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Juan Sánchez Tejeda, sobrino de una víctima, en el monumento erigido en Villanueva a las víctimas del campo de Mauthausen, liberado hace 80 años. E. D.

Juan Sánchez, el prisionero 5.742 de Mauthausen

Efeméride. El sobrino de una de las víctimas ha investigado qué fue de su tío; el lunes se cumplieron 80 años de la liberación del campo de concentración

Domingo, 11 de mayo 2025

La liberación llegó cuatro años tarde para él. Cuando las tropas norteamericanas entraron en Mauthausen, el 5 de mayo de 1945, de Juan Sánchez Santos no quedaba ya ni su recuerdo entre los escombros de este horrible escenario. Tenía 23 años cuando el 17 de noviembre de 1941 su cuerpo no pudo aguantar más el hambre y los malos tratos. Le dejaron morir, como una más de las incontables y cruentas formas de tortura que, 80 años después, parecen aún resonar en este campo de concentración nazi.

Se apagó así, demasiado pronto, la vida de un joven que nació en Villanueva de la Serena un 12 de agosto de 1918, con los últimos coletazos de la Primera Guerra Mundial y en plena pandemia de gripe española. Y Adela, su madre, nunca pudo despedirse. Tampoco supo nunca cómo fue su corta vida tras el exilio ni, quizás por fortuna, cómo fueron sus últimos días. Ella murió a los 92 años dejando en el olvido ese corto relato que fue la historia personal de Juan Sánchez. Su nombre se borró en el exilio, pasando a ser un frío número, el 5.742 de Mauthausen-Gusen. Una cifra más en esa diabólica calculadora que fue la Alemania nazi.

Su historia es única y, al mismo tiempo, desgraciadamente parecida a la de miles de españoles. Pero al menos la suya fue rescatada de ese injusto olvido. Fue en parte gracias al empeño personal de su inquieto sobrino que heredó su nombre, Juan Sánchez Tejeda. De pequeño, observaba siempre con curiosidad la foto de su tío Juan que su abuela Adela atesoraba como último recuerdo. Y, como cualquier crío, se hacía muchas preguntas que quedaban sin respuesta. «Me decían 'Niño, cállate, esas cosas no se preguntan'», explica recordando que esos interrogantes llegaban en plena dictadura, «era mejor no hablarlo porque había mucho miedo».

De crío, observaba la foto de su tío y preguntaba por él, pero no obtenía respuestas

Ese miedo se terminó contagiando a aquel niño, que dejó de hacer preguntas, aunque nunca abandonó la curiosidad. Para el año 2006, aquella fotografía de su tío Juan estaba ya en su casa, en Don Benito, manteniendo vivas esas preguntas de la infancia.

Entonces, las respuestas sí llegaron. Encontró los primeros datos en una conferencia sobre memoria histórica impartida en Villanueva de la Serena; después, localizó documentación con el nombre de los españoles que terminaron en los campos nazis. Y allí estaba el de su tío. «Empecé a tirar un poco del hilo y, después, gracias a Internet, encontré mucha más información», relata.

Buscó hasta poder devolver el recuerdo a la vida de Juan Sánchez. Era muy joven cuando comenzó la Guerra Civil, en la que luchó, como tantos otros. «Aunque él se fue voluntario», matiza su sobrino. Fue guardia de asalto, y estuvo en Barcelona casi toda la guerra y participando en batallas como las del Ebro o Belchite, «verdaderamente importantes». Terminado el conflicto tenía dos opciones: jugársela o exiliarse. Optó por la segunda. «Se fue a Francia, pasando verdaderas penurias», prosigue sobre este momento previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial. «Entonces, Francia no sabía ni qué hacer con los españoles y, a partir de aquí, es cuando ya no sabíamos mucho de la vida de mi tío».

Y es que, fue en ese punto, cuando Juan pasó a ser una cifra. En Francia, su número de control era el 87.237, pero pronto cambió. El 27 de enero 1941, el cruel destino le tiene reservado otro en el campo de Mauthausen: «Allí le dan una matrícula, la 5.742».

Un número para cruzar las puertas del infierno, de un lugar en el que no tenía cabida la humanidad y en el que cada atrocidad quedaba registrada, quizás con el único interés de vanagloriarse en el futuro. Sin embargo, esa férrea metodología germana serviría años después para contar el final de todas estas historias. «Tenían registrado cómo murieron todos y cada uno de los que estuvieron allí», asevera Sánchez Tejeda.

Así fue cómo supo que la muerte de su tío, el número 5.742 en aquellas páginas, fue «por hambre y malos tratos». Documentos en los que no queda constancia de que Juan era una persona alta, joven y fuerte, pero sí de que apenas sobrevivió diez meses en aquel lugar. «Quizás mejor así, no sé qué hubiese sido más tiempo, tanto sufrimiento», dice con la voz entrecortada teniendo al lado la foto en blanco y negro de aquel muchacho de semblante sobrio, que aparece uniformado con pantalón y guerrera, con insignia y botones plateados, y la gorra algo ladeada.

Esperando el regreso

Así le recordaba su madre Adela, pensando cada día que volvería a ver a su Juan. «Yo veía el sufrimiento en la cara de mi abuela», lamenta el que fuera su nieto, que la recuerda siempre llorando, «apenas sonreía». Sí lo hizo el día que el que para entonces era su único hijo varón iba a bautizar a su niño como Juan, ese chico inquieto y cargado de preguntas que podían haber tenido respuesta mucho antes. No obstante, en 1950, el Gobierno francés envió una notificación que nunca llegó a manos de Adela ni a nadie de su familia. Era un certificado donde decía que el 17 de noviembre de 1941, en Gusen, había muerto Juan Sánchez Santos. «Si ella hubiese sabido eso, habría muerto más tranquila; porque mi abuela lloraba, pero no sabía dónde llorar». Una simple misiva que habría evitado que Adela saliera cada día a asomarse a la calle, «porque creo que la esperanza que la mantenía viva era que algún día su hijo pudiera aparecer por allí».

Pero Juan nunca regresó a Villanueva, como tampoco lo hicieron José Atanasio González, Francisco Carmona Casillas, Juan Antonio García Acedo, Pablo González Escobar ni Andrés Olivares Barjola. Para cuatro de ellos la vida se apagó en el mismo lugar que la de Juan. Solamente para José Atanasio llegó a tiempo aquel 5 de mayo de 1945. Hicieron 80 años el pasado lunes, él sí fue liberado, pero jamás pudo regresar a su Villanueva natal. Por eso, su nombre también aparece en el monumento de homenaje con el que esta localidad pacense sacó en 2019 sus nombres del olvido.

Es una escultura de Eduardo Acero que representa los crueles raíles de tren que entonces llevaban al infierno, pero que ahora apuntan al cielo. En perpendicular, se cruzan seis traviesas de granito con los nombres de Juan, Francisco, José, Juan Antonio, Pablo y Andrés.

«Eran los olvidados, los españoles que no estaban de acuerdo en aquella época con el régimen que había se consideraba que no eran españoles y no merecían ser recordados», afirma Sánchez Tejeda muy cerca del nombre de su tío, junto a una corona de flores que conmemora este 80º aniversario. «Al menos con este monumento ya dejan de ser olvidados, se reconoce de alguna manera que existieron, que eran personas de carne y hueso y que dejaron allí los huesos y la carne por la lucha de las libertades de los demás», concluye Juan que, frente a ese cruel olvido, recuerda la frase que leyó en su visita a Gusen: «Que ellos permanezcan siempre vivos en nuestra memoria».

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Juan Sánchez, el prisionero 5.742 de Mauthausen