Los millonarios también lloran
David Beckham gasta 1.300 euros al mes en calzoncillos. ¿Estupidez o enfermedad? Si es lo segundo se llama lujorexia
YOLANDA VEIGA
Domingo, 14 de abril 2013, 02:32
Corre David Beckham en pantuflas y calzoncillos por las calles de Beverly Hills para la última campaña publicitaria de H&M. Aunque él compra los slips en Calvin Klein. El futbolista gasta 1.300 euros al mes en ropa interior... blanca y de un solo uso. Habría que echar un ojo a su armario para ver si es como lo cuentan, pero el episodio, sea más o menos veraz, da pie a hablar de la lujorexia, un término más popular que científico que pone nombre exótico a un mal de ricos: la obsesión por el lujo y la desmesura.
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«Hay extravagancias que no son más que estupideces de ricachones, pero otras son síntoma de una patología. Como ese afán coleccionista morboso del lujo para añadirlo como una expansión de la imagen», advierte el psiquiatra y escritor Jesús J. de la Gándara, que nos enseña a reconciliarnos con nuestra imagen en 'El síndrome del espejo' (Editorial Debate). No puede hacer un diagnóstico fiable del 'caso Beckham', pero le huele a trastorno.
- Dicen que Mariah Carey se baña con su perrita en agua mineral francesa y que Paris Hilton alquiló una tumba junto a la de Marylin para su cabra. ¿Es más grave que lo de Beckham?
- Cuanto más extravagante es la conducta, mas patológica. Pero para que sea lujorexia se tienen que dar tres circunstancias: la cantidad o desmesura, la pérdida de control y el sufrimiento.
- ¿Hay una lujorexia benigna?
- ¿Comprar un Picasso de 30 millones de euros es lujorexia? Pues depende. Si lo compro porque me gusta y me hace feliz no hay problema. Sería un caso de lujorexia si lo hago para ostentar ante los demás y no para satisfacción personal. Si sigo comprando solo para que los demás sepan que tengo muchos cuadros y me convierto en un coleccionista patológico. Yo utilizo un acrónimo: SIN. Que significa: sufrimiento, incapacidad para ser feliz y necesidad de más. Mientras me produzca placer y haya equilibrio no pasa nada.
Placer y nada más debía de producirle a Juan Antonio Roca, condenado por el 'caso Malaya', el Miró del cuarto de baño, una anécdota que da idea del tipo de persona que era el exasesor de Urbanismo del Ayuntamiento de Marbella, en la cárcel desde hace 7 años. «Es un caso de lujorexia estúpida, no es patológica. Es una simple ostentación inadecuada».
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Y recurre el psiquiatra a un caso real y anónimo que nada tiene que ver con caprichos de ricos: «Vino a mi consulta una joven que compraba tan desmesuradamente cosas que tenía que prostituirse y traficar con cocaína para poder seguir comprando. Adquiría objetos de lujo, sobre todo ropa, y tenía vestidos que ni usaba».
Los tres relojes
Como a ella, les ocurre a muchas «mujeres jóvenes, estresadas, con ansiedad y con bulimia. No con depresión, los depresivos no compran, porque cuando una está deprimida no le apetece ponerse cosas bellas». La lujorexia la sufren más mujeres que hombres y está relacionada con «la baja autoestima». De ahí que sea una patología típica de famosos. «Hay gente que sale mucho de repente y luego nada. La fama es efímera y cuando la pierden, también pierden autoestima. Los famosos necesitan mirarse mucho en el espejo público, que los demás les reconozcan». Y cuando no hay reconocimiento social «compran objetos simbólicos que representan el lujo: joyas, coches... No un cuadro, que es más difícil de enseñar».
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- ¿A quién podemos echar la culpa de este mal?
- Al hipermercado global, a la mercadotecnia. Vivimos en un mundo en el que a veces es más importante el envase que el contenido. Que parezcamos felices en lugar de serlo. Parece que es más importante que una persona pueda ser valorada por otros que por uno mismo.
Pero no es un mal moderno, y De la Gándara diagnostica lujoréxicos desde los romanos, «porque en Roma el lujo y la desmesura eran lugar común. Hay un caso curioso, el de Terencia, que compró en subasta las joyas y vestidos de Cleopatra».
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Lo de Terencia es un claro síndrome del espejo... y lo de Beckham. «Los espejos, reales y virtuales, han democratizado el sufrimiento. Internet ha facilitado que compartamos un mundo lleno de imágenes y eso nos lleva a compararnos siempre con otros y cuando tienes baja la autoestima, comparas y sales perdiendo. Sin espejos no existiría la anorexia, la vigorexia o la tanorexia». Por eso hay que llevarse bien con el espejo.
«Cuando nos miramos en el espejo ponemos en marcha tres relojes. El del carné de identidad, que es insobornable. El biológico, que nos muestra las arrugas y al que podemos engañar con el lujo, las cremas, la cirugía... Y el tercer reloj, el de la biografía, que es el que nos enseña lo que hemos vivido. Hay gente que tiene 50 años y se mira en el espejo y le parece que tiene 60 y encima ha vivido una biografía de 30 porque no ha hecho cosas importantes en su vida. Mal va...». Por ahí podría asomar la lujorexia, que se cura con fármacos y con terapia que nos reconcilie con el reflejo de los espejos.
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