Solomillos como bandurrias en El Corral del Rey de Barbaño

Aquí no se viene a a comer gyozas ni samosas, Aquí se viene a comer productos de siempre, básicos, tradicionales, o sea, chuletones, solomillos, gambas, jamón, paletilla de cabrito o chuletas de cordero. Nada más entrar, nos recibe una mesa que resume la filosofía gastronómica del restaurante. La mesa es el mensaje y sobre ella, tablas de queso de medio metro, platos generosos de ibéricos, dos jamones y una bandeja de chuletones como bandurrias.

Estamos en Barbaño, una entidad menor de Montijo situada a un paso de la autovía de Mérida a Badajoz. 650 habitantes, frutales, tierras de regadío y, aunque es un pueblo pequeñito, presume de carretera de circunvalación. A ella ha trasladado Julio, conocido en media provincia de Badajoz como El Portu, su negocio, que antes era un mesón en medio del pueblo y ahora es un complejo hostelero con varios salones, chill-out, jardines, terraza, un terreno donde levantará un hotelito con encanto y con piscina y la estrella: un restaurante espectacular, más bien un salón de bodas, llamado 'El Corral del Rey' (no confundir con el de Trujillo) donde da de comer a 200 personas sin que nada rechine: ni la cocina, ni el servicio, ni el ritmo de la comanda.

Mesas amplias, gran pantalla de televisión sin sonido, decoración de macetas colgantes, estufas eficaces que calientan sin agobiar, diez camareros uniformados, veloces, campechanos y eficaces… Nos sentamos y al instante traen unos chorizos blancos y rojos de matanza propia, «ocho guarros he matado este año» presume El Portu, y una bandeja con un pan candeal de toda la vida que nos reconforta después de tanto bollo precongelado y tanto pan sin gracia como llevamos comido tras un año haciendo rutas gastronómicas para En Salsa.

Copas correctas (33 referencias de vinos tan ajustados de precio que alguno cuesta lo mismo que en el supermercado), vajilla y cubertería sencillas, buenos cuchillos para la carne y una «carta para este fin de semana» que cabe en un folio: 40 platos sin incógnitas, de los que no hace falta explicar, divididos en entrantes (ibéricos, quesos, setas, chocos, pulpo, almejas, ranas y caracoles, croquetas y croquetones, gambas y gambones), ensaladas (mixta, césar, frutos rojos), pescados (bacalao, corvina salvaje, cogotes de merluza, dorada) y carnes (solomillo, pluma, cochifrito, carrillada, cochinillo, chuletones).

Jugamos a ser perversos y nos lanzamos a por el plato más exótico de la carta: gambas al ajillo con patatera. Suena a ocurrencia insensata, pero es un hallazgo inesperado, un plato para ponerlo de moda, bien emparejado y con gracia. Lo inventó José, un cocinero que estuvo por aquí el último verano, venía de Mallorca y allí lo hacía con sobrasada, ha tenido éxito y permanece en la carta.

Pero entramos en la parte seria. Hemos venido a Barbaño a comer solomillo de retinto y a la mesa llega una pieza solemne haciéndose sobre una piedra ígnea. No falla el producto ni falla el acompañamiento. Carne jugosa y blanda, corte perfecto, ración abundante, cuenquito con sal maldon y una guarnición deliciosa dividida en tres partes: a un lado, un plato hondo con una deliciosa menestra de verduras, que merece protagonismo por sí sola, al otro lado, una bandeja de patatas bien fritas y coronándolo todo, un tomate rosado y grandote (de dónde sacará El Portu estos tomates en febrero) preparado al modo tradicional: cortado a la mitad, sazonado y con aceite.

Del postre, mejor nos vamos a olvidar: un flan de huevo sin emociones con «glamuroso» chantilly a ambos lados y sirope saleroso por encima y una tarta de queso recubierta de una película roja muy pinturera. El resto de la comida la recordaremos siempre.

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