El secuestro del niño Raúl, cinco días de angustia para la región
CRÓNICA NEGRA DE EXTREMADURA ·
1986. Un padre y dos de sus hijos fueron condenados por raptar al nieto de un empresario de Mérida y pedir que lanzasen 37 millones por la ventana de un tren para soltarloEn septiembre de 1986 Extremadura vivió una historia de terror, pero con final feliz. Un niño de 9 años fue secuestrado en Mérida, su familia tuvo que lanzar millones por la ventanilla de un tren para recuperarlo y el menor fue localizado en medio del monte en Alburquerque. El secuestro del niño Raúl causó cinco días de angustia en Extremadura.
Fue el 17 de septiembre de 1986. Raúl estaba jugando en la calle con un amigo un miércoles por la tarde. Se acercaron a él y le pidieron que les señalara donde vivía su abuelo, un conocido empresario de la capital, para cobrar una factura. El pequeño, a pesar de su corta edad, era muy responsable y decidió ayudar a los desconocidos. Cuando se alejó, lo empujaron y lo metieron en un coche donde lo taparon con una manta.
Los responsables del rapto llamaron por teléfono a la casa y exigieron hablar con el abuelo del niño, solo con él. Según relató posteriormente, las conversaciones eran cortas, las definió como «sentencias». La primera petición fue de 150 millones de pesetas (900.000 euros), pero finalmente el rescate se rebajó a unos 37 millones (222.000 euros).
Para la familia fue una espera llena de angustia e incertidumbre. Los secuestradores les indicaron que llamarían el sábado, pero no lo hicieron hasta el domingo a las 12.30 horas. Les ordenaron coger el tren a Madrid 45 minutos después y mirar por las ventanas hasta ver una bandera blanca. En ese momento debían lanzar los millones por la ventana.
HOY captó la imagen del padre y el abuelo del niño saliendo de casa con una caja. En ella había 35 millones de pesetas en billetes de 5.000 y dos más en billetes de 1.000.
En el 'Viaje hacia la bandera blanca', como tituló este periódico al día siguiente, participó el periodista de HOY Joaquín Rodríguez Lara. Recibió un chivatazo, según él mismo narró, y se subió al ferrocarril. Fue sentado gran parte del trayecto cerca de la familia y de los policías que miraban fijamente por las ventanillas esperando la señal.
«Pasaban las estaciones, monótonas al principio, desesperantes al final. En todas ellas había inspectores de policía confundidos entre los viajeros, apostados en algún lugar discreto, haciéndose los locos con una revista en la mano o arañando el suelo con un palito. Otros agentes se encontraban entre las estaciones o seguían el tren por carretera», contó el periodista.
Pasada Ciudad Real, llegó la señal. El tren atravesó Urda (Toledo) y enfiló una recta. «De pronto, entre los árboles se ve una señal. Un hombre vestido con un mono azul, que lleva un sombrero encasquetado hasta las orejas y unas gafas muy negras, ondea un trapo blanco». El padre del niño arrojó la caja por la ventana y se bajaron en la siguiente parada, en Mora, para volver a Urda y asegurarse de que habían recogido el dinero. Caminaron por las vías y no vieron nada, así que se marcharon esperanzados. Pensaban que soltarían a Raúl en cualquier momento.
La policía, sin embargo, capturó a los dos hombres que habían recogido el dinero. Eran un padre y su hijo de 19 años, ambos de Mérida. Los subieron a un coche y les pidieron que los llevasen donde estaba el niño, al que mantenía retenido otro de sus hijos, de 22 años.
La otra escena del rescate la vivió otro periodista de HOY, José María Pagador, acompañado del fotógrafo Alfonso. Ambos vigilaban al delegado del Gobierno entonces, Ramírez Piqueras, y al presidente de la Junta, Rodríguez Ibarra. El lunes de madrugada ambos políticos se subieron a un coche y los periodistas los siguieron.
Una hora después, en un camino de monte cercano a Alburquerque, se reunieron con un convoy de coches que esperaba hasta que un Ford Escort policial sin distintivos salió de la oscuridad con el menor sentado delante, entre los policías. «¡Es el niño, está vivo!», gritó uno de los guardias civiles. Un inspector lo cogió en brazos, lo abrazó y lo besó.
Al día siguiente de su liberación, HOY entrevistó al pequeño en su casa y contó que estaba atado con una cadena en una especie de cueva. Aseguró que le daban de comer cosas que le gustaban, como pastas y chipirones, pero que tenía mucho miedo porque pensó que estaría encerado al menos un año. Le hicieron creer que eran terroristas.
El juicio se celebró solo tres meses después de los hechos, en plena Navidad, y tuvo un giro inesperado. Antes del proceso los tres detenidos habían admitido los hechos en cuatro ocasiones, todas las veces que declararon. No era una confesión difícil de creer, ya que el padre y el hijo menor fueron localizados con el dinero del rescate y el otro custodiando al niño.
Sin embargo, ante el tribunal, el secuestrador que localizaron junto al menor aseguró que toda la responsabilidad había sido suya. El joven de 22 años estaba en Mérida durante el secuestro gracias a un permiso concedido en la cárcel Modelo de Barcelona, donde cumplía 5 años por un delito anterior. Afirmó que un exrecluso de este penal le había ayudado a llevar a cabo el rapto y que había amenazado a su padre y su hermano para recoger el dinero en Ciudad Real. Añadió que habían confesado después de recibir una paliza de 8 policías en Ciudad Real.
Según la crónica del juicio, el testimonio fue tan inesperado que pilló por sorpresa hasta al abogado defensor que pidió un descanso para ajustar su estrategia e incluir esta declaración en sus conclusiones. La Audiencia Provincial, sin embargo, no aceptó esta versión y condenó a los tres procesados a 39 años de reclusión.
La mayor pena fue para el hijo de 22 años, que fue condenado a 15 años. Se le aplicaron los agravantes de astucia y disfraz porque usó un bigote falso durante el secuestro y le dijo al pequeño que estaba en poder de ETA. Su padre y su hermano fueron castigados con 12 años cada uno, pero al más joven se le conmutó la pena por 6 años de reclusión al considerar que su personalidad era muy infantil «de escasa inteligencia y fácil sugestionabilidad».
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