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Una terapia tan antigua como la Humanidad

A. PANIAGUA

Miércoles, 10 de julio 2019, 10:12

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Los fundamentos de los trasplantes fecales son tan antiguos como la Humanidad. Hace 1.700 años, los chinos ya lo practicaban. El primer registro data del siglo IV y aparece en un manual de emergencias médicas. Sin los melindres de hoy, los galenos de entonces curaban las diarreas dando al enfermo una sopa amarilla que contenía heces de una persona sana. Una terapia solo indicada para paladares recios.

Los griegos creían que muchas enfermedades eran causadas por un desfase entre los cuatro fluidos o «humores» corporales -sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla-, una teoría que se mantuvo vigente hasta el siglo XIX. La tesis de que las patologías eran fruto de «malos efluvios» o miasmas persistió durante centurias, hasta que al final fue destronada por la teoría de los gérmenes.

Los europeos empezaron a recurrir a los excrementos mucho tiempo después. En 1697, un médico alemán recomendaba la terapia fecal en un libro con un título elocuente: 'Heilsame Dreck-Apotheke' (Farmacopea de inmundicias saludables). En la Gran Guerra, los soldados caían en el frente como moscas a causa de la disentería. Luego, en la II Guerra Mundial, se volvió a repetir la tragedia. En ambos casos, se echó mano de las denostadas deyecciones. Así, los beduinos del desierto norteafricano recomendaban a los soldados de la segunda gran contienda bélica que ingirieran boñigas de dromedario para curar sus evacuaciones masivas.

Dos bancos mundiales

En el mundo existen dos grandes bancos de heces: el OpenBiome de Boston, en Estados Unidos, y otro en Holanda. En España solo hay almacenes de materia fecal dentro del ámbito hospitalario. Algunos ejemplos son los centros sanitarios de Bellvitge (Barcelona) o el Gregorio Marañón y Ramón Cajal, ambos en Madrid.

Los candidatos a donantes del OpenBiome tienen que superar una serie de pruebas muy estrictas. Si cumplen todos los requisitos, sus heces se filtran, se introducen en cápsulas y se congelan para su posterior envío a hospitales que las necesiten. La congelación de heces para su custodia y uso posterior tiene la ventaja de que elimina el mal olor de las deposiciones. Los especialistas apuestan por guardar las heces cuando estamos sanos en bancos para que, en caso de que enfermemos, se puedan hacer autotrasplantes con la materia fecal.

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