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IRMA CUESTA
Martes, 7 de agosto 2018, 09:52
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Las imágenes de lo que vivió durante su estancia en los campos de refugiados de Grecia, hace solo dos años, no se borrarán nunca de su memoria. A pesar de que aquella no era su primer experiencia como voluntaria, a Paula Alonso González (Santander, 1986) le impresionó lo mucho que se parecía a nosotros aquella gente que sufría lo indecible. Matrona de profesión, Paula es de ese tipo de personas que se siente culpable si no hace nada por los demás. Especialmente cuando, como en el caso de los huidos por la guerra de Siria, «estamos ante un conflicto en buena parte alimentado por Occidente».
-Las ganas de colaborar y echar una mano. En el caso de los refugiados de manera especial porque me sentía mal sin hacer nada. Con ese sentimiento dentro, surgió en 2016 un llamamiento de una organización que pedía matronas, mujeres y que supieran inglés. ¡Me estaban llamando! Así que no pude mirar hacia otro lado.
-No. La primera vez estuve en Benin, un país ubicado en el oeste de África. Estuve allí cerca de dos meses trabajando en un dispensario pequeñito y ayudando en todo lo que hacía falta. El ritmo es imparable y la tarea agotadora, pero no lo cambiaría por nada del mundo.
-Sí. Estaba impactada por las consecuencias de esa guerra alimentada por Occidente; por un conflicto del que en buena parte hemos sido responsables y hemos mirado para otro lado. El problema de los refugiados toca muy de cerca. Te encuentras con personas igual que tú, que hasta hace nada te ibas de vacaciones a Damasco. Son ingenieros agrónomos, economistas, profesores... que se ríen con nuestros mismos chistes, que son iguales a nosotros y se ven obligados a pasar por esto. Estuve trabajando en atención primaria. La realidad es que volví machacada.
-Al año siguiente me fui al Amazonas boliviano dos meses. Esta vez convencí a mi pareja y nos marchamos juntos. Le dije: quiero que lo veas. Y, como pedían más colaboradores además de personal sanitario, hicimos el viaje juntos.
-Y eso que a la vuelta de Inglaterra de trabajar y formarme como matrona prometí que aquella sería mi última salida de casa...
-Cuando acabé de estudiar enfermería en Cantabria en 2007 me marché a Brighton, una ciudad situada en la costa sur del país, para trabajar y convertirme en matrona. Solicité hacerlo en varias universidades y finalmente pude formarme en el Royal Sussex County Hospital.
-Allí el trabajo de la matrona es mucho más independiente que en España. Las competencias de ginecólogo y matrona están mucho más definidas que aquí, más delimitadas, y desde mi punto de vista eso es importante. Pero siempre supe que aquel era un viaje con billete de vuelta. El fin era regresar a casa cuando llegara el momento.
-La experiencia de un voluntariado es inimaginable. Posiblemente sea una de las cosas mejores que he hecho en mi vida, así que animo a mis compañeros a hacerlo si se les presenta la oportunidad, aunque es cierto eso de que no hace falta ir muy lejos para echar una mano. Yo soy monitora, trabajamos con scouts y colaboramos con Cáritas, con organizaciones como Buscando Sonrisas, creada hace no mucho en Santander y que trabaja con comedores escolares, con colectivos de enfermos, ofreciendo becas a familias sin recursos, compras de material a niños en riesgo de exclusión social, campañas de donación, conferencias... y humanizando el área de Pediatría del hospital Valdecilla.
-No, mientras las condiciones lo permitan. Y está claro que no hay por qué irse al corazón del Amazonas.
-En el Amazonas trabajábamos con mujeres que habían tenido diez o doce hijos, que estaban acostumbradas a hacerlo solas y que eran muy reservadas. En Grecia las refugiadas eran trasladadas a los hospitales del entorno, pero en África sí que echamos una mano en más de un parto.
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