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Los números mandan

Los números mandan

Los graduados en Matemáticas cada vez son más demandados por el mercado laboral. Su refugio ya no es la docencia. «Quien trabaja con megadatos puede ganar 70.000 euros al año»

antonio paniagua

Jueves, 1 de enero 1970

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Todo el poder para los matemáticos. El mercado se rifa a los que saben sacar oro de las estadísticas, elaborar un algoritmo y hacer predicciones basadas en miles de cálculos. Los expertos en lo que antes se llamaban ciencias exactas son codiciados por la industria farmacéutica, la banca, la distribución alimentaria, la minería de datos (la tecnología que descubre patrones de comportamientos a partir de cifras), el transporte aéreo y los seguros, entre otros sectores productivos. Son indispensables para entender desde el funcionamiento del sistema inmune a la cotización de los títulos bursátiles.

Los estudios de Matemáticas son hoy un magnífico salvoconducto para ingresar en el mercado de trabajo. En el curso 2016-2017, salieron de las catorce facultades de Matemáticas de las universidades públicas unos 962 graduados. El año pasado, la nota de corte para cursar esta carrera en la Universidad Complutense de Madrid era de 13,6 sobre 14. A la luz de estas cifras, se comprende mejor por qué los números mandan y los matemáticos disfrutan de tan buena reputación.

A cualquiera le apabulla la avalancha de datos. Genes, moléculas, tráfico de vehículos, hábitos de consumo, riesgos de impago. Donde el común de los mortales ven una maraña imposible de desenredar y naufragan, el matemático observa tendencias; puede idear marcadores, predictores y modelos. Con ese bagaje, diagnostica y busca soluciones.

Pedro Crespo, catedrático de Ingeniería de Telecomunicaciones de Tecnun, la Escuela de Ingenieros de la Universidad de Navarra en San Sebastián, hizo la carrera de Matemáticas en Estados Unidos. Al regresar a España, en 1990, le sorprendió la poca demanda de matemáticos que por aquel entonces había en el país: «Casi todos mis colegas estaban en la docencia. Cuando reclutaba a becarios que eran matemáticos, la gente no me entendía. La disciplina no tenía el protagonismo de hoy, todo lo contrario que sucedía en EE UU. Un compañero mío estudió Matemáticas en Berkeley y nada más terminar el doctorado, en 1984, fichó por el Bank of América con un sueldo de 300.000 dólares al año».

Las empresas españolas, azuzadas por la era de la digitalización, por fin han despertado, de modo que es difícil encontrar matemáticos en paro. Tradicionalmente vista como una asignatura abstrusa, de la que muchos estudiantes huían como de la peste, las matemáticas se han convertido en el alfabeto con el que se escribe el presente, la lengua franca que derriba fronteras.

Las grandes compañías reclaman matemáticos no para esclarecer teoremas inextricables, sino para resolver problemas prácticos. «Por su mente analítica, tienen una manera de atacar los problemas que en ciertas especialidades es muy importante. Son un comodín excelente», asegura Crespo.

Cualquier empresa de fuste suspira por tener un matemático entre sus filas. Lo malo es que la escuela se está resintiendo de ese acaparamiento. Según la sección educativa de la Confederación Sindical Independiente de Funcionarios (CSIF), en las oposiciones de este año se quedaron 300 plazas desiertas de profesores para impartir la asignatura en la educación secundaria y Formación Profesional. En opinión del presidente nacional de Educación de la CSIF, Mario Gutiérrez, la pérdida de prestigio de la figura docente está alejando a los matemáticos de la enseñanza. «Como funcionarios, los profesores no pueden desarrollar una carrera profesional», sostiene.

Para el secretario general de la Federación Española de Sociedades de Profesores de Matemáticas, Agustín Carrillo de Albornoz, está ocurriendo algo paradójico. «Últimamente en las clases hay más ingenieros, físicos y químicos que matemáticos. En mis tiempos, la salida laboral era la docencia, hacer unas oposiciones y dar clases en un instituto», arguye Carrillo de Albornoz, profesor de la Universidad de Córdoba.

Oficio vocacional

Puestos en el dilema de escoger entre la docencia y otro empleo en el que no tener que lidiar con estudiantes, «la mayoría opta por la empresa privada», asegura Carrillo de Albornoz. «El oficio de profesor es vocacional y, en cuanto a los sueldos, no creo que los jóvenes empiecen con unos ingresos muy altos. Pero sí tienen más posibilidades de promoción. No creo que haya ningún profesor que cobre 50.000 euros anuales en la enseñanza, ni en la pública ni en la privada, ni siquiera en el año anterior a la jubilación», explica el dirigente de la federación.

Antonio Guillén es de los que desdeñaron el camino de las oposiciones y la pizarra. Dio clases particulares e hizo el curso que antes se requería para ejercer la docencia, pero prefirió enrolarse en un banco. «Quienes trabajan con megadatos pueden estar ganando tranquilamente 60.000 o 70.000 euros al año. Tenemos capacidad de resolución de problemas, somos pocos y hay mucha demanda». Guillén es ahora un arquitecto de 'software' en una entidad financiera, pero en su día hizo de gurú de los números en empresas petroleras y de estaciones de servicio para elaborar previsiones de ventas.

María Ángeles Pérez Rojo hizo el recorrido inverso: empezó trabajando en empresas de análisis e investigación de mercados antes incluso de haber acabado la carrera, pero encontró su vocación dando clases a los chavales. Estaba haciendo unas prácticas docentes cuando estudiaba el ya desaparecido Curso de Adaptación Pedagógica (CAP) y quedó «prendada por el aula». «Cambié de pensamiento y me replanteé el futuro», resume. Ahora imparte lecciones en el colegio Santo Domingo Savio, un centro concertado de Madrid. Lo hizo a pesar de que en el segundo año de trabajo en el sector privado ganaba más que ahora. «No quiero ni pensar cuál sería mi sueldo si hubiera seguido trabajando como investigadora de mercados», admite.

Además de ser una carrera difícil, registra una elevada proporción de estudiantes que no completan los estudios. En la Universidad Complutense, los últimos datos hablan de una tasa de abandono del 38,5%. Claudia Lázaro, docente del instituto Santa Clara de Santander y profesora asociada de la Universidad de Cantabria, piensa que el sistema de acceso a la función pública docente «quizá precise una revisión». «Las pruebas que se realizan no se ajustan a lo que se requiere para ser profesor. Si se detecta que hay gente muy mala, lo lógico es que no pueda enseñar. Ahora, en cambio, se da la circunstancia de que quien suspende las oposiciones no obtiene plaza, pero accede a la bolsa de trabajo y puede ejercer como interino», alega Lázaro. Por su parte, Ángeles Pérez critica que en las oposiciones, extremadamente difíciles, «no se evalúa la capacidad docente ni la competencia matemática, solo la memorística».

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