«MI NIÑO NO SE VACUNA»
Profesionales de la salud piden que se castigue con multas y sanciones penales a los padres que no inmunicen a sus hijos
FERMÍN APEZTEGUIA
Domingo, 22 de enero 2012, 13:54
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El sarampión mata, sobre todo a niños pequeños; es capaz de desencadenar una infección tan grave que destroza el cerebro. La Organización Mundial de la Salud confiaba en que hubiera desaparecido de Europa para el año 2010, pero lejos de erradicarse, ha rebrotado con fuerza. Casi 30.000 ciudadanos del Viejo Continente sufrieron su azote el año pasado. Ocho de ellos lo pagaron con su vida y otros 26 con una encefalitis que, irremediablemente, les complicará la vida y les adelantará la muerte. ¿Cómo es posible que haya vuelto el sarampión cuando existe una vacuna que lo previene y que, además, está incluida en el calendario infantil de vacunación? Las razones de su regreso son variadas, pero los expertos coinciden al apuntar sobre todo a una. Cada vez son más los padres que por ignorancia, esnobismo o por lo que sea, deciden no proteger a sus pequeños contra una de las enfermedades más contagiosas que se conocen. Con su decisión, ponen en juego la vida de sus pequeños, pero también la de sus vecinos. La situación es tan grave que médicos y científicos no dudan en pedir que se castigue con multas y sanciones penales a los padres que se nieguen a vacunarles. Australia ya lo hace.
Si por darle un sopapo a un crío te la has cargado, ¿cómo debemos castigar a unos padres que ponen en peligro la vida de sus vástagos y la de las personas que le rodean, teniendo en sus manos el instrumento que puede evitarlo? Parece una conducta criminal y, por tanto, merecedora de una sanción penal. ¿Tiene que asumir la sociedad un gasto social y de salud impresionante porque haya un niño que no se ha vacunado libre y gratuitamente? No proteges a tu hijo, contrae la 'polio' en un viaje de estudios a India y luego, ¿quién va a mantener a esa persona en silla de ruedas?».
El auge del sarampión en Occidente ha llevado a algunos países a tomar medidas drásticas. Visto que un 11% de los menores de 5 años no estaban vacunados contra la infección, el Gobierno australiano ha decidido suspender los derechos fiscales por hijos menores de 5 años a los padres que no demuestren que les han inmunizado. En total, unos 1.700 euros por niño y año. Es complicado, pero no puede ser que uno decida no vacunar a sus hijos contra el sarampión y luego la sociedad tenga que asumir los costes individuales y colectivos de esa decisión.
El sarampión, una de las principales causas de muerte en niños pequeños y que prácticamente estaba erradicado de Europa, ha resurgido con el cambio de década de manera preocupante hasta llegar a contabilizar el último año más de 28.000 casos en 29 países. El más afectado de todos es Francia, donde los 4.000 pacientes atendidos en 2010 se convirtieron el ejercicio pasado en más de 15.000. La situación en España está más controlada, pero las cifras publicadas tampoco invitan al optimismo. Los 1.900 casos de 2011 multiplican por diez los anotados un año antes.
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El problema es que para mantener el sarampión a raya se necesitan coberturas de vacunación muy amplias, superiores al 90%, aunque lo ideal es el 95%. No olvidemos que hablamos de una enfermedad extremadamente contagiosa y que cuando se detectan pequeñas bolsas de afectados, lo más seguro es que acaben contrayéndola todas las personas susceptibles de enfermar. Es decir, todas las que están sin vacunar.
¿Por qué se tiene tanto miedo a esta enfermedad? El sarampión, a pesar de que dispone de una vacuna eficaz, está considerado como una de las principales causas de muerte entre los niños más pequeños y los jovenes a partir de 20 años. La mayoría de las 200.000 víctimas mortales contabilizadas el año pasado fueron menores de 5 años. Provocada por un virus, es ésta una patología exclusiva de los humanos que se transmite por el aire, como la gripe. Se anuncia con fiebre alta, ojos llorosos y la aparición de manchas rojas por toda la piel. Algunos casos se complican y provocan ceguera y encefalitis, una infección que daña gravemente el cerebro. Una de sus características más peculiares, y una de las razones por las que se le teme tanto es su altísima capacidad de contagio. Basta con estar al lado de un enfermo para infectarse. Como consecuencia, la aparición de un foco, la detección de un solo enfermo, implica un gasto terrible para los servicios de salud, que se ven obligados a tener que contactar y hacer pruebas de diagnóstico a todas y cada una de las personas que hayan estado en contacto con el paciente. Si un niño sube al autobús de la escuela, hay que hacer pruebas a todo el colegio. Si el paciente ha acudido a un concierto de rock, a todo el estadio.
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Lo ocurrido en los últimos años ha llevado a la OMS a retrasar sus previsiones de erradicación de la enfermedad en Europa cinco años, hasta 2015. El sarampión ha vuelto, pero, ¿por qué lo ha hecho? La mayoría de las madres primerizas de hoy tienen entre 28 y 32 años y no han conocido los efectos devastadores de enfermedades como el sarampión, la rubeola y la poliomielitis, que los especialistas también temen que regresen. Como no tienen conciencia de la gravedad de esos males, no protegen a sus hijos contra ellos.
El fraude de Wakefield
Los viajes internacionales y el auge de los movimientos naturistas y hippies, defensores de que la mejor manera de superar una enfermedad es teniéndola, también han influido. La existencia de colectivos con personas menos protegidas aumenta exponencialmente el riesgo de alguno de sus miembros se infecte. No ha hecho menos daño a los programas oficiales de vacunación el «alarmismo injustificado» que los directivos de la OMS propagaron por el mundo con motivo de la epidemia de gripe A de 2009/2010. Como guinda final, y en el auténtico ojo del huracán, el informe publicado en 1998 por el médico Andrew Wakefield en la revista 'Lancet' que vinculaba la vacuna triple vírica, contra el sarampión, las paperas y la rubeola, con el autismo. El tiempo permitió descubrir que aquel informe era solo un montaje con fines económicos; y Reino Unido se vio en la obligación de retirar la licencia a su autor. Pero el mal ya estaba hecho. Wakefield no solo dejó en el mundo la semilla de la sospecha, sino que se ha convertido en un millonario gurú del credo antivacunas.
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En defensa de las vacunas,bastan los datos de la evidencia. En el año 1900, un recién nacido tenía una esperanza de vida de 35 años, pero si lograba superar la adolescencia podía llegar a los 57. Las campañas de vacunación se iniciaron en España en 1950 y la esperanza de vida de un bebé se elevó entonces a los 62 años y hasta los 67 si superaban la barrera de los 15 años. Hoy esa diferencia es solo de doce meses. 78 y 79 años respectivamente. Tenemos una mayor esperanza de vida y eso es el resultado de los avances que se han logrado en tres campos, que son la nutrición, la higiene y la vacunación. No cabe duda1.
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