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Carmen Sánchez posa en el Hospital de La Paz, en Madrid, donde recibe tratamiento.
"Ya no rechazo el espejo, que no es poco"

"Ya no rechazo el espejo, que no es poco"

Paciente con espasticidad hemifacial que ha recuperado la expresión gracias a las infiltraciones de toxina botulítica

pilar manzanares

Lunes, 14 de abril 2014, 10:31

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Escuchar lindezas como Mari Carmen, la de la cara torcida, ver las imitaciones gestuales de los niños y que alguna conocida le dijera «qué guapo es tu marido, ya decía yo que a quién había salido el niño» son solo algunos de los episodios por los que ha tenido que pasar Carmen.

Ella acababa de hacerse novia del que fuera su marido cuando, tras una desafortunada operación de oído tras la cual quedó además sorda, vio los efectos del espasmo: «Cuando me levanté y me vi la cara ante el espejo me agarré con fuerza al lavabo y me dije: Esto no va a poder contigo», recuerda. Aunque con 46 años de retraso, Carmen comienza ahora a vivir mejor, tras haber pasado no solo por los comentarios de alguna gente, sino por el dolor, porque un ojo se le quedaba abierto y no lo podía cerrar y entonces le lloraba todo el día, o porque cualquier luz la molestaba de hecho aún hoy se resiste a ir al cine porque para ella es «un suplicio». Pero como dice: «Si con mi testimonio ayudo a que la gente sepa que hay una esperanza, perfecto. Cuanto menos se sufra, mejor».

Ahora, a los 65 años, reconoce: «He vuelto a tener ilusión por arreglarme y ya no rechazo el espejo, que no es poco». Solo se duele de que su marido muriera sin poder verla así: «Tuvimos un amor tan precioso».

Cuando el doctor Lassaletta, especialista en otorrinolaringología en La Paz, remitió a Carmen a la consulta de la doctora Moraleda no imaginaba cómo iba a cambiarle la vida. Su tratamiento consiste en una reeducación neuromuscular facial para aprender a controlar el gesto, completado con infiltraciones de toxina botulínica.

«Y así empezó nuestra relación, ya llevamos cuatro años de amor», se ríe sin dejar de alabar a los dos doctores que tanto le han ayudado. No es para menos, porque en parte Carmen ha recuperado su vida: «Ya me atrevo a comer en público, puedo ir a restaurantes, y como ves me dejo hacer fotos, mientras que antes las odiaba y hasta llegaba a romperlas».

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