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Un poeta portero de finca urbana

Retornado feliz. Juan Cano ha elegido Los Santos de Maimona para vivir tras jubilarse. Integrante de numerosas asociaciones, está encantado con su nueva vida en el pueblo

Domingo, 15 de diciembre 2024, 09:12

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En un lugar de la Mancha, Fuente el Fresno (Ciudad Real), nació Juan Cano Rico; un personaje que tiene un tanto de Quijote pero mucho de Sancho Panza. Llegó a Los Santos desde Barcelona, donde vivió la mayor parte de su vida laboral en oficios tan variados como agente de la Policía Armada o portero de unas viviendas de lujo.

Casado con una santeña, Dolores González, ambos volvieron en 2017 a su casa de la avenida Diego Hidalgo, y ahí se le puede ver cada mañana, togado con la bata azul de la portería de Barcelona, limpiando la acera con escoba y cogedor. Poeta profundo, elegante en el vestir, servidor siempre y entregado a las causa del pueblo como integrante de muchas asociaciones: la Asociación Senderista y Cultural de la Verea –su máxima ilusión–, la asociación de guías voluntarios de turismo, Asociación Histórico Cultural Maimona, Banda de Música –toca el saxofón– y Coral Municipal , donde dice coger bien el tono.

También forma parte del grupo de lectores de misas y voluntarios del Centro Parroquial y de una chirigota del Carnaval.

Cuando en 2017 llegó a Los Santos ya tenía dos poemarios publicados y ahora espera su publicación el tercero

Y hasta pasó 14 días en el hospital de Zafra junto a su mujer por culpa de la covid; dos de los primeros en diagnosticarse en la región.

En la escuela de su pueblo, a Juan le acosaban porque era muy alto y los profesores no se portaron bien con él. Se fue de la escuela a los 12 años y a los 14 se sacó el certificado de estudios primarios en la nocturna. Trabajó en el campo cogiendo aceitunas y uvas y en todo lo que saliera. Fue jornalero y albañil, hasta que a los 16 años se fue a Madrid contratado de camarero.

A los 19 años se fue a la mili, y con 21 recién cumplidos hizo el curso de cuatro meses para entrar en la Policía Armada. Aprobó y realizó las prácticas en la comisaría del Retiro.

«Me mandaron a Barcelona pero como a mí no me gustaba pegar palos estuve destinado en vigilancia de edificios y personalidades. No soportaba tener que acudir a las manifestaciones para disolverlas a golpes y ese fue el motivo por el que dejé la Policía Armada a los cuatro años de entrar en el cuerpo. Era una policía del régimen en la que querían a elementos que pensaran poco y tuvieran pocos sentimientos, y eso no iba conmigo», asegura.

Cuenta Juan que la mayoría de los policías procedían de zonas de emigración: andaluces, extremeños y castellano manchegos.

Los catalanes no nos querían

«Me temblaba el barbuquejo de la gorra cada vez que tenía que ir a alguna de las manifestaciones, y mis compañeros me decían que no me preocupara porque en cuanto encendiéramos las sirenas, se dispersarían… Éramos la policía del régimen en Cataluña. Yo no encajaba en ese modelo de policía; los catalanes no nos querían y teníamos dificultad para encontrar una vivienda o una pensión donde vivir, porque en el cuartel solo pernoctaban los enchufados. Me sentía muy aislado y con miedo a que me reconocieran vestido de uniforme por las calles», rememora.

«Quedé herido de poesía, por decirlo de alguna forma, cuando con 16 años un taxista me prestó 'El romancero gitano' de García Lorca

Tras salirse de la Policía Armada, enseguida encontró trabajo como 'vigilante de obras'. Y en la tranquilidad de las noches de Barcelona, Juan encuentra la inspiración y sigue escribiendo sus poemas.

Pero la mayor parte de su vida laboral la llevó a cabo como portero en un edificio de la zona más elitista de Barcelona. Y tras 16 años, en otro de la misma calle, hasta la jubilación en 2017.

«Yo atendía la portería, era el jardinero y el encargado de mantener la piscina en ambos edificios. Tenía mi casa y estaba siempre a la atención de los vecinos que ocupaban el inmueble con los que me unía una estrecha relación. A veces mi hijo me ayudaba a desalojar a algún extraño que se colaba en la piscina para bañarse en pelotas», cuenta.

Al principio tenía dificultades para entender el catalán y ahora lo habla mejor que lo escribe. Se casó en Barcelona en 1975 con una emigrante santeña que trabajaba en una fábrica de componentes para motores. «La conocí en un baile al que acudían muchos emigrantes. Tenemos dos hijos: mi hija vive en Toledo y el chico en Cataluña».

Tras su retorno a la casa que compró el matrimonio en Los Santos, Juan –ya jubilado– tiene ahora más tiempo para dedicar a la poesía. «Quedé herido de poesía, por decirlo de alguna forma, cuando con 16 años un taxista, cliente del bar donde trabajaba, me prestó para su lectura 'El romancero gitano' de García Lorca. Un año después, el hijo de la patrona de la casa donde paraba puso a mi disposición una colección de clásicos de la literatura, entre ellos dos tomos de Rimas y leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. Y ya en plena mili un compañero me prestó una antología de Miguel Hernández. Todo ello significó un paso de gigante en mi afición por la poesía, y me animó a empezar a escribir», cuenta Juan. Pero mucho antes fue su madre –que era analfabeta– la que le inoculó el gusto por la poesía: «Me animaba a leer, me contaba cosas…».

Cuando Juan llegó a Los Santos ya había publicado dos libros que se editaron en Barcelona: 'Molinos, montes y gente' y 'Más allá de los molinos'. Ahora está a la espera de publicar un tercero de vivencias propias: 'Extremadura, la tierra que me conquistó. Poemas y vivencias de un manchego en la baja Extremadura'.

Y es que la poesía para Juan es su «sustento espiritual, igual que la historia o la música. No gano dinero pero consigo prestigio con muchos seguidores en las redes sociales, y me he tenido que esforzar mucho en aprender ortografía, porque mis primeros poemas estaban llenos de faltas», comenta.

A Juan se le ve escribir siempre: «En casa, en el bar, en el paseo… Llega las inspiración y escribo lo que siento». Su métrica es la romanza castellana y a veces le sale la rima libre. «Desde que llegué a Los Santos soy feliz, voy un par de veces al año a Barcelona, donde aún conservo un piso», dice. Y como Juan siempre está cavilando, ahora su tendencia –según dice– es escribir «poesía romántica, que yo llamo becqueriana».

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