La continua resurrección del carro de cómicos
La idea de un escenario rodante con juglares, puesta en marcha en 1975 por Cristian Casares, sigue viva en Extremadura tras sortear múltiples avatares
El siglo veinte empezó con la radio como medio de entretenimiento de masas. Luego llegó la televisión, y, en las últimas décadas, Internet y la posibilidad actual, aunque remota, de que Taylor Swift actúe a pocas horas de casa. Pero en los diecinueve siglos anteriores, solo el teatro era el camino hacia la evasión, a veces incluso en sitios remotos.
Verano de 2024: «Con 29 años, Cristian quiso difundir el teatro por los pueblos pequeños a lomos de un carro lorquiano. Contagió a un grupo de actores y vividores que lo acompañaron en su aventura por esos caminos...». Ese texto, como reclamo de un espectáculo, estaba hace unos días pinchado en un árbol de un pueblo de La Mancha. La obra, titulada 'El sueño de Cristian' y con un reparto amateur, parece una representación veraniega más; sin embargo, contiene parte de la historia reciente del teatro extremeño, que repetidamente se ha empeñado en homenajear a los cómicos de la legua, aquellos comediantes nómadas del Renacimiento y el Siglo de Oro español. Todavía hoy, este formato cuyo testigo tomó La Barraca de Lorca y que fue llevado al cine en 'El viaje a ninguna parte' (1986), sigue en la carretera de la mano de una compañía cacereña.
Pero volvamos casi al principio. 'El sueño de Cristian', que narra los avatares de un carro y sus variopintos pasajeros-comediantes, ha despertado más interés del esperado. «Estamos llenando allá por donde pasamos», celebra su directora, Conchi Rubio, del pueblo manchego Santa María del Campo Rus, 590 habitantes.
Ella es bióloga, pero dirige una rondalla local y quiso que este verano participaran vecinos que no supieran solfeo. Por eso se le ocurrió contar la historia del colorido carruaje de cómicos de Cristian Casares, fallecido en 2002, de Cuenca y vinculado a Extremadura como director del antiguo Centro Dramático de la Diputación de Badajoz, y que arrumbó aquel carro hace años en un solar de la provincia conquense cuando ya era una estructura inservible que parecía lo había dado todo. Pero no fue así.
«La obra –explica la manchega Conchi Rubio– la escribí el año pasado y la estrenamos el 27 de julio. Hay un personaje que es el carro, pero en realidad es Cristian. Es un homenaje a su idea de hacer teatro de pueblo en pueblo».
La víspera del estreno algunos de los que vivieron la primera etapa de aquel carro de cómicos narraron sus peripecias. Como el extremeño Carlos Tristancho, que se embarcó en aquella aventura con 20 años, o Juan Carlos Ladrón de Guevara, que vivió la etapa justo posterior de las muchas que hubo. Ese carruaje, adornado con farsas al estilo de tres siglos antes, les hizo revivir hace casi cincuenta años la época de los goliardos, aquellos vagabundos y estudiantes que en la Edad Media llevaban una vida de pícaros recitando poemas de un lado a otro.
Juglares del siglo XX
Era el verano de 1975. Franco aún no había muerto y las peripecias que ellos vivieron, con una vida errante y disoluta, son hoy el anhelo de aquellos artistas que, gracias a aquel escenario rodante, se sintieron juglares en pleno siglo XX y además abrieron los ojos a la cultura donde prácticamente no había más que campo. Así se cuenta en un reportaje del año 1995 publicado en HOY sobre aquel carro de cómicos, en el que Tristancho confesaba que fueron los únicos momentos de su vida en que sintió el teatro en su esencia. Todo lo que hizo después le supo a poco y esta misma sensación cundió en el resto.
El pintor Manuel Bodes, que aprendió a actuar sobre ese carro, no recordaba muy bien aquellos tiempos. «Fueron hechos para vivirlos, no para rememorarlos», asegura. Pero hoy, 49 años después, a Tristancho aún le vienen imágenes muy nítidas. «Estando en la última función que hicimos en Turégano (Segovia) recuerdo que me desperté y puse un transistor atado con un alambre al techo y escuché una noticia sobre los últimos ejecutados del franquismo. Era otoño de 1975. Después el carro se fue a Plasencia», rememora Tristancho, que tiene multitud de ideas, algunas guionizadas, sobre lo que representó aquella estructura de madera.
Todo empezó cuando Cristian se presentó en Badajoz en 1974 y organizó unos cursos de teatro en la Económica en pleno verano. Decía estar harto de la solemnidad de autores como Beckett o los Álvarez Quintero. Según expresó en HOY, «urgía montar un teatro fresco, espontáneo, e incluso –si se quiere– subdesarrollado». La idea de una compañía errante casaba con su objetivo. Pero a semejante plan todos le daban largas. Hasta que completó un elenco lo suficientemente alocado. Haciendo memoria, Tristancho cita a Gloria Martínez, Dolores Grisó, Joan Cassola, Pep Armengol, Eduardo Holguín, Manuel Bodes, Alberto González y él mismo. «A veces había más gente en el carro que habitantes en el pueblo al que íbamos», apunta.
Atormentado y viajero
Aquel carro, construído con una beca de 100.000 pesetas que recibió Cristian, inició su andadura en Sigüenza (Guadalajara) el 15 de agosto de 1975. «Una de las condiciones que poníamos al llegar –sigue recordando Tristancho– era que un tractor nos transportara hasta el siguiente pueblo». Allí convivían con los vecinos, se enteraban de chascarrillos y los incorporaban por la noche a la obra. Vivían de pasar la gorra y de sortear una talla de madera obra de Eduardo Holguín, que fue quien se encargó de adornar los laterales del carruaje.
En Extremadura prácticamente cualquier persona del mundillo conoce alguna historia de aquel carro, si es que no ha actuado sobre las tablas de «esta caja de madera, más o menos bella», como lo describió el propio Cristian Casares en 1995 en una carta fechada en Madrid y dirigida a Tristancho cuando, agotado y decepcionado, trataba de seguir reivindicando su carro.

Carta de Cristian Casares fechada el 28 de agosto de 1995

Carta de Cristian Casares fechada el 28 de agosto de 1995

Carta de Cristian Casares fechada el 28 de agosto de 1995

Carta de Cristian Casares fechada el 28 de agosto de 1995
El dramaturgo Jorge Márquez se refiere a Casares y su carro como «un referente del prototeatro independiente extremeño». Conchi Rubio cuenta que entre 1975 y 1979 ese carro se ubicó en Sevilla e incluso cree que llegó a Marruecos.
«Cristian –recuerda Rubio– era un apasionado del poeta Jorge Manrique (fallecido en 1479 en Santa María del Campo Rus) y volvió a Cuenca, donde creó la compañía Los cómicos del Campo. Hicieron gira dos años, y en 1981 se largó con el carro y dejó a los de la compañía tirados por segunda vez. No se lo tomaron bien porque estos no eran juerguistas como los que se trajo de Badajoz».
Después viajó por Estados Unidos difundiendo la obra de Manrique y tuvo una vida bohemia marcada por una «personalidad complicada a veces», según sus allegados. El periodista José María Bermejo lo describió en 1974 en HOY como «un atormentado, como todos los que son un poco obsesivos» y «un viajero insaciable hacia lo distinto».
Página publicada en HOY en 1974
En el verano de 1985 el carro tuvo un protagonismo estelar en Badajoz, ciudad «mora», como él decía, y de la que Casares se terminó de enamorar cuando se topó con una juerga gitana junto al río. Entonces preparó una actuación en la Plaza Alta donde estarían Kiko Veneno, Raimundo Amador y actores y cantaores locales como Óscar Alonso o una jovencísima Kaíta. Cándido Gómez, actor que por entonces acababa de llegar a Badajoz, recuerda que aquel bolo se celebró al final en la Plaza de España. «Fue un auténtico pelotazo», rememora.
Página publicada en HOY en 1985
Pero la andadura de aquellos lunáticos dependía en gran medida de las subvenciones públicas, por lo que a menudo el trasto de dos toneladas quedaba varado. Ese carro, recuerda Tristancho, llegó a verse prácticamente desguazado frente al Seminario de Badajoz. Lo sabe porque él financió años después su traslado a donde estaba Cristian, ya enfermo, para darle una alegría. «Sus amigos sabían que aquel carro era algo muy importante en su vida», confirma Cándido Gómez, que vivió con él en su última etapa cerca de La Codosera.
Surge un segundo carro
Antes de llegar a la muerte de Casares en 2002 hay un momento en que la historia del carro se bifurca. Tras compartir con ellos alguna gira, acabó alquilándolo a la compañía extremeña Al Suroeste, que tenía al frente a los socios Javier Leoni (fallecido en 2013) y Pedro Penco. Esto dio lugar a una polémica posterior, según reflejó el propio Casares en varias cartas, un litigio que recogió el diario HOY en septiembre de 1996: 'Acusan a al Suroeste Producciones de timar al creador del carro de cómicos', decía el titular. 'El director, Javier Leoni, reta al demandante Cristian Casares a que le lleve a los juzgados', añadía la noticia, que hablaba de un arrendamiento por 75.000 pesetas al mes que no estaba siendo atendido. Además, Casares se quejaba amargamente de que habían usurpado su idea de un carro de cómicos recorriendo los pueblos de España y que ni siquiera era mencionado contraviniendo una cláusula añadida en bolígrafo seis meses después para que lo citaran y que finalizaba entre paréntesis «así mi ego se da un respiro».
Páginas 2 y 4 del contrato firmado en 1993
Pedro Penco, que sigue activo en el mundo de teatro, tiene su versión. Explica que con aquel carro apenas giraron un año porque no era práctico, estaba desfasado. «Con todos los focos y la escenografía dentro pesaba muchísimo. Recuerdo que en un festival en plaza de Las Veletas (parte antigua de Cáceres) el vehículo que lo subía rompió el embrague». Ellos hicieron una caja nueva para que el propio carro fuera el escenario. «Antes tardabas diez horas en montarlo y ahora se tarda menos de una hora».
Carro actual que está en Cáceres
Carro original que está en Castilla-La Mancha
Penco se refiere a la versión actual del carro de cómicos, un escenario portátil en cuyo dossier de presentación actualmente sí se reconoce que la idea que rescatan él y Leoni es de Casares, así como que de manera general todo el montaje, se basa en la experiencia de 'La Barraca' de Federico García Lorca en su intención de acercar a los clásicos al pueblo.
El actor Cándido Gómez, que fundó la Candi-2 Banda, una suerte de cabaret hilarante y rural, coincidió a finales de los noventa muchas noches con el carro de cómicos ya en manos de Penco y Leoni. «Ellos actuaban a las nueve y nosotros a las once. Era un éxito, el pueblo se ponía hasta la bola», dice sobre esta idea que luego, impulsada por los hermanos Guillermo y Damián Galán, dio pie a que la Junta pusiera en ruta sus 'escenarios móviles'. Estos eran ya modernos camiones que llevaban espectáculos de pueblo en pueblo. «Llegó a haber tres y no me suena exista en ningún otro lugar de España, por lo que Extremadura, en lo de ir llevando la cultura a los pueblos somos pioneros», valora Cándido Gómez.
Abandonado en Alburquerque
El carro de cómicos lo han llegado a presentar en ruedas de prensa autoridades de la Junta de Extremadura cuando se volvía a poner en marcha, como en 2005 con la obra 'Los cómicos del carro'. En su segunda versión, ya en manos de Leoni, en 16 años ha sumado casi 700 representaciones en 700 lugares –añade el dossier de la compañía que lo mueve ahora, De Amarillo–. Pero hasta llegar hasta este punto tuvieron que pasar más cosas para que ese teatro itinerante resucitara otra vez.
Leoni murió hace once años y aquella segunda versión del carro quedó abandonada en Alburquerque. Lo vio Gema González, nacida en 1977. «De pequeña lo había visto pasar por mi pueblo, ¡me pareció tan bonito y tan mágico!, luego me olvidé, pero con el tiempo pensé que ese carro no podía morir ahí y la vida de los cómicos de la legua tenía que seguir. Entonces contacté con Elena, la viuda de Leoni y el Ayuntamiento de Alburquerque y lo reformamos. Todos estaban encantados de que volviera a la vida», contaba Gema a HOY, que en 2017 se lió la manta a la cabeza para dedicarse de lleno al teatro y montó la compañía De Amarillo Producciones, radicada en Cáceres.
«Pensé que ese carro no podía morir, la vida de los cómicos de la legua tenía que seguir»
Gema González
De Amarillo Producciones
Su idea era volver a echar a rodar aquel carromato errante. Pedro Penco es ahora el director de las obras que en él se representan, y el dramaturgo pacense Miguel Murillo ha versionado algunos textos, aunque otros de Miguel de Cervantes o Gonzalo de Berceo permanecen sin tocar para mantener el legado.
Este carro de comedias abierto mide 15 metros y entre los cinco actores y los dos técnicos son siete las personas que lo acompañan ahora, dice Gema, que subraya la expectación que despiertan cada vez que llegan a la plaza del pueblo, adonde acuden algunos vecinos con su propia silla, igual que hace tres siglos.
«Desde que yo tengo el carro hace cuatro años hemos hecho unas 70 funciones, la última el 25 de agosto en Haro (La Rioja). Ahora representamos una obra que se titula 'El Carro de los Cómicos de la Legua', en versión de Miguel Murillo, que relata la vida de aquellos actores buscándose la vida para comer». Ese reparto lo componen la propia Gema González junto a Rafa Núñez, Francis Lucas, Juan Carlos Castillejo y Paca Verlardiez, que explica: «Es agotador porque lo abres, descargas, actúas, lo cierras, te vas a otro sitio... pero tiene su encanto porque te sientes metido en la historia».
En lugar secreto por una pugna
Así las cosas, mientras media España vaciada pugna por ampliar su bando de ancha, hay ahora mismo dos carros con una decoración similar que evoca a la juglaresca del Renacimiento y que un nutrido grupo de extremeños se empeña en perpetuar.
El más moderno, que puede ser remolcado y sigue de gira, duerme en una nave de Cáceres recién llegado este verano del norte de España. El otro carro, el original, se encuentra en un lugar indeterminado, por no decir secreto, del triángulo manriqueño que acuñó el propio Casares.
Según Conchi Rubio, junto al legado Jorge Manrique, donde ella vive, en Santa María del Campo Rus, lo siguiente de más valor cultural es el carro que dejó allí Cristian. Dice que la familia pugna por apropiárselo para sacarle partido económico y ella, que le acaba de dedicar una obra, opina que ya es un símbolo y por tanto de todos. En su opinión, debería quedarse donde está para que cualquiera que desee hacer teatro se suba a él. Para justificarlo trae una frase que dice recordar en boca de Carlos Tristancho: «Cuando Cristian decía que era suyo el carro pesaba dos toneladas, pero mientras el carro no era de nadie entonces volaba».
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