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El jazz late en la Gran Manzana

El jazz late en la Gran Manzana

Nueva York experimenta un nuevo esplendor del género. Sus sonidos se apoderan cada noche de los sótanos donde viejas leyendas se mezclan con artistas incipientes y simples aficionados

CAROLINE CONEJERO

Domingo, 30 de septiembre 2018, 10:40

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Nueva York energiza la nueva escena global de jazz como nunca antes había sido posible. Miles y miles de aficionados, músicos, estudiantes y conocedores del jazz abrazan el latido de la escena neoyorquina siguiéndole la pista por locales y garitos. Millones lo hacen a través de las redes sociales o lo viven en directo a través del 'streaming' de vídeo.

En casi todas las grandes ciudades del mundo hay hoy en día una vibrante escena de jazz de nivel internacional. Y sin embargo, Nueva York es el epicentro planetario de esta música, y no sólo por su carácter de laboratorio que destila estilos y acentos con una intensidad competitiva única e irresistible. Como músico, si uno quiere hacer una carrera y crearse una reputación con proyección internacional hay que establecerse en Nueva York, donde están los recursos, los contactos, el 'establishment' y muchas de las grandes figuras.

«Es la meca del jazz para músicos y estudiantes. Es el lugar donde hacerse un nombre y forjar una carrera. Unos vienen, otros se quedan o están por aquí por un tiempo. Hay quien consigue sobresalir y quien no, pero este lugar marca, y lo hace profundamente. Y puede lanzar la carrera de un músico con talento», señala Lezlie Harrison, vocalista y cofundadora de Jazz Gallery, un centro que ofrece residencias a músicos emergentes del ámbito internacional con voz propia.

Alexis Cuadrado Músico español «Aquí está el camino para encontrar tu propia voz. Si sobrevives, creces; si no, te tienes que ir»

Cambio y ebullición

Nueva York es una escena en permanente cambio y constante ebullición, que se manifiesta a través de una miríada de microescenas que vienen definidas por influencias culturales y estilísticas y el roce entre ellas. Por un lado están los tradicionalistas del be-bop, que no se llevan con los del jazz más experimental. A lo largo y ancho de Manhattan y Brooklyn, las escenas del jazz de vanguardia cohabitan con el neojazz, hard bop y eurojazz. En Harlem, Bronx y Queens late con fuerza el afrojazz, el latin jazz, el jazz brasileño, y se fusiona con otros sonidos como el hip hop, el tango, el folk o el flamenco. «Todos esos sonidos habitan en Nueva York y los estudiantes pueden decidir cuál es la escena en la que quieren desarrollarse», explica Carlos Henríquez, contrabajista de la orquesta de Wynton Marsalis en el Lincoln Center.

«El alcance de la música es vital», apunta Brian Michel Bacchus, consultor y productor independiente de grabación. «No sé si es una escena mejor pero es buena, se renueva constantemente. Y es una escena profundamente multicultural. Los músicos con talento que vienen de Europa, Israel, África, Japón ... traen sus raíces musicales, su cultura, y se crea un entorno transcultural. Y aquí es donde se curten los huesos».

El gran legado musical de esta ciudad proviene de varias generaciones de gigantes que la poblaron y la marcaron con el sello del jazz. Leyendas como Fats Waller, Art Tatum, Duke Ellington, Louis Armstrong, Charlie Parker, Benny Goodman, Count Basie, Lester Young o Dizzy Gillespie crearon aquí las obras más esenciales y con más influencia del género. Nombres como Charles Mingus, Ornette Coleman, Thelonious Monk, Bill Evans, Miles Davis o John Coltrane consolidaron una cultura jazzística y un vasto establecimiento de producción musical difícil de igualar.

Ed Cherry, uno de los mejores guitarristas de jazz de su generación, conoció a Dizzy muy joven, cuando le fichó para su cuarteto en 1978, y tocó con él en numerosas giras internacionales y varias bandas hasta poco antes de su muerte en 1993. Cherry es parte de la generación puente entre las grandes figuras del jazz y los valores emergentes. «Creo que ahora faltan más espacios de improvisación, como los 'lofts' que solía haber en décadas pasadas, donde los músicos podían experimentar con otros artistas después de tocar en los clubes. Ahora no hay tantos de esos espacios, aunque algunos clubes están incluyendo muchas más sesiones de jam después de medianoche», señala Cherry.

Para Saúl Rubin, «la escena actual está algo desconectada de su legado. Los grandes han ido desapareciendo y quedan muy pocos aún vivos, como Sonny Rollins». Rubin es un guitarrista establecido de la escena de jazz neoyorquina que ha tocado con muchos de los músicos históricos. «Ahora hay más escuelas pero faltan mentores. Antes había maestros vivos de quienes aprender, con quienes tocar y a los que escuchar», señala con algo de nostalgia.

Las colas para los primeros 'sets' de la noche empiezan a formarse hacia las 7.30 de la tarde. Los turistas se apilan en la entrada de los sótanos de jazz de culto del Village, como Smalls, Fat Cat o el Village Vanguard, y otros más recientes como Mezzrow, Zinc Bar o el Bar 55.

La escuela de Wynton

Como cada noche desde hace 20 años, Mitch Borden se sienta en la puerta de Smalls, donde recibe a los patronos del club y anima la conversación de la constante nube de músicos y conocidos que flota en la entrada. Mitch ha tenido otros clubes, pero ninguno como Smalls. La experiencia del jazz en este tipo de sótanos es muy especial: la proximidad de la música, el estilo casual que invita a la improvisación, una cierta dosis de caos sostenido, el gato de la casa, los personajes habituales, el 'famoso cool' que se deja caer, como Harrison Ford en vaqueros o el presidente de Hungría, János Áder -Asamblea en la ONU por la mañana, jazz por la noche- con su mujer y toda la delegación. La entrega del público es total. Se promueve arengar a los músicos y jalear los virtuosismos de los solos en las calientes sesiones de jam donde el estudiante de Juilliard trata de impresionar al curtido profesional. «La escena de jazz es muy grande, con mucha historia, lo cual te da muchas opciones como músico», valora Carlos Henríquez.

Los clubes de alto nivel ofrecen jazz de enorme calidad, como el reconocido Blue Note en el Village, el Jazz Standard, el Smoke, el legendario Birdland y el Dizzy's en Midtown Manhattan. En ellos se puede ver a menudo a leyendas internacionales de la talla de Chick Corea, Ron Carter, Roy Haynes, Pat Metheny, Diana Krall, Lee Konitz, Wallace Roney, George Coleman y tantos más.

Al frente de la dirección artística del conglomerado de jazz del Lincoln Center, Wynton Marsalis ha abierto el acceso a artistas de todas las culturas y ha promovido la educación musical a través de programas escolares y avanzados como en Juilliard, donde es director de estudios de jazz. En el Lincoln Center y en el Dizzy's ha impulsado la educación sobre la historia del jazz con programas dedicados a la aportación de los grandes maestros a través del intercambio internacional.

Carlos Henríquez se formó en el Latin Jazz con figuras como Eddie Palmieri, Tito Puente, Danilo Pérez y Gonzalo Rubalcaba. A los 16 años conoció a Wynton en una de sus clases y un año después le llamaron para tocar en la orquesta. «Wynton tiene una curiosidad musical inagotable. Es fan de la música cubana, el flamenco, la música africana... Siempre me pregunta sobre la clave del son, los patrones de las congas, cómo va el piano en la plena...».

Un año durmiendo en sofás

Estudiar jazz en Nueva York es un sueño para la mayoría de los adeptos al género. Nuevos centros académicos ofrecen programas de estudios en universidades y colegios como la Escuela de Manhattan, la New School o el mismo Juilliard. La cercanía con la escuela de Berkeley en Boston y su extensión en Valencia ha creado un triángulo de intercambio musical, con Nueva York en el vértice, que beneficia tanto a profesionales como a estudiantes.

Alexis Cuadrado llegó de Barcelona hace 20 años a estudiar jazz. «El primer año no tenía ni piso, creo que estuve en 15 sitios diferentes durmiendo en sofás», dice con ironía. «Vienes un poco a la jungla. Al principio tienes que hacer todos los bolos, tocar con todo el mundo, dar clases a niños aunque no quieras. Poco a poco vas encontrando tu sitio y tu gente».

Para Alexis, «la ciudad tiene una energía muy contagiosa y la música tiene un gran nivel de calidad que te enriquece, aunque sobrevivir como músico es complicado». Con los años llegó la estabilidad, se casó y decidió quedarse. Ahora es profesor en la New School y elige los shows y el tipo de jazz que quiere tocar como contrabajista. «Se trata de un continuo entrar en crisis y resolver. Te planteas constantemente qué estás haciendo y por qué. Si sobrevives, creces; si no, te haces mayor y te tienes que ir. Es parte del camino de encontrar tu propia voz en esta música. Es duro, no es para todo el mundo». Y cuando se trata de jazz, si no tienes tu propia voz, no tienes voz.

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