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El Chupy sujeta el llamador de la Virgen de la Soledad, con el que tantas veces ha dado la orden de levantar el paso. José Vicente Arnelas

La última levantá de 'El Chupy' a la Virgen de la Soledad

Despedida ·

Tras 42 semanas santas siendo los ojos de sus costaleros, Juan Ramón Peinado se jubila como capataz del paso de la Patrona de Badajoz

Miriam F. Rua

Badajoz

Domingo, 31 de julio 2022, 07:59

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Tenía 17 años la primera vez que se puso al frente del paso de la Virgen de la Soledad para sacarla en procesión. Su padre, que era el capataz, estaba ingresado en el Hospital Provincial y le tocó a él coger el llamador. Desde entonces ha guiado a los hombres que han pasado por debajo del paso de la Patrona cada Jueves y Viernes Santo.

Tras 42 semanas santas como capataz (son en realidad 44, obviando las dos sin procesiones de la pandemia) de la Soledad, Juan Ramón Peinado 'El Chupy' se jubila. Su última levantá la ordenará en septiembre cuando baje a la Virgen desde la Catedral a su ermita tras la celebración de la novena.

Él es la segunda generación de una familia, la de los Peinado, que es una institución en la Hermandad de la Soledad. Su padre, Manuel, es en buena medida el artífice de la finalización y el embellecimiento del templo. Primero como trabajador y luego con su propia empresa, Construcciones Peinado.

La vinculación de su familia con la hermandad fue más allá de lo laboral. Cada Semana Santa, montaban y desmontaban los pasos y buscaban las cuadrillas de cargadores en Cuatro Caminos y la Plaza Alta. Por entonces, Juan Ramón, a quien Badajoz conoce como 'El Chupy' por el nombre del bar de copas que abrió a finales de los 70 junto a la parroquia de San José, hacía recados de monaguillo: compra esto, dobla aquello o limpia eso otro.

Desde bien pequeño interiorizó el trabajo que supone poner una hermandad en la calle. Vivió los últimos años de los pasos sacados por cargadores, hombres a los que se les pagaba por ir de costaleros. «Cobraban ochocientas pesetas y se les daba un vaso de vino y un bocadillo en El Anzuelo de Oro para que repusieran fuerzas», rememora. También recuerda que había una viga que sobresalía del techo del bajo almacén de La Soledad y que les servía para hacer la criba entre los cargadores. «Ahí el que iba un poco bebido se dejaba la cabeza y eso nos servía de filtro para echarlo para atrás».

Eran los 60, cuando no había ni igualás ni ensayos. «Llegaban los cargadores cinco minutos antes de la procesión y se salía». Fue la antesala a la década negra en la que ya no había cargadores ni pagando y los pasos pacenses tuvieron que salir con ruedas. Salvo La Soledad en Viernes Santo a la que nunca en su historia le ha faltado su cuadrilla de costaleros. «No había problemas de gente porque la sacaban hermanos de la casa, todos para cumplir con alguna promesa».

Juan Ramón Peinado en la ermita de La Soledad. José Vicente Arnelas

El Chupy completó la 'mili' cofrade: fue nazareno, costalero de la Virgen en el lugar de su padre, cuando la enfermedad la impidió ponerse debajo del paso, se estrenó como capataz con el Crucificado (el paso que la última Semana Santa sacó la Policía Nacional al estilo legionario) y en 1978 se vio solo delante del palio de la Patrona.

Había visto ejercer de capataz al maestro Caldito, primero, y a su padre, después. De ellos aprendió las formas y el estilo, que ni las modas ni el paso de los años han contaminado. El Chupy es el prototipo de capataz serio, que no hace concesiones al folclore y que, pese a saber que es el director de orquesta de la procesión más popular de la Semana Santa pacense, nunca ha tenido la tentación de ser él, el protagonista. «Los folclores no van conmigo, soy un capataz riguroso que es lo que siempre vi y lo que aprendí. Nunca he gritado 'Al cielo con ella', no discuto con quien lo hace, pero esos alardes no me gustan».

«Nunca he gritado 'Al cielo con ella', los folclores no van conmigo. Soy un capataz riguroso, que es lo que aprendí»

Sin mas ritual que rezar un Padrenuestro antes de salir y llamar a sus costaleros para que se coloquen, las órdenes de El Chupy siempre han sido a golpe de llamador, haciendo sonar sus ocho kilos de plata maciza. Como capataz, su papel ha sido –define– «dosificar las fuerzas de los costaleros». Una tarea en la que hay que poner cabeza en medio de un escenario donde la emoción corre a borbotones en forma de aplausos, saetas y vítores a la Patrona, que él lleva muy despacio y al son de la banda durante las cinco horas que está en el calle. «Es un ejercicio de contención, porque no es solo salir, la procesión también tiene que llegar. Los hombres que van debajo del paso no ven, solo son corazones y les puede la emoción de lo que oyen fuera».

Recuerda como momentos amargos, las dos estampidas. «La primera hace muchísimos años en la calle Menacho. Los Morrocate, dos hermanos que recogían cartones, dieron un golpe con una barra de hierro a uno de los antiguos quioscos de la ONCE. Sonó un estruendo y la gente echó a correr. Nos quedamos la Virgen, los cuatro guardias que llevaba y yo». Un susto similar revivió en 20160 en la Plaza Alta. El momento más bonito, la Coronación de la Patrona.

Peinado también ha sacado como capataz en una ocasión de la Espina, la Amargura y el Resucitado, pero su compromiso inquebrantable durante 44 años ha sido con La Soledad. «Con la Virgen y con la hermandad he cumplido de sobra. He sido un privilegiado». Su deseo ahora es cederle el testigo a su hijo pequeño, que lleva 17 años acompañándole. La última palabra la tendrá la junta de gobierno de la Hermandad, que tiene abierto ahora el plazo de presentación de las candidaturas para elegir al nuevo capataz.

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