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Roselyn con su hija recién nacida, en perfecto estado, en el centro de salud Mrima. Arjun Claire
No parirás sola

No parirás sola

La última vez que Kibibi dio a luz fue en un contenedor marítimo. En el litoral keniano de Likoni, el embarazo ya no es una ruleta rusa. Un centro de Médicos sin Fronteras garantiza atención obstétrica de emergencia

ICIAR OCHOA DE OLANO

Viernes, 23 de agosto 2019, 17:36

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Para la inmensa mayoría de la mujeres occidentales, el embarazo y el alumbramiento son acontecimientos felices que experimentan de forma natural y segura. En el reverso mísero del mundo, las mujeres que emprenden allá una gestación se embarcan en una travesía crítica y a menudo solitaria de la que, muchas veces, no salen vivas. Los últimos números oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) no pueden ser más elocuentes. Por cada 100.000 criaturas que nacen con vida en España, 5 madres mueren en el parto. En Kenia, para que todos esos bebés vengan a este mundo pataleando, 510 mujeres tienen que desangrarse.

Kibibi tuvo suerte. Se escapó de la atroz estadística. La última vez que dio a luz fue en uno de esos contenedores enormes que utilizan los barcos para transportar mercancías por los océanos. Roselyn es otra afortunada. Ha superado dos cesáreas y hasta un tumor en el útero, y ahora aguarda el desenlace de otro alumbramiento inminente. Rose, que está a punto de ponerse prematuramente de parto, no sabe que, esta vez, su bebé no saldrá adelante. Pero a ella la salvarán, se recuperará y podrá ocuparse de los otros dos hijos que la esperan en casa.

Estas tres mujeres proceden de distintos poblados de Likoni, una región costera que se despliega al sur de un canal por el que el Océano Índico se adentra en la parte continental de Kenia. Al norte, en la otra orilla, se encuentra la isla de Mombasa, el principal puerto de África Oriental y la segunda mayor ciudad del país, tras Nairobi. Es el lugar al que los habitantes de la zona tienen que desplazarse cada vez que deben solventar asuntos importantes. Entre ellos, parir.

Roselyn Paciente «Me dije: 'si salimos vivas, la llamaré Esperanza'. Y aquí está»

Kibibi Paciente «Pasé miedo en el quirófano, pero salvaron a mi bebé»

Rose Paciente «Perdí a mi hijo pero, si yo sigo aquí, es gracias a este hospital»

Rose estrecha la mano con su marido antes de perder a su bebé.
Rose estrecha la mano con su marido antes de perder a su bebé. Arjun Claire

Durante muchos años, esa 'gestión' conllevaba para las parturientas tanto riesgo o más que el propio alumbramiento. Debían subirse a bordo de un abarrotado transbordador y soportar un incómodo trayecto, con llegadas a menudo demoradas, que en alguna ocasión concluyó con consecuencias fatales para alguna de esas desesperadas pasajeras.

Desde enero de 2016, la población femenina de Likoni no tiene que jugársela en el momento más delicado de su gestación para buscar una atención hospitalaria, que casi siempre allí resulta deficitaria. Ya no gestan desasistidas ni tampoco paren solas. Médicos Sin Fronteras (MSF) desembarcó en su orilla para proporcionarles atención obstétrica y neonatal de emergencia. Al principio, la dispensaba en una maraña de contenedores marítimos, una instalación provisional que habilitó para atender partos y practicar cesáreas mientras acometía, en paralelo, las obras de rehabilitación y ampliación del humilde centro de salud de la localidad de Mrima. En un año, consiguieron dotarlo de un quirófano, de una unidad para recién nacidos y de un equipo de profesionales preparado para prestar atención en materia de salud sexual y reproductiva a las mujeres de la región.

Cuando Kibibi acudió por primera vez a este novedoso servicio, ya había roto aguas. La ONG llevaba poco tiempo trabajando allí, así que su personal sanitario tuvo que atenderla en uno de los enormes contenedores acondicionados como paritorios. La joven supo que el bebé no recibía oxígeno suficiente, por lo que la llevaron de inmediato al recién instalado quirófano. «Pasé mucho miedo», recuerda. Después, ya no sintió nada. Al despertar de la anestesia unas horas más tarde, un niño dormía plácidamente en su pecho. «Le habían salvado», cuenta desde una sala de espera del hospital materno de Mrima, donde aguarda, junto a otras muchas mujeres, todas con sus cabellos cubiertos -en Likoni, el 70% de la población es musulmana-, para pasar consulta, por primera vez en su vida, con un ginecólogo. Allí aprendió, en aquella ocasión, que ante la mínima sospecha de embarazo debe acudir al médico para someterse al examen de VIH y de otras enfermedades de transmisión sexual. Y Kibibi lleva dos meses sin menstruar.

Dentro del edificio, Roselyn, una paciente con un largo historial en esa clínica, acaba de ocupar una de las 36 camas que ha instalado la organización humanitaria. Por el tamaño de su vientre, el nacimiento es cuestión de horas. Está temblorosa. Después de alumbrar a dos hijos mediante cesárea y de someterse a una intervención para que le extirparan un bulto en el útero, no se siente con fuerzas para enfrentarse a una cuarta operación. La ansiedad le consume. Teme por su hija. Teme por sí misma. «Me he dicho que si salimos vivas, la llamaré Esperanza», confía a modo de rezo implorante.

Traspaso de competencias

Unos camastros más allá, Rose y su marido charlan y se estrechan las manos como si la palma de ella fuera una vía abierta y la de él, el suero de energía y buenos augurios que necesita para superar el trance que le viene. Ha llegado con una hemorragia vaginal y está muy lejos de cumplir las 36 semanas 'reglamentarias' de gestación. Debe permanecer tumbada para evitar un alumbramiento prematuro. Pero no funciona. Acaba en la sala de partos apretando puños y dientes hasta expulsar a un bebé al que apenas logra ver un instante. «Tenía los ojos abiertos...». Los médicos se lo llevan de inmediato. No respira. A ella la evacuan a toda prisa al quirófano, a donde tendrá que regresar por segunda vez porque no deja de perder sangre. Con la que le queda, debe enfrentarse al vacío de su útero reventado. «Le has llevado contigo durante nueve meses y ya no está. Es muy doloroso... Al menos, yo sigo viva gracias a estos médicos. Si no, igual no estaría aquí», dice hundida y agradecida a la vez mientras, en otra esquina del hospital, Roselyn ilumina con su sonrisa la cara de una niña sana, a la que ha dado a luz de modo natural.

Durante la reforma del centro de salud Mrima, MSF asistió a 11.578 mujeres en el asentamiento que improvisó a base de contenedores. Una vez reinaugurado el hospital, en mayo de 2018, el personal sanitario de la ONG ha atendido desde entonces más de 11.151 partos, incluidas 1.206 cesáreas. Después de casi cuatro años de rodaje, la organización internacional prepara, junto con las autoridades de salud del condado, el traspaso de la administración del hospital. «Esperamos hacerlo efectivo en 2021. Pero para eso deben integrar a nuestro personal keniano, garantizar los suministros médicos regulares y, sobre todo, incorporar la vacuna contra la hepatitis B para los recién nacidos», matiza Dana Krause, responsable de los proyectos de MSF en Kenia.

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