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Después de 80 operaciones, ya no le queda piel para reconstruir su rostro. Su expareja, que la desfiguró de por vida con ácido sulfúrico, fue condenado ayer por un tribunal belga a 30 años de cárcel
SOCIEDAD

Después de 80 operaciones, ya no le queda piel para reconstruir su rostro. Su expareja, que la desfiguró de por vida con ácido sulfúrico, fue condenado ayer por un tribunal belga a 30 años de cárcel

Después de 80 operaciones, ya no le queda piel para reconstruir su rostro. Su expareja, que la desfiguró de por vida con ácido sulfúrico, fue condenado ayer por un tribunal belga a 30 años de cárcel

IÑAKI CASTRO

Viernes, 23 de marzo 2012, 02:31

El timbre sonó por primera vez cuando acababa de llegar a casa después de hacer unas compras. Patricia Lefranc contestó al portero automático, pero algo le hizo desconfiar. Era raro que no viera a nadie a través de la pequeña pantalla que reflejaba la imagen de su calle. «Señora, un paquete para usted», dijo entonces una voz desconocida. Aunque seguía sin estar del todo convencida, finalmente decidió bajar al portal ante la insistencia del mensajero. Segundos después empezó un infierno que no terminará jamás. En un ataque de crueldad infinita, su expareja le roció la cara con ácido sulfúrico. Nunca volverá a tener un rostro humano porque, tras 80 operaciones, ya no le queda piel para más reconstrucciones.

Patricia, de 46 años, cogió el ascensor de su edificio todavía extrañada. Al llegar a la planta baja, la ventanita del elevador le permitió ver a un hombre vestido con ropa de motero negra que ni siquiera se había quitado el casco. Abrió la puerta más tranquila, pero entonces un detalle le cortó la respiración. No era la primera vez que se topaba con aquel llavero. En realidad, se trataba del llavero de Richard Remes, el hombre al que había dejado recientemente porque sus obsesiones le daban miedo. Antes de que pudiera reaccionar, Patricia sintió el fuego en su cara. Armado con una botella, su exnovio había empezado a lanzarle ácido sulfúrico con una concentración del 96%.

La mujer cayó al suelo destrozada por el dolor. Su mente, sin embargo, todavía estaba alerta. Creía estar segura de haber escuchado el sonido de la puerta del edificio al cerrarse, pero Remes no se había ido. El agresor la agarró del pelo, le sujetó los brazos con sus piernas y le vació el resto de la botella de ácido por la cabeza. A duras penas y entre alaridos, Patricia consiguió arrastrarse hasta la calle segundos después. Allí, la encontraron los empleados de una inmobiliaria cercana con el rostro arrasado. «Ha sido Richard, ha sido Richard», acertó a decirles. Patricia ingresó casi de inmediato en un hospital especializado con quemaduras de tercer grado. Permaneció en coma artificial durante tres meses.

La espeluznante agresión ocurrió el 1 de diciembre de 2009 en Molenbeek, una comuna perteneciente a la región de Bruselas. La víctima ha revivido estos días cada instante del ataque durante la celebración del juicio. Cuando llegó por primera vez al tribunal, muchos no pudieron ocultar su conmoción al ver su rostro completamente desfigurado. Patricia no ve por un ojo, perdió casi todo el pelo y la oreja izquierda, sus pechos están deformados y ya no tiene ni ombligo. No queda casi ni rastro de aquella hermosa mujer rubia de amplia sonrisa. «Podremos mejorar su estado, pero jamás tendrá una figura humana», lamentó en la sala de vistas uno de los médicos que la ha tratado.

Páginas de contactos

Las secuelas físicas son brutales, pero el calvario psicológico se queda sin adjetivos. «Patricia Lefranc está muerta socialmente», resumió uno de sus abogados en el juicio. La propia víctima contó que un día fue con una de sus hermanas a tomar un café. Entonces, un desalmado se acercó para insultarla. «Con una cara como la tuya, no se te debería permitir salir por la noche», le espetó. Algunos de sus allegados también se ha distanciado porque no son capaces de mirarla. Eric, el hombre con el que compartió los años más felices de su vida antes de conocer a Remes, acudió a visitarla al hospital. Durante meses, tuvo que medicarse para superar el shock que le causó su rostro en carne viva.

El origen de esta historia desgarradora se remonta a finales de 2008. Patricia, madre de tres hijos fruto de dos matrimonios fracasados, se sentía sola y al borde de la depresión. Remes, su vecino del primer piso, acudió en un par de ocasiones a su casa para efectuar algunas chapuzas. Así se conocieron y empezaron a salir, a pesar de que el hombre estaba casado. Apodado 'Hulk', adoraba machacarse en el gimnasio y siempre estaba pendiente de ella. Había días en los que le enviaba hasta 20 ó 30 mensajes de móvil. Patricia, que nunca llegó a enamorarse, siguió con la relación porque «necesitaba estar con alguien». «Parecía que veía a su esposa como a una madre o una abuela», relató en el juicio.

Con el paso de los meses, la situación empezó a volverse más incómoda. Durante unas vacaciones en Egipto, Remes llegó a sacarle 600 fotografías de todos los rincones de su cuerpo. Le juró que las utilizaría para empapelar su habitación. El hombre también estaba obsesionado con la película 'Boxing Helena', una oscura historia en la que un cirujano mutila a su amada para tenerla siempre a su lado. Patricia sintió miedo y acabó con la relación. Lejos de darse por vencido, el agresor inició una asfixiante reconquista, a pesar de que se veía con otras mujeres. Según se ha sabido a lo largo del proceso judicial, frecuentaba las páginas de contactos e incluso introdujo su perfil en una web gay.

Remes intentó volver con Patricia hasta con demostraciones públicas de su amor. 'Yo la quiero', decía la leyenda de una camiseta con la cara de la mujer con la que se paseaba por Bruselas. Sus intentos fueron en vano y el agresor, que se sintió como un «títere», empezó a rumiar su venganza. Las investigaciones policiales revelaron que consultó páginas de internet sobre los efectos del ácido sulfúrico y estuvo en contacto con una empresa china para comprar cianuro. «Quería marcarla», admitió ante el tribunal antes de explicar que no imaginaba que los efectos del producto químico «serían así de rápidos».

La niña asfixiada

El agresor fue detenido en su casa unas horas después del ataque. La Policía le encontró escuchando música con los auriculares puestos. Los registros telefónicos demostraron que aquel mismo día tuvo la sangre fría de enviar mensajes de móvil a cuatro mujeres con las que habría mantenido relaciones. En su primera declaración, Remes llegó a decir que el asalto con el ácido fue «una broma que salió mal». Además, aseguró que el producto químico lo adquirió para limpiar la batería del coche de su hija. En el juicio, en cambio, matizó sus versiones anteriores por «respeto a la víctima». «Fue una reacción desmesurada. Ella no se merecía eso», subrayó.

La estrategia de la defensa de Remes se basó en que no pretendía matar a Patricia para atemperar algo la condena. Sus abogados buscaron convencer al jurado de que se le podía atribuir un delito de torturas, pero que el intento de asesinato era excesivo. Tras dos semanas de vistas, el tribunal popular rechazó ayer los argumentos del acusado y optó por la sentencia más contundente. El agresor deberá cumplir 30 años de cárcel, la máxima pena a la que se exponía. «Quiso acabar conmigo. Sabía muy bien lo que hacía», clamó la víctima en la sala días antes.

Patricia no recuperará jamás su vida, pero su tragedia ha servido para que los tribunales belgas abran otro caso en el que su agresor estuvo implicado. En 1988, un bebé de 17 meses apareció muerto en Bruselas. La niña era hija de Antoinette Gallemaers, que justo acababa de romper con Remes. En un principio se pensó que la pequeña cayó accidentalmente por una ventana, aunque la autopsia demostró que había sido asfixiada antes. Remes se libró por falta de pruebas.

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