Dionisio y Fermina vuelven a pasear junto a su familia
Matrimonio que vive en la residencia Cervantes. Han sido los primeros que han salido de este centro, uno de los más afectados por el virus, para reunirse con sus seres queridos por cuatro horas
A las 12.45 de ayer se abrió la puerta de uno de los ascensores de la residencia Cervantes de Cáceres. Tras ella apareció Dionisio con su bastón y su mujer Fermina. Después de dar unos diez pasos lentamente se sentaron en dos sillones de la recepción a esperar a su hija Ana Belén, que llegó puntual. Ni un minuto antes ni uno después, tal y como marca el protocolo. Nada podía fallar en el día que tanto ansiaban. Ellos son las primeras personas que salen de este centro de mayores en el que viven para pasar la tarde junto a su familia.
El coronavirus ha infectado a 65 de sus compañeros y se ha llevado para siempre a 19. Esas cifras han convertido a esta residencia pública en una de las más afectadas de la región. Pero ayer Dionisio Grado y Fermina Iglesias querían olvidar los momentos difíciles, aunque fuera por una horas. En concreto las cuatro, de una de la tarde a cinco, que pudieron compartir junto a sus dos hijas, su hijo, sus seis nietos y su biznieta.
«Con esto de la enfermedad, como aquel que dice, hemos estado prisioneros sin haber estado en la cárcel nunca. Han sido 90 días en la habitación. Al menos hemos podido estar los dos juntos», recuerda Dionisio, que fue panadero durante medio siglo. «Era de los que doblaba turno. Empezaba a las doce de la noche y no volvía a casa hasta las dos del mediodía», dice con una sonrisa y dejando claro lo activo que siempre ha sido.
Él, al igual que su esposa, dieron negativo en la prueba que le hicieron de coronavirus. Sin embargo, el protocolo les ha obligado a estar en 12 metros cuadrados durante tres meses. «Por la tarde contaba los pasos que daba. Llegué hasta mil dando vueltas», dice este cacereño de 89 años que antes de que la pandemia golpeara a Extremadura no había un día en el que no saliera a la calle.
En este tiempo sus únicas conexiones con la realidad han sido las llamadas telefónicas de su familiares, el periódico que le subían a su cuarto y la televisión. «Se hablaba mucho de que moría la gente. Hemos estado informados de lo que estaba pasando y ahora solo le pido a Dios que tenga un poco de sentido», comentaba ayer Dionisio, que aseguró que no ha tenido miedo. «Solo pena por no poder estar con mi familia».
Eso es lo que ha echado de menos por encima de todo. «No poder estar con mis hijos y mis nietos ha sido muy duro. He estado sin verlos mucho tiempo», decía emocionado mientras Fermina asentía con la cabeza.
«Estoy ilusionada de verlos a todos, aunque tengo muchos dolores, pero viéndolos se quitan un poco», reconocía a sus 86 años justo antes de despistarse y mirar hacia otro lado. «Le cuesta cada vez más. A ella el confinamiento le ha pasado factura», explicaba su hija Ana Belén, que también se emocionaba.
«Nosotros hemos estado bien, pero en este tiempo tenía una tristeza cada vez más grande cuando me venían a la cabeza mis padres. Sentía mucha pena cuando pensaba que ellos estaban encerrados en una habitación», cuenta Ana Belén, que no ha tenido miedo a que se contagiaran porque confiaba en los profesionales de la residencia en la que viven sus padres desde hace un año y medio.
Las secuelas
Antes del reencuentro de ayer, tuvo la oportunidad de visitarlos en la propia residencia, pero nunca antes había podido pasar tiempo con ellos fuera de este centro en el que actualmente viven 102 ancianos. «Hay residentes que han pasado de la planta de válidos a la de asistidos por las secuelas de la covid-19», detalla Ana Rasero, directora de la residencia Cervantes, que está libre de contagios desde el pasado 5 de junio.
Pasaron dos semanas y los familiares empezaron a hacer las primeras visitas dentro del centro con todas las medidas de seguridad. Las salidas al exterior para los residentes considerados validos se iniciaron el 22 de junio, pero siempre acompañados de personal de la residencia. Por el momento no ha habido nuevos ingresos. «Vamos poco a poco», matizaba Rasero.
«Hemos estado prisioneros sin estar en la cárcel. Han sido 90 días en la habitación», dicen estos cacereños de 89 y 86 años
Ayer dieron un paso más al permitir reuniones en el exterior con familiares. «Cuando tuvimos el primer contacto me emocioné muchísimo. Vi que estaban un poco más delgados y mi madre más desganada», contaba Ana Belén mientras cruzaba la puerta de la residencia. Lo hacía agarrada a las manos de sus padres.
Al final de la rampa les estaba esperando su nieta Marta, que no pudo aguantar la emoción al ver a sus abuelos. Se le notó pese a que gran parte de su rostro lo tapaba la mascarilla. Aún así se contuvo para no darles el abrazo que tantas ganas tenía y no ponerles en peligro. Reconoció que ha pasado este tiempo muy preocupada. «Sobre todo por el deterioro cognitivo que han podido tener», decía la joven, que no paró de lanzarle besos con las manos a sus abuelos hasta que se montaron en el coche.