La cara oculta de la mente que alumbran las lesiones
La extremeña Carmen Hernández necesitó ayuda para gestionar la huella psicológica de un proceso que jalonó su vida tras romperse el cruzado de la rodilla
Las lesiones son la némesis de un deportista, el enemigo a evitar, al que nunca quieren sostener la mirada y el desafío más exigente al que enfrentarse a todos los niveles. Implica reconfigurar límites y prioridades, aparcar sueños y librar una batalla contra un coloso que custodia todas las llaves de la recuperación, la mente. Un combate para el que la mayoría no está adiestrado y que se dirime con un armamento romo compuesto por dudas, incertidumbre, desazón y miedo.
Carmen Hernández (Badajoz, 25-11-2001) pasó por ese proceso. El 9 de mayo de 2021 se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla en un duelo que disputaban los filiales del Santa Teresa y el Betis. Y a partir de ahí comenzó un vía crucis de 20 meses en el que descubrió que factores que parecían subyacentes en realidad eran vertebradores y carecía de las herramientas para gestionarlos.
El componente psicológico fue clave incluso en el origen de todo. «Cuando me lesioné fue una semana rara, había entrenado mal, no me sentía yo, estaba insegura y fue entonces cuando me rompí el domingo». Sus pensamientos oscilaban entre la resignación y cierta incomprensión, «se me paró todo», reconoce. Pero trataba de normalizarlo. «Decía: 'ya está, me he lesionado, me toca esto, pero no terminaba de asimilarlo aunque dijera que sí». Se focalizó en la operación para empezar a ganarle días al calendario, pero ese paso se complicó. Tras una primera intervención, tuvo que pasar de nuevo por el quirófano para someterse a una artroscopia para limpiar la zona y a los diez días volvió para tratar una infección. «Fue desesperante porque estaba poniendo todo de mi parte pero no veía resultado y ahí se me empezó a hacer largo». Disciplinada y muy rigurosa, Carmen Hernández siguió los planes de ejercicios, «pero como la cabeza no estaba bien, la rodilla no funcionaba. Sentía mucho cansancio», narra.
A partir de ahí, en aspectos básicos de su vida se vio obligada a partir de cero, una regresión que provoca cierto vértigo y cuyo aturdimiento no es fácil de interiorizar. «Después de usar las muletas y estando tanto tiempo inmovilizada, tienes que volver a aprender a andar, a correr y a coordinar, se nota mucho». Además, le tocó aceptar que el periodo en el dique seco excedería bastante de los 7-9 meses que suelen pronosticarse para estas dolencias.
Su estado de ánimo, su carácter y su estilo de vida empezaron a ser indicativos fehacientes de que mentalmente la maquinaria no estaba carburando como debería. «Yo no me notaba igual, soy de reírme mucho, de estar haciendo bromas, de no parar quieta, y estaba todo el día en la cama. No me quería levantar, no tenía fuerzas. Comía superpoco, mis padres me planteaban cualquier plan y les decía que no tenía ganas. A lo mejor hacía el esfuerzo pero no quería estar ahí». Ese cúmulo de sensaciones y actitudes hicieron clic en ella y generaron una reacción. «Me paraba y pensaba: 'yo no soy así'. Dije: 'mamá, necesito ayuda, algo no está bien'».
Admite que le costó mucho dar ese paso y que una amiga que había pasado por algo similar, Marian Pueyo, futbolista del Osasuna, le sugirió que buscara ayuda. «¡Pero cómo le voy a decir eso a mi madre!», le espetaba cuando se planteaba recibir terapia, pero finalmente se puso en manos de psicólogos y psiquiatras. Las reticencias eran constantes, sobre todo al inicio. «Cuando me propusieron ponerme un tratamiento les decía que sí para irme a mi casa, pero no me quería tomar unas pastillas, no quería depender de eso toda la vida». Conceptos como ansiedad o depresión entraron a formar parte de su vocabulario y en esa primera fase reconoce que «me sentí muy perdida. Son palabras que se evitan pero que mucha gente sufre y hablándolo y verbalizándolas es más fácil superarlo».
Había una pregunta que la atormentaba con cierta frecuencia «¿por qué a mí?», pero mientras escribía un tuit en el que contaba su lesión, su padre la interrumpió y dio la vuelta al razonamiento. «Él me paró y me respondió: '¿Y por qué a ti no? No eres más o menos que nadie, a veces las cosas pasan y no hay que buscarle un motivo'», una lección a la que otorgó su propia dimensión. «Nos centramos en querer entender y nos volvemos locos porque a lo mejor no vas a encontrar esa explicación o igual no la tienes ahora y hace falta tiempo. Nos obsesionamos con tenerlo ya y todo necesita un proceso y hay que respetarlo».
El patrimonio de crecimiento personal que ha adquirido es muy rico, implementando su empatía, porque «no era consciente de lo que pueden llegar a afectar las cosas». Además, ha cultivado esa habilidad para extraer de cada detalle un néctar jugoso y dulce. «Valoro todo mucho más, como por ejemplo ir a entrenar, da igual con lluvia o como sea; disfrutar de la comida, que antes no quería, simplemente decía, 'si no me muevo, ¿para qué voy a comer?».
Su llegada al Huesca
Tras probar suerte con el Getafe durante la pretemporada, en septiembre apareció la opción de enrolarse en las filas del Huesca (actual líder del grupo III de Primera Nacional), que le aportaba los medios necesarios para continuar con su proceso de rehabilitación. «Como estaba tan mal psicológicamente pensé que me vendría bien para cambiar el chip y disfrutar, y así fue, todo volvió a rodar». El pasado 26 de noviembre, 566 días después, Carmen pisaba el verde, con su madre en la grada como testigo y con una paz mental como aliada que la llevó de la mano en su reaparición: «Estaba supersegura, jugué muy tranquila y sin pensar en ningún momento en la rodilla».
Queda trecho. Ha rebasado la parte más incierta del camino, la que depara un paisaje abrupto entre penumbras transitado sin brújula ni equipamiento. Ahora los pasos son firmes, sabiendo descifrar la orografía del terreno. «Sigo en tratamiento, pero estoy estable y contenta con lo que tengo y apreciando la oportunidad que me han dado».
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