Borrar
¿Qué ha pasado hoy, 16 de abril, en Extremadura?

Conquistadores extremeños y un difunto en el cine

Desde la moto de papel ·

Sergio Lorenzo

Cáceres

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 4 de marzo 2018, 09:55

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Vi al espíritu de Sanjosé removerse en la butaca de al lado, cuando al ver la película Oro, escuchó este diálogo entre dos conquistadores que estaban cruzando un río lleno de caimanes:

–¿De dónde eres?

–De Extremadura.

–Malas tierras, mala gente.

Después de, entredientes, llamar «hideputas» a los guionistas, que no son otros más que el malauva de Arturo Pérez-Reverte y el director de la película, Agustín Díaz Yanes, el viejo periodista se tranquilizó al ver que el personaje extremeño salía bien parado en el conjunto de la narración.

Raúl Arévalo es el actor que interpreta, bastante bien, por cierto, al conquistador Martín Dávila, natural de Trujillo. Un personaje inventado por Pérez-Reverte, que también se inventa a los aventureros a los que da vida José Coronado y Óscar Jaenada, buenos actores al igual que la actriz Bárbara Lennie. Es una película entretenida, que relata la búsqueda de El Dorado por un grupo de 40 aventureros españoles, entremezclando historias reales de Lope de Aguirre y Vasco Núñez de Balboa.

Cuando salimos del cine, Sanjosé dijo que le parecía bien que naciera una nueva película sobre los conquistadores, «es que hay muy pocas películas, para lo que significó esa proeza. Si la conquista de América la hubieran hecho los norteamericanos habría más películas de conquistadores que de vaqueros». Lo que no entendíamos es por qué Pérez-Reverte había hecho un batiburrillo y no se había centrado en un personaje. «En Trujillo no nació ese Martín Dávila de la película – dijo el viejo periodista –; pero sí lo hizo Francisco Pizarro, conquistador del Perú; o Francisco de Orellana, el descubridor del río Amazonas; o Diego García de Paredes y Vargas, que fundó la ciudad de Trujillo en Venezuela...».

También me señaló que había bastantes conquistadores naturales de Cáceres. «El Ayuntamiento celebró en 1892 el cuarto centenario del Descubrimiento de América, colocando en un medallón de madera policromado los nombres de cinco hijos de la ciudad que según quedó escrito ‘más se distinguieron en la conquista del Nuevo Mundo’. Los cinco eran: García de Holguín, que participó en la conquista de México; Lorenzo de Aldana, que fue gobernador de Quito; Juan Cano de Saavedra, que participó en la conquista de México y se casó con Isabel de Moctezuma; Francisco Godoy, teniente general de Pizarro; y Perálvez Holguín, que participó en la conquista de Perú».

Comentó que teníamos olvidados en Cáceres a estos increíbles hombres, que bien merecía una película cada uno por lo que hicieron en América.

Bajando por la avenida de la Virgen de la Montaña, llegamos a la zona de Colón, a la Plaza de Conquistadores. «De lo poco que se ha hecho en Cáceres por esos valientes – siguió hablando –, está el haber levantado en 1958 este monolito, que se llamó de los conquistadores, y dio nombre a la plaza. Y aquí, en este monumento, hace unos pocos años hemos demostrado la gran ignorancia que tienen algunos en Cáceres sobre nuestra historia».

El monolito fue encargado por el Ayuntamiento al arquitecto municipal Ángel Pérez y al escultor Eulogio Blasco. En el monumento se recuerda a un total de 29 conquistadores extremeños, cuyo nombre aparece en una placa.

Eulogio Blasco aportó al monolito un trabajado relieve de la Virgen de Guadalupe y un escudo de España de la época de los Reyes Católicos. Ese escudo es el que originó una sorprendente noticia en el año 2010, que salió a nivel nacional por lo ridículo, casi como cuando el Cabo Piris retiró de la librería Figueroa una lámina de la maja desnuda de Goya por indecente.

Ocurrió el 25 de marzo de 2010, cuando el Ayuntamiento mandó a dos operarios a que retiraran el escudo de los Reyes Católicos, poniendo uno actual de España. Los regidores municipales dijeron que retiraban el escudo porque era franquista. El Instituto de Estudios Heráldicos y Genealógicos de Extremadura puso el grito en el cielo, y empezaron a escucharse voces que señalaron que el escudo no tenía que ver con Franco. Explicaron que hay tres maneras de distinguir claramente uno de otro. En el escudo franquista aparece en uno de los cuarteles, bajo la corona, las cadenas que representan a Navarra; también puso Franco la divisa ‘una, grande y libre’, y las dos columnas de Hércules con el lema ‘Plus Ultra’. El Ayuntamiento tardó en dar su brazo a torcer. Dijo que había dudas y que iba a consultar al Ministerio de Cultura, que tardó poco en decir que la corporación municipal había metido la pata.

Cuatro meses y diez días después, el Ayuntamiento mandó a otros operarios para poner en su sitio el escudo de los Reyes Católicos.

Sanjosé me siguió hablando de cacereños conquistadores mientras tomaba una sabrosa pizza barbacoa en el Restaurante Bartolo, en donde la camarera me miraba de reojo cuando me veía gesticular y hablar, al pensar que estaba solo.

Al terminar de cenar y subir al Paseo de Cánovas, volvimos a pasar cerca del cine y la amable vendedora de entradas que estaba fumando fuera, se me acercó:

–Perdone… una curiosidad. ¿Por qué siempre paga dos butacas de la fila 7, cuando siempre ve las películas solo?

–Por comodidad. – Le respondí –. Me gusta tener libre el reposabrazos de la derecha, sin miedo a tropezarme con el brazo de otra persona.

Le dije lo primero que se me ocurrió, ¡cómo iba a decirle que veo películas con un amigo muerto!, y que me gusta hacer lo mismo que hacía mi abuela, cuando acompañaba a familiares difuntos a San Andrés de Teixido, el lugar de Galicia al que vas de muerto si no has ido de vivo.

En el momento en que ella sabía que un familiar había muerto sin ir al pueblo de los espíritus, acudía un amanecer al cementerio de Ferrol, a Catabois, se ponía en la puerta principal y llamaba al muerto. Caminaba con él unos dos días hasta llegar al pueblo que está en el acantilado más alto de Europa, a 612 metros sobre el nivel del mar. Hablaba con él y hasta le dejaba comida en las paradas.

Cuando ya hubo autobús desde Ferrol hasta el pueblo santuario, mi abuela pagaba dos asientos: el suyo y el del muerto. Y... ¡ay de aquel que intentara sentarse en el asiento del difunto! Hacía lo mismo que hago yo cuando alguien intenta sentarse a mi derecha en el cine. «¡Está ocupado!», grito inmediatamente enseñando las dos entradas. Y me da igual que piensen que estoy loco al ver que no se sienta nadie en la butaca en toda la película: ¡Hay que respetar a nuestros muertos cinéfilos!

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios