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Rafael Moneo ayer en el Museo Nacional de Arte Romano con motivo del 25 aniversario de la construcción de la nueva sede. :: BRÍGIDO
«El Museo Romano de Mérida es para mí una pieza especial y de singular valor»
SOCIEDAD

«El Museo Romano de Mérida es para mí una pieza especial y de singular valor»

El arquitecto navarro afirma que el proyecto emeritense le permitió empezar a ser conocido fuera de nuestro país Rafael Moneo Vallés Arquitecto

JUAN SORIANO

Martes, 20 de septiembre 2011, 19:55

Pasear con Rafael Moneo (Tudela, 1937) por las salas del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida es como conseguir que un escritor narre en persona uno de sus libros, o que un pintor explique una de sus obrasXXV Día del Museo. Con paciencia, aguanta fotos y entrevistas antes del acto de celebración del , un acto en el que ayer se conmemoró el 25 aniversario de la construcción del edificio. Y habla con pasión y con las palabras precisas de la que considera una de las piezas más importantes de su dilatada carrera profesional, que se vio reconocida en 1996 con el Premio Pritzker, considerado el Nobel de la Arquitectura.

-El 19 de septiembre de 1986 se inauguró la nueva sede del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida ante la presencia de los Reyes de España y del presidente de la República de Italia. ¿Cómo recuerda ese día?

-Como un día muy importante para mí. Recuerdo bien y vivamente el momento en el que se abrieron las puertas y estábamos todos en la plataforma de la entrada. La gente que no conocía de qué iba la obra quedó sorprendida con esta, si me permite la expresión, majestad de los arcos, y con la dimensión de la gran nave central que, inevitablemente, trasladaba a la gente a lo que podía haber sido la Mérida romana.

-¿Cómo llegó a sus manos el proyecto del museo?

-Creo que se lo debo, y me parece que no falto a lo que fueron los hechos, a la amistad y la confianza que en mi trabajo tenía un extremeño singular, que es Dionisio Hernández Gil, entonces muy próximo al director general de Bellas Artes, Javier Tusell. Seguramente, él quería hacer algo en Extremadura de lo que se pudiera sentir satisfecho, y pensó que lo podía hacer yo, que tampoco era un principiante. Ya había construido el edificio Bankinter, el Urumea en San Sebastián, el ayuntamiento de Logroño y la ampliación de la plaza de toros de Zaragoza. Y me había dedicado sustancialmente a la enseñanza. Entonces, él creyó que tenía las credenciales suficientes para que sus superiores aceptasen su propuesta, y creo que fue en otoño de 1979 cuando me ofrecieron el trabajo. Yo me quedé sorprendido cuando llegué aquí y vi lo que había que hacer en un solar que estaba literalmente cuajado de restos: la calzada, el acueducto de San Lázaro, la iglesia paleocristiana, los peristilos, la necrópolis. ¿Y qué hago yo aquí?

-¿Cómo planteó la obra?

-Frente a un posible modo de entender el proyecto, que hubiera considerado las ruinas simplemente como objeto de contemplación de los visitantes, y queriendo que realmente el museo ofreciese algo de lo que había sido el mundo romano, pensé que tenía sentido que el nuevo edificio naciese, en lugar de saltando sobre las ruinas, mezclándose con ellas y haciendo que se entendiese como aquél que había sobrevivido a todos aquellos edificios que ahora encontrábamos en ese estado de ruinas pero que eran en realidad el pálpito de una Mérida que había visto tantas cosas y que en los tiempos del Imperio Romano había alcanzado su mayoría de edad. La cuestión era de qué modo construir, de manera que al final ese deseo de acercarnos al mundo romano fuese real, diese a las gentes esa sensación de credibilidad. Al final, seguramente, fue un acto de coraje construir de un modo, si no como los romanos, sí tan evidente y tan inteligible, como es la percepción que la construcción romana tiene de las gentes. Cuando este edificio se construyó, todo el mundo entendía cómo sobre aquella cadena de arcos de la cimentación se iba a construir un suelo en el que ahora estamos, que iban a levantarse unos muros. Realmente, a lo largo de la construcción la gente pudo entender bien lo que se pretendía con ello. Esa pretensión vio su fin en septiembre de 1986 previo a utilizar todos estos muros para colgar sobre ellos y que pudieran ser el soporte de esta riquísima colección de objetos que tiene Mérida. Porque, si algún valor tiene este museo, es precisamente que no es el capricho de un coleccionista. Es lo que queda de lo que fue esta ciudad, haciendo que todos estos restos no procedan del mercado, del gusto de alguien que ha podido comprarlos, sino que en realidad están en este suelo. Y esa constancia se siente tanto en la cripta del museo, cuando se ve hasta qué punto se podría continuar por esos callejones, entrando en los cimientos emeritenses.

-¿Qué supuso para su carrera este proyecto?

-Creo que ha sido muy importante. Como he dicho, no era un principiante y había hecho ya algunas cosas, pero seguramente fue la primera obra que comenzó a ser conocida fuera. En realidad, creo que no fue una coincidencia fortuita. Yo había presentado el museo en 1984 en una reunión de arquitectos norteamericanos, colegas que trabajaban en universidades y escuelas con los que nos reuníamos para intercambiar proyectos. Presenté este proyecto, y algunos de mis colegas que conocían mis trabajos anteriores creo que entendieron que a lo mejor valía la pena que me incorporase a la vida académica americana. Y en esos mismos meses, o algo después, me llamaron para decir si consideraría que fuese un candidato a ser chairman de la Escuela de Arquitectura de Harvard. Dije que sí, vino el decano, vio el resto de mi obra, viajé tres veces a América. Y en diciembre me anunciaron que el próximo chairman iba a ser yo. De manera que el Museo Romano está muy ligado a lo que ha sido mi carrera profesional, y de ahí que sea para mí una pieza de especial y de singular valor. Incluso más, ya que durante la construcción murió mi padre, y yo dediqué el edificio a su memoria. Desde entonces, siempre he tenido mucho contacto con el museo, y he visto con tanto gusto y una satisfacción profunda que haya servido de marco y de soporte para formar una escuela de arqueólogos y de estudiosos de la cultura romana que son respetados y que han sabido convertir al centro en un instrumento académico, pero también han sabido darle una importancia en la vida ciudadana, coincidente con esta transformación de Mérida de ser un pueblo grandote, como era cuando yo llegué, a convertirse en esta ciudad que con tanta dignidad representa a la comunidad de Extremadura.

Un trabajo pendiente

-¿Cómo será la ampliación del Museo Romano, que también llevará su firma?

-La ampliación es relativamente pequeña. Puede suponer a lo mejor un 5% de la superficie de todo el solar. Pero sí que va a satisfacer muchas necesidades que la gestión del centro echaba en falta, como una mejora del salón de actos, de las bibliotecas, de los servicios para los trabajadores, para la actividad didáctica y educativa. Así que creo que tendrá su valor. Por otro lado, era casi inevitable que al final el museo absorbiese a ese espacio.

-¿Para cuándo?

-El proyecto está ya hecho y yo confío en que el ministerio mantenga sus presupuestos, y quizás el año que viene incluso comience la obra.

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