exigimos menos. Cuando yo llegué aquí en Selectividad traducíamos a Platón, unos texto relativamente largos, y hemos ido yendo cada vez a autores más sencillos y les damos casi las palabras. Ocurre también con las demás asignaturas.