«En cinco años, no recuerdo ni cinco minutos sin dolor»
Maribel Díaz, la artista pacense 'La Ratona', tuvo que cerrar su taller cuando su espalda no pudo más. Está en un sillón a la espera de una operación que le permita ponerse derecha
Maribel dice que en los últimos cinco años, la vida le ha pasado por los lados mientras que ella ha seguido en el letargo de su sillón. Es el tiempo que lleva sin poder andar erguida, teniendo que levantar con sus manos su pierna derecha para recostarse y conviviendo con un dolor que no le quitan ni las dieciocho pastillas que toma al día. Su columna no aguanta el peso de su cuerpo y mientras espera una operación para que con placas y tornillos le refuercen las vértebras, lo ha perdido todo: su taller, sus máquinas, su hueco en el mundo artístico, al final, su vida.
En Badajoz la conocen como 'La Ratona', el nombre de su taller que primero tuvo en su casa, luego en la barriada de Llera y finalmente en la calle Encarnación, en pleno Casco Antiguo. Allí reinició una vocación que descubrió en la carpintería de su abuelo, en la que luego se formó licenciándose en Bellas Artes y con la que logró entrar en el mundo artístico de la ciudad, especializándose en el diseño y la fabricación de piezas de hierro, acero, madera y resina.
Hasta poder dedicarse de pleno a su taller, echó muchas horas en bares y restaurantes para poder pagar la hipoteca y mantener a su hija, a la que sigue criando sola. Y por fin, llegaron los encargos importantes, el reconocimiento a su trabajo y su hueco en la nómina de artistas pacenses.
Ya entonces asomaba el dolor, que empezó como una ciática, que aplacaba con antiinflamatorios. «Lo que al principio eran crisis aisladas fue evolucionando a un dolor cada vez más intenso y más incapacitante». Con un trabajo creativo pero que le exigía el esfuerzo físico de moldear el hierro o la madera y sin poder permitirse darse de baja porque el dinero que no ganara ella no le iba a entrar por otra vía, trató de cuidarse, de buscar soluciones en la osteopatía, la acupuntura o los fisios, pero sin permitirse guardar reposo.
«Mi cuerpo colapsó»
En este tiempo de crisis intermitentes, Maribel ya estaba familiarizada con los médicos. En los diez años que aguantó hasta que el dolor la dejó literalmente doblada no hubo diagnóstico para ella. «En 2017 mi cuerpo colapsó. El médico de cabecera no sabía ni por dónde cogerme porque el dolor y la inflamación irradiaron tanto que se me juntó con un cólico nefrítico, el colon irritable... Me tenían que vestir, duchar, acostar, sentar, levantarme, era absolutamente dependiente. Tenía 37 años y desde entonces no he vuelto a poder ponerme derecha».
«Con 37 años me tenían que vestir, duchar, sentar, , acostar y levantarme, era absoslutamente dependiente»
Tuvo que renunciar a proyectos que la entusiasmaban, como hacer las escaleras del nuevo edificio de Las Tres Campanas o la escenografía de una compañía de teatro que iba a girar por escenarios como el Romano de Mérida. Pero ni por asomo pensaba que esa crisis se prolongaría hasta hoy. «No me imaginaba lo que me iba a pasar. Cuesta muchísimo hacerse un hueco para poder vivir de mi profesión y lo que quería evitar a toda costa era perder mi sitio».
Entre pastillas
No pudo elegir porque aunque el dolor, en sus palabras, fue evolucionando, nunca se iba del todo. «En los últimos cinco años no recuerdo ni cinco minutos sin dolor». Maribel no puede estar en horizontal, por lo que duerme (poco) en el sillón del salón, recostada entre cojines, con un bol lleno de blísters y un vaso de agua en el reposabrazos y varias ovillos de lana de colores con los que echa fuera su creatividad.
En cinco años, esta pacense se ha topado con los protocolos médicos de consultas, citas, tratamientos, esperas, reclamaciones..., que ha intentado aligerar vendiendo las máquinas de su taller para pagarse consultas y pruebas por lo privado y poder seguir viviendo. El neurocirujano le dijo que padecía síndrome facetario, un desgaste de las facetas de las vértebras de su columna que le obliga a caminar como una anciana.
«El primer día que me vio me dijo que la solución era operarme, pero que antes de llegar al quirófano tenía que probar una serie de tratamientos. Inflitraciones, ozono, bloqueo epidural y diatermocoagulación... Nada me quitaba el dolor y yo no podía soportar más agujas en mi espalda».
«Cuando el neurocirujano decide que ya había vivido suficiente y que era el momento de operarme, habían pasado 4 años»
En este tiempo sus tratamientos han sido paliativos, a través de la Unidad del Dolor y de sus ingresos en Urgencias. Dice que conoce perfectamente cómo su cuerpo reacciona a la química. Lo ha probado todo, incluida la morfina que estuvo tomando durante año y medio y que le provocó un 'mono' cuando se la quitaron, que –confiesa– «es lo peor que he vivido, ni los dolores». Ahora su tratamiento es de 18 pastillas diarias y, aún así, dice que el dolor nunca desaparece.
«Cuando el neurocirujano decide que ya he vivido suficiente y que había llegado el momento de operarme habían pasado cuatro años. Me incluye dentro de la prioridad dos, que significa que en tres meses tendría que estar en quirófano pero hoy sigo esperando. El dolor me ha limitado la vida y me ha truncado la profesión, pero siento que tanta burocracia y tanto protocolo médico es lo que me ha robado tanto tiempo».
Maribel está ya a las puertas de su anhelada operación. «Mi esperanza es que el neurocirujano me ha dicho que me va a poner derecha, pero aún no puedo platearme qué será de mí después». Con 42 años, está dispuesta a volver a empezar, aunque sea desde cero.
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