El crimen de Táliga, siete horas de terror
En 1988 un joven de 24 años con problemas mentales mató a un niño de solo 10 años en uno de los crímenes más espeluznantes que ha sufrido Extremadura
Uno de los crímenes más espeluznantes y sobrecogedores que se recuerdan. Así describió el Fiscal el 'caso Táliga', siete horas de terror que sufrió esta localidad de 700 habitantes el 5 de marzo de 1988 y que terminaron con la muerte de un niño de 10 años.
El crimen de Táliga abrió un debate sobre el tratamiento de las personas con enfermedades mentales y comportamientos violentos. M.M.G. tenía 24 años cuando mató al niño. En su delirio, se encerró con él en un bar de Táliga, lo apuñaló, lo decapitó y, tras enseñarle la cabeza a sus vecinos por la ventana, la lanzó a la chimenea para quemarla. La pregunta en los días y meses siguientes fue si se pudo evitar.
La crónica de HOY sobre la tragedia incluyó los antecedentes de M.M.G. «La historia de este trágico suceso es la crónica de una muerte anunciada que narra las vidas paralelas de un joven psicópata y de un niño alegre, simpático y cariñoso. Mientras el pequeño crecía mimado por sus padres, era el menor de dos hermanos y jugando con sus compañeros de colegio, la mente de M.M.G., por extrañas circunstancias, se iba degenerando».
Cuatro años antes del suceso, cuando el homicida cumplía el servicio militar y durante un permiso, secuestró a una joven del pueblo de la que decía estar enamorado y la arrastró por el cuello hasta un campo. Sus vecinos lograron que la soltara. Fue detenido y llevado al Hospital Militar de Badajoz, donde le reintegraron a su unidad militar. Poco después, una vez licenciado, agredió en una carbonera a un conocido y le dejó inconsciente. En ese caso fue ingresado en el psiquiátrico de Mérida, donde estuvo varias veces. Cuando mejoraba, volvía a su pueblo. En otra de las estancias en Táliga intentó estrangular a un taxista.
Llevaba ocho meses en el pueblo cuando se encontró con un vecino trabajando en el campo. Le acompañaba su sobrino de diez años, que ese día no tenía colegio porque era sábado. M.M.G. les ayudó y los tres se fueron a un bar de la localidad. Eran las tres de la tarde.
Siete horas de terror
Cuando el tío del pequeño se terminó el café, llamo al niño para que se marchasen. Fue cuando todo se torció. M.M.G. agarró al menor y le dijo a su familiar que él se podía marchar, pero que el niño se quedaba. Sacó una navaja y se la puso al pequeño en el cuello.
La veintena de clientes que había en el local, y los dueños, dialogaron con el agresor para que soltara al niño, que lloraba asustado.
Uno de los clientes trató de reducirlo, pero lo apuñaló en el brazo y amenazó con matar al niño si no se marchaban todos. Poco a poco fueron abandonando el bar donde se acercó el padre del menor, que agarró la mano de su hijo para tranquilizarlo y pedirle a su secuestrador que lo soltase. No lo hizo y se quedó a solas con el menor.
En esos momento el entonces alcalde de Táliga se marchó hasta Alconchel para pedir ayuda a la Guardia Civil. Los vecinos de esta localidad se fueron reuniendo en la puerta del local convencidos de que todo se quedaría en un susto.
Según los testigos, fue cuando vio llegar a los agentes de la Guardia Civil cuando M.M.G. le clavó la navaja en el cuello al niño y dejó su cuerpo apoyado en una máquina tragaperras. Un sargento entró en el bar entonces, pero el agresor le obligó a marcharse. Las siguientes horas fueron de horror. Los vecinos vieron como el joven mostraba la cabeza cortada del niño por la ventana. Los ánimos se crisparon y hubo gritos de venganza pidiendo a los guardias civiles que lo matasen. En su delirio el enfermo mental lanzó la cabeza del pequeño a la chimenea encendida, según indicó después, creyendo que taparía su crimen. Desde fuera los vecinos le escuchaban gritar «¡Viva Gorbachov!, y que un avión ruso iba a llegar a recogerle».
A las diez de la noche llegó a Táliga una unidad de antidisturbios desde Badajoz. Lanzaron botes de humo y asaltaron el bar. Dos agentes resultaron heridos, pero pudieron detener al responsable.
Al día siguiente, la población de Táliga se duplicó debido a los asistentes al funeral del pequeño. Entre ellos estaban los padres de M.M.G., conmocionados por lo que había hecho su hijo. Esta familia fue entrevistada por HOY días después. El padre estaba muy afectado porque había sido testigo de los hechos. «Yo estaba detrás de una ventana trasera del bar intentando convencer a mi hijo para que soltara al pequeño (...). Levantando la mano con la navaja comenzó a contar hasta tres y a la tercera le cortó el cuello. Fue terrible».
La madre del agresor pidió saber dónde estaba su hijo y en qué condiciones, porque no les habían informado y los rumores indicaban que estaba herido. «Solo pedimos que nos digan dónde está, si en Mérida o Sevilla, y si está muerto lo enterramos mañana mismo. Muerto el perro, se acabó la rabia, pero que nos digan dónde está».
El caso abrió un debate sobre reformar los protocolos de salud mental. La polémica llegó hasta el juicio, donde hubo reproches por los antecedentes del agresor y la falta de control. Su familia, dijo, sin embargo, que se tomaba la medicación y que nada les hizo temer un comportamiento así. Los distintos médicos no se pusieron de acuerdo sobre si se podía prever lo que ocurrió.
El juicio tuvo lugar en noviembre de 1990. Ni la fiscalía ni la acusación particular pidieron que se condenara al autor de la muerte del niño debido a su estado mental. Unos días después se hizo oficial. M.M.G. fue absuelto debido a la unanimidad de informes médicos que señalaban que era esquizofrénico y que los hechos tuvieron lugar en el transcurso de un brote.
La sentencia de la Audiencia Provincial de Badajoz recogió que M.M.G. debía ser internado en un centro psiquiátrico del que no podría salir sin autorización expresa del tribunal que tendría que apoyarse en informes psiquiátricos.
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