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Ella y él, la pareja de la Edad del Bronce de Castillejo de Bonete L. Benítez de Lugo and J. L. Fuentes / Oppida
Una historia de amor en los cromosomas

Una historia de amor en los cromosomas

Un equipo científico, codirigido por el CSIC, traza la evolución humana en la península ibérica y data la desaparición del gen del habitante original

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Jueves, 14 de marzo 2019

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Ella era de alguna parte de la costa ibérica y él era uno de esos hombres esteparios del este, de los que habían llegado montados a caballos y se dedicaban al pastoreo. Ella tenía cromosomas típicos del europeo de la edad del bronce, pues pertenecía a una raza, la de los cazadores neolíticos, destinada a desaparecer, mientras que él cargaba el linaje de los yamnaya, que extinguirá en 400 años la de los pobladores originales de la región. Ellos fueron pareja hace 4.000 años y juntos se establecieron en la llanura manchega, a cientos de kilómetros del mar, hasta un final tribal descubierto en una inhumación realizada en Castillejo del Bonete (Ciudad Real). «Podría ser una historia de amor», sostiene Carles Lalueza, coautor de la investigación 'La historia genómica de la Península Ibérica de un pasado de 8.000 años', publicado en la revista 'Science'. «Nosotros encontramos historias individuales fascinantes, con sus trayectorias personales que sabemos por sus genes. La acumulación de esas pequeñas historias son las que modelan la genética».

Hoy, gracias al estudio de cromosomas más ambicioso realizado hasta ahora, codirigido por el CSIC y la Universidad de Harvard, se conocen las vivencias de esta pareja que emigró, se encontró, tuvo hijos, murió y fue enterrada con los rituales de la cultura esteparia, una tumba cuyo ornamento dependía de la jerarquía social. «Ellos ilustran el mecanismo de cómo desapareció la ancestralidad ibérica, que podría haber sido un proceso de colonización parecido al de los españoles en América», dice Lalueza, biólogo experto en paleogenética, adscrito al Instituto de Biología Evolutiva de la Pompeu Fabra. «La nueva cultura tenía una fuerte estructuración social, que se reflejaba en las tumbas. Los de las estepas siempre están en las más elaboradas, así como algunas mujeres sin este linaje. Sin embargo, los hombres del neolítico nunca tienen buenos entierros». Una historia de amor, o bien, de interés.

El gran cambio de la edad de bronce terminó con el final del hombre ibérico en el año 1.800 a.C., cuando se impuso el gen de las estepas, según se ha podido documentar en este estudio que involucró a investigadores de 70 organismos internacionales. Un trabajo que abarcó el movimiento genético «excepcional» de la Península Ibérica durante 8.000 años, con 271 muestras de huesos encontrados en la península y resguardados en diversas instituciones. «Era un proceso poco destructivo», recuerda Lalueza, durante la presentación de sus resultados en la sede del CSIC de Madrid. «Se usaba mayoritariamente un extremo de la raíz de un diente».

De esta forma, el linaje del cromosoma Y, transmitido por los hombres de finales del neolítico en Iberia, fue sustituido por el R1b, que llegó con gente que tenía invenciones como la rueda. «Tenían portaban la mutación genética que permite beber leche a las personas adultas», asegura Lalueza. «Ese cromosoma R1b llega a ser mayoritario en Europa. Incluso en los vascos es una de las frecuencias más altas, por lo que no son un reducto de los neolíticos, como se creía. Este hallazgo fue una sorpresa. Sin embargo, apenas presentan influencias de migraciones posteriores como los romanos, los griegos o los musulmanes». A partir de la Edad del Hierro, vivieron aislados. Este resultado abre nuevas preguntas. Por ejemplo, cómo es posible que habiendo llegado los hombres de las estepas, hablantes de lenguas indoeuropeas, hasta el pueblo vasco se lograra preservar el euskera, único idioma que no tiene esos influjos. «No llegamos a entender que la mayor ancestralidad de las estepas coexistiera con la lengua vasca».

La investigación compuso una librería de millones de secuencias genéticas con las que los investigadores elaboraron un mapa de Europa. En la cronología de los cromosomas de los ancestros peninsulares hay cazadores y recolectores del neolítico, invasores pastores de Europa central, romanos, norafricanos esporádicos, europeos del norte, conquistadores musulmanes, reconquistadores cristianos. Ocho siglos que, no obstante, tienen un bache: «Cuando llega la incineración tenemos dificultades para seguir con el estudio», dice Lalueza. «Empezamos a utilizar los restos de niños, que por alguna razón no eran incinerados sino enterrados en el suelo de las casas y se conservan peor, y los cráneos de hombres decapitados, enclavados. Todos masculinos». Los paleogenéticos exponen así el rastro de las migraciones y relaciones entre hombres y mujeres, y ahora a los antropólogos corresponde dilucidar si hubo violencia o azotó la peste, si afectó el cambio climático o la riqueza de los individuos, si los «colonizadores» eran numerosos o los autóctonos pocos.

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