El torero que disparó en la sastrería
En diciembre de 1918 un matador hirió a seis personas en un altercado en la calle Hernán Cortés y salió de su juicio a hombros y ovacionado por las mujeres
El periódico El Correo de la Mañana publicó en diciembre de 1918 una de las crónicas de sucesos más surrealistas que se pueden leer. En tono socarrón, porque no hubo víctimas mortales, narró unos hechos que implicaban a un conocido torero de Badajoz, su obsesión con una costurera y un tiroteo. Esta fue la entrada de su noticia: «En la calle Hernán Cortés. La mejor faena de la temporada. Seis personas heridas, seis ¡Lo que puede el amor!».
El protagonista de la historia es Manuel F. G. Era un joven de Badajoz de buena familia. Como no tenía profesión y sí muchos vicios, según contó la prensa, su familia le animó a iniciar los estudios de magisterio. Antes de completarlos, sin embargo, descubrió su vocación por ser torero.
Durante un tiempo a Manuel le fue bien, debutó en la plaza de Badajoz, que entonces estaba en Ronda del Pilar e incluso estuvo en una faena en La Maestranza. En 1918, sin embargo, estaba ocioso según las crónicas de la época.
Ese año conoció a Felisa, de 18 años, que trabajaba de costurera en la sastrería de la calle Hernán Cortés. En un alarde de machismo el cronista de El Correo de la Mañana, tras el suceso, argumentó que a las «costureritas» se las podía clasificar en «unas pintureras, otras dislocantes y otras cuya faz no es un modelo de belleza». Concluyó que Felisa «pertenecía al grupo de las agraciadas».
La belleza de Felisa atrajo a Manuel que comenzó a cortejarla. Sin embargo la joven lo rechazó, en varias ocasiones. La negativa desembocó en un acoso constante del torero. «Manuel se enamoró ciegamente de Felisa, con la ceguera del que se ve rechazado y en vez de desistir se empeña en que lo quieran a la fuerza», contó la prensa. De hecho, antes del día de los hechos, el protagonista ya había apuñalado a otro pretendiente de la costurera.
Durante esos meses, además, José María F., el sastre de Hernán Cortés, recibió mensajes anónimo amenazantes. En las misivas le decían que dejase en paz a Felisa o sufriría las consecuencias. Acudió a la policía y el jefe de este cuerpo en Badajoz fue a hablar con el torero. Tenían claro que era el autor de los anónimos y le pidieron que desistiese. Lo hizo el máximo responsable del cuerpo, en persona, porque este matador era muy conocido y bien considerado en la ciudad y esperaban evitar el escándalo.
El 11 de diciembre de 1918 Felisa y Manuel tuvieron su último encontronazo. Les vieron discutir en la calle. Una vez más ella rechazó sus proposiciones.
Al día siguiente Manuel entró a la sastrería a las nueve y media de la mañana. Lo recibió la mujer del sastre, Encarnación D. Le pidió que se marchase y el torero sacó su revólver. No dudó. Disparó a Felisa tres veces en la cabeza. Los impactos, sin embargo, no fueron graves y la joven se pudo recuperar tras dos semanas en el hospital.
Tras dar por abatido al objeto de su obsesión, el matador buscó al sastre, que estaba acostado en otra habitación, ya que el edificio era su negocio y su casa. Al localizarlo vació el resto del revólver, pero no le dió. Entonces sacó una navaja de barbero y le hizo varios cortes en el cuello.
Para que no matase al sastre intervinieron su mujer, su suegra y un trabajador de la sastrería. Todos recibieron cortes de distinta gravedad en las manos, pero finalmente Manuel huyó de la sastrería.
En la calle, al verse rodeado por los curiosos que había acudido al escuchar los disparos, el atacante se llevó la navaja al cuelo y se hizo un corte, pero apenas fue un arañazo y salió corriendo. Fue detenido poco después y encarcelado.
El juicio arrancó en julio de 1920. El periodista que lo cubrió para el 'Correo de la mañana' contó que, al abrir las puertas del juzgado, hubo tal avalancha de gente que quería ver el proceso en directo que los medios de comunicación tuvieron que salir corriendo, abandonar el espacio reservado para la prensa y refugiarse detrás de los asientos de los abogados, donde siguieron los testimonios.
El fiscal acusó al torero de acosar a la costurera, de enviar los anónimos y finalmente ejecutar su venganza. La defensa, sin embargo, mostró una versión muy distinta de los hechos. Manuel F. G. testificó que Felisa era su novia, que pasaba casualmente por la calle Hernán Cortés y que también era fruto de la casualidad que lo hiciese armado.
Aunque, tras ser detenido, afirmó que tenía celos porque creía que Felisa tenía relaciones con el sastre, el día del juicio lo negó. Dijo que en la cárcel se puso muy nervioso, pero que había entrado en la sastrería para defender a su novia, aunque no fue capaz de explicar cuál era la amenaza.
Admiradoras del reo
Además del desarrollo normal del juicio, la prensa destacó un fenómeno poco habitual que se dio en este caso, las admiradoras con las que contaba el acusado. Durante los testimonios hubo gritos y ovaciones en favor de Manuel y, según indicaron los periodistas, procedían de las mujeres que llenaban la sala.
Finalmente el jurado popular condenó al torero a año y medio de cárcel, pero, como había estado más de dos en prisión preventiva, anunció su puesta en libertad. Fue entonces cuando se convirtió el juicio en un espectáculo. Un centenar de mujeres escoltaron al condenado hasta la cárcel y esperaron su libertad en la puerta. Cuando salió, toda la comitiva, incluido Manuel, se fueron de fiesta juntos al campo de San Juan (plaza de España).
Ese día hubo otro incidente debido a la popularidad del reo. Una verdulera ambulante, que se compareció de Manuel, insultó en la calle a Felisa. La joven víctima lo escuchó, fue a buscar a una amiga y, entre las dos «propinaron una paliza a la verdulera de las que hacen época», aseguró la prensa que añadió que Felisa acabó condenada por lesiones.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión