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ANTONIO PANIAGUA
Miércoles, 27 de junio 2018, 08:54
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Omucho cambian las cosas, y pintan bastante mal, o este verano el tráfico aéreo puede convertirse en un caos. Vuelos cancelados, retrasos y pasajeros en tierra es la estampa que se avecina en los aeropuertos de toda Europa. Las huelgas convocadas en Francia contra las políticas del presidente Emmanuel Macron y sus afanes de congelar los salarios y suprimir puestos de trabajo en la Administración están arruinando los planes de las compañías aéreas. Los controladores se han sumado a las movilizaciones y desatado la anarquía en los cielos. Si añadimos la escasez de este tipo de trabajadores en Reino Unido, Alemania y España, el resultado es una factura desoladora. Los pasajeros damnificados a causa de los paros superan los 780.000, según estimaciones del grupo IAG y Ryanair. Denuncian que paros en las torres de control llevados a cabo en los últimos siete años suponen una sangría 13.400 millones de euros.
Ya a determinadas horas, los cielos europeos están congestionados. La liberalización del sector, la proliferación de las aerolíneas de bajo coste y el incremento de las rutas, que en la UE se han cuadriplicado, han supuesto un crecimiento exponencial del volumen de tráfico aéreo. Junto a ello, se han abreviado los tiempos de espera y la duración de las escalas, de modo que más aviones están disponibles para la navegación. Este desarrollo, sin embargo, no ha ido parejo con una mejor dotación de la plantilla de controladores. En España, por ejemplo, permanece estancada desde hace diez años.
Medio mundo viaja en avión. El año pasado lo hicieron 4.100 millones de pasajeros, lo que supuso un incremento del 7,1% con respecto al ejercicio anterior. En Europa, mil millones de viajeros se ajustaron el cinturón de seguridad y las previsiones indican que el continuo aumento de usuarios no ha tocado techo. Con todo, se anuncian inminentes nubarrones. La conflictividad laboral de los controladores franceses, que en mayo ha alarmado a las compañías, tiene todos los visos de recruderse en el estío.
Gran parte de los problemas que están sufriendo los pasajeros continentales tiene su origen en un punto muy concreto: el centro de control de Marsella. Allí se produce el estrangulamiento del tránsito hacia el Mediterráneo y Europa central, porque lo que ocurre en el espacio aéreo de un país desencadena repercusiones en los demás. Como dicen las patronales del sector, Ala y Aceta, «los paros no saben de fronteras». No es necesario que un avión tenga que aterrizar en Francia para verse afectado. Basta que sobrevuele su espacio para que sea suspendido si las autoridades galas deciden proteger sus rutas propias.
España sufre en carne propia las alteraciones que acontecen al otro lado de los Pirineos. «Un avión que hace el trayecto Madrid-Sevilla y con anterioridad se ha desplazado desde Berlín a Madrid arrastrará casi con toda seguridad un retraso», explica Susana Romero, portavoz de la Unión Sindical de Controladores Aéreos (Usca). Hasta los vuelos que acaban en América o África son gestionados en algún momento por el control aéreo galo.
Las replicas de las turbulencias que partían de Marsella han generado una onda expansiva devastadora. Solo en mayo, más de 117.000 vuelos sufrieron retrasos en todo el continente. De ellos, más de 71.000, alrededor de un 61%, se demoraron a causa de la falta de personal y las protestas laborales. El clima adverso también se confabuló para que se agravara el desbarajuste. Al mal tiempo se atribuye que el 39% de los vuelos (unos 45.000) no llegara a tiempo a la pista de aterrizaje. Sin embargo, Ryanair no acaba de creerse que la destemplanza sea la causante de todos los males y considera «curioso» que la mayoría de los retrasos se registraran en viernes y sábado. Con ello, la compañía irlandesa sugiere que los proveedores de control aéreo se escudan en las inclemencias meteorológicas para ocultar graves carencias de personal. «Estamos cerca de un colapso total; se están cancelando cientos de vuelos diarios por el simple hecho de no contar con el personal suficiente para cubrirlos. La situación es particularmente alarmante durante los fines de semana», ha dicho Michael O'Leary, consejero delegado de Ryanair.
También al primer ejecutivo de IAG, Willie Walsh, se le ha acabado la paciencia. El representante del conglomerado que agrupa a British Airways, Iberia, Vueling y Aer Lingus ha advertido de la «destrucción» del tráfico en toda Europa, lo que está redundando inevitablemente en un quebranto en su cuenta de resultados.
De este perjuicio se resienten igualmente las aerolíneas con sede en España. La irradiación del problema ha tenido efectos demoledores en los aeropuertos de El Prat y Baleares, especialmente en el de Palma de Mallorca. El presidente de la Asociación de Compañías Españolas de Transporte Aéreos (Aceta), Antonio Pimentel, subraya que, en apenas un año, «los retrasos en la gestión del tráfico aéreo en ruta se han incrementado en un 283%». Si en abril se llegaron a acumular cerca de 45.000 minutos al día de demoras de promedio, esa cifra se disparó en mayo a los 100.635.
Cuando se recurre a rutas alternativas para sortear la amenaza de huelga, se incrementan las distancias y el consumo de combustible. Y es que la impuntualidad, que antes era un factor marginal en el negocio, supone importantes costes a las empresas, obligadas cada vez más a indemnizar al cliente por los retrasos. Así que el panorama no se presenta muy halagüeño en el solar nacional. Los controladores de Barcelona han aplazado la convocatoria de la huelga que tenían previsto celebrar de forma inminente ante la formación del nuevo Gobierno del PSOE, al que le dan tiempo y un margen de confianza «de una o dos semanas». Los supervisores amenazan con realizar paros los miércoles en algunas franjas horarias y los domingos durante todo el día. Dicen estar cansados de las jornadas extenuantes y la escasez de personal.
El anuncio no ha calmado a la industria. Las asociaciones de aerolíneas dicen que respetan el derecho a la huelga, aunque se quejan de que su ejercicio erosione la libre circulación de personas. «Las huelgas de un sector tan estratégico como es el del control aéreo no sólo lastran a las compañías aéreas y generan un grave perjuicio a los clientes, sino que también afectan muy negativamente a la imagen y actividad turística de España, principal fuente de riqueza de nuestro país», arguyen las patronales.
El sindicato Usca viene denunciando que el tráfico aéreo crece de manera constante mientras las plantillas no se ven reforzadas. El número de controladores adscritos al sector público y que se comunican directamente con los pilotos suman 1.700 trabajadores, una cifra que considera a todas luces insuficiente. «Se necesitan otros 500 más», plantea Susana Romero. Aparte de pocos, ya tienen una edad. «La media en España es de 50 años, lo cual es una barbaridad. En Alemania, a partir de los 55 dejan de trabajar con la tripulación de los aviones», denuncia la sindicalista.
IG y Ryanair se declaran hartas del desgobierno. Quieren que Macron meta en cintura a los controladores de Marsella o que, en su defecto, la Comisión Europea tome cartas en el asunto. No descartan en este sentido la adopción de acciones legales y acudir al Ejecutivo comunitario para que deje de mirar para otro lado de una vez. «Pedimos a la Comisión que actúe. Tiene que hacer algo porque se está violando una de las libertades fundamentales de la UE. Se ha visto que en el 'Brexit' defendía las libertades y ahora debe volver a hacerlo», alega Walsh. Las empresas endosan la culpa a Macron y a sus predecesores por su «dejadez». «El Gobierno francés no está haciendo nada a pesar de que 254 de las 357 huelgas de controladores entre 2005 y 2017 han tenido lugar en Francia», argumenta.
El sueño de los operadores es implantar el 'cielo único europeo', una iniciativa de la UE que persigue acabar con la fragmentación actual. De este modo, si se paralizara el tráfico por una huelga en un país, las operaciones se podrían gestionar desde otro. Pero los estados son reacios a ceder soberanía y asumir regulaciones foráneas. La erupción del volcán Eyjafjalla hace ocho años aceleró los trabajos para integrar los sistemas de control aéreo, pero el impulso duró poco.
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