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Sábado, 6 de marzo 2010, 01:19
«No se puede alargar la vida, pero, viajando, se puede ensanchar. Nadie se arrepiente jamás de haber viajado», dice el asturiano Sabino Antuña. Y sabe de lo que habla, porque ha agotado 27 pasaportes a lo largo de su itinerante biografía. Su pasión por el viaje comenzó de niño, con un trayecto iniciático en tren desde su Gijón natal hasta Pamplona, y le ha llevado por todos los países del mundo y mucho más, aunque parezca un sinsentido: en 2003, el Club Internacional de Grandes Viajeros le otorgó una medalla por ser el primero en completar los 246 territorios contemplados en su lista.
Su web -www.sabinoelviajero.com- es un depósito de experiencias acumuladas desde su juventud, cuando, recién titulado en Ingeniería, se mudó a París. En aquella primera época de descubrimiento de Europa pintó cuadros para venderlos en Montmartre y desguazó submarinos subastados por la Royal Navy británica. Después, a veces por trabajo y a veces por pura pasión, fue explorando los diversos continentes, con particular atención a las islas del Pacífico. También atravesó el Atlántico en yate, emprendió travesías por el Amazonas y el Orinoco y, en 2002, llegó al Polo Norte: «Tomé un folio y sobre él escribí, en grandes letras, 'Asturias'. Me preguntaba: ¿habrá habido, antes que yo, algún otro asturiano que haya pasado por aquí?», recuerda.
En sus viajes ha habido sitio para el placer, para las sorpresas -como cuando descubrió que en Palaos, un archipiélago del Pacífico, era muy común el nombre de Sabino- y también para los reveses: fue encarcelado en un par de ocasiones y detenido como presunto espía en bastantes más. En Libia, por ejemplo, llegó a bordo de un barco destartalado e infestado de cucarachas y le arrestaron por fotografiar el puerto: «Me quitaron la cámara, el carrete, el pasaporte... Pero, finalmente, llegó el día en el que volví a ver a mis cucarachas. Pensé que no las volvería a ver más, ni a ellas ni la inmundicia del barco y su encantadora comida, en este caso pollo frito en aceite rancio de coco», relata. Pero lo malo siempre se queda en anécdota y él prefiere quedarse con lo bueno, con ese festín de paisajes, sabores y aromas que es el mundo.
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