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Fumar mata (el planeta)

Fumar mata (el planeta)

Los fumadores producen 6 billones de colillas al año y la mayoría de ellas acaban en el suelo o en el mar. Sus tóxicos y los filtros no biodegradables son un peligro para el medio ambiente

INÉS GALLASTEGUI

Miércoles, 10 de octubre 2018, 08:54

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Los plásticos son la última bestia negra del medio ambiente. Las ONG nos bombardean a diario con imágenes alarmantes de su masiva presencia en la naturaleza y datos sobre sus nefastos efectos en animales y plantas. Sin embargo, hay un desecho igualmente peligroso y aún más abundante que amenaza la vida en el planeta. No es una botella, ni una bolsa de supermercado, ni una de esas insidiosas partículas llamadas microplásticos. Es la colilla, un cilindro de apenas dos o tres centímetros que contiene papel, algunas hebras de tabaco sin quemar y un filtro hecho de acetato de celulosa, un termoplástico sintetizado a partir de esa fibra vegetal que tarda unos diez años en descomponerse en la naturaleza, después de diseminar los cientos de sustancias venenosas que acumula en el agua o la tierra. Hay más de 4 billones de ellas desperdigadas por el planeta. Y, como nadie parece darles mucha importancia, los fumadores siguen tirándolas al suelo con un gesto indolente de los dedos en las ciudades, en el campo o en las playas. Distintas organizaciones han dado la voz de alarma: aparte de concienciar a quienes las arrojan, los científicos buscan formas de reciclarlas y los activistas reclaman que las tabaqueras y los fumadores paguen por el mal que causan.

A estas alturas, todo el mundo es consciente de que fumar es dañino para la salud, pero poco se ha dicho sobre su impacto ambiental. Y la verdad es que el tabaco nace y muere matando. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el cultivo de esta planta de origen americano causa estragos en todo el globo: deforestación, pérdida de biodiversidad, degradación del suelo y contaminación, debido al elevado volumen de pesticidas, insecticidas, fungicidas y fertilizantes que precisa su producción intensiva y al enorme consumo de madera que exige su curado al fuego o al calor.

Tabaco de cuarta mano

Una sola colilla puede contaminar 10 litros de agua de mar y 50 de río

Una vez convertido en cigarrillos, mata a casi 7 millones de personas al año -6 millones de ellas fumadoras y 890.000, víctimas pasivas del vicio ajeno- por cáncer y enfermedades cardiovasculares. Además, los residuos del humo que impregnan paredes, muebles y tejidos de los edificios y vehículos donde se fuma también tienen efectos cancerígenos.

Pero los más desconocidos son los efectos perniciosos del 'tabaco de cuarta mano', es decir, el desecho de los cigarrillos una vez consumidos, resalta el médico José Ignacio Granda-Orive, miembro de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Toráctica (SEPAR).

Según la organización Ocean's Conservancy, cada año se consumen en el mundo casi 6 billones de cigarrillos y solo 1,5 llegan al sistema de recogida de basuras. Hace dos años, 800.000 voluntarios de esa organización internacional recogieron 8.200 toneladas de basura a lo largo de 40.000 kilómetros de costa y resultó que los desechos más numerosos eran las colillas: 2,1 millones del total de 14 millones (15%), más del doble que cualquier otro tipo de desperdicio. En España, uno de los cien países participantes, la proporción fue aún mayor: 18 filtros de cigarro por cada botella. «Mientras los restos de plástico se enfrentan a un creciente escrutinio público, las colillas han permanecido mucho tiempo fuera del radar de la gente», señala la ONG.

¿Cómo llegan a la playa los cigarrillos usados? Aparte de los que se arrojan directamente, la mayoría alcanzan el mar arrastrados por la lluvia, el viento o -a través de las alcantarillas- los ríos. Según la institución Keep Britain Tidy, la presencia de estos residuos en la naturaleza se multiplicó en Reino Unido a partir de 2007 con la prohibición de fumar en locales públicos.

Cartas, gafas y bombas

Apagar el cigarrillo en el cenicero ayuda al planeta

El acetato de celulosa es un termoplástico sintetizado a partir de madera o algodón. Elaborado por primera vez en 1865, se usa en la fabricación de películas fotográficas, barnices, adhesivos, explosivos, fibra textil, barajas de cartas, monturas de gafas y filtros de cigarrillos, entre otros productos.

El acetato de celulosa del que están hechos los filtros, resalta el doctor Granda-Orive, «es fotodegradable, pero no biodegradable. Aunque los rayos ultravioleta del sol pueden romper el filtro en pequeños trozos, el material nunca desaparece: se diluye en el agua y en el suelo».

Aparte del poder contaminante de este material, que tarda en degradarse entre 8 y 12 años, los restos de tabaco y los filtros -que para eso están- acumulan un montón de sustancias químicas nocivas, entre ellas metales pesados como arsénico, plomo y cadmio -procedentes de los pesticidas usados en el cultivo y de la propia planta-, etilfenol y mentol -para dar sabor al producto-, dietilenglicol -un humectante-, alquitrán -producto de la combustión- y, claro, nicotina, adictiva en pequeñas dosis y venenosa en grandes cantidades que, de hecho, se ha utilizado como insecticida y antiparasitario.

Una sola colilla puede contaminar 10 litros de agua salada y 50 de agua dulce, según un informe del proyecto Libera, fruto de la colaboración entre la organización de protección de las aves SEO/BirdLife y la entidad promotora del reciclaje de envases Ecoembes. Los efectos de esas sustancias químicas en la fauna y la flora aún no han sido estudiados a fondo. En los océanos, pueden matar el plancton y ser ingeridas por moluscos y peces que sirven de alimento a los seres humanos.

En tierra, envenenan a las lombrices y otros animales que contribuyen a la fertilidad del suelo o son absorbidas por las plantas. Las aves pueden equivocarse y tragar filtros. Investigadores mexicanos han descubierto que el gorrión común ha incorporado estos desechos en la construcción de sus nidos, con el consiguiente riesgo para los huevos y los pollos. Todo eso, sin olvidar que muchos incendios forestales comienzan con un pitillo mal apagado.

Biorremediación y reciclaje

El siguiente paso, admiten estas organizaciones, es buscar soluciones. Por el momento, la industria tabaquera no ha conseguido fabricar filtros biodegradables, recuerda el neumólogo. Una posibilidad es acelerar su degradación en el medio ambiente a través de la biorremediación: en Estados Unidos se estudia la capacidad de varias especies del hongo Pleurotus de absorber los metales pesados que contienen y degradar más rápido el acetato de celulosa.

SIN FILTROS

  • La industria se mueve La tabaquera española Altadis presentó la semana pasada en Santander, en colaboración con el Ayuntamiento, la campaña de concienciación 'Un gesto que está en tu mano, que no cuesta nada, que nos cuesta mucho'. Los estanqueros repartirán ceniceros de bolsillo y habrá publicidad en los autobuses. En Cantabria está el único centro de producción de Altadis en España.

  • Colillas recicladas La compañía British American Tobacco es pionera en proyectos piloto de recogida selectiva de colillas y reciclaje de sus componentes: la ceniza y el tabaco se convierten en abono; el papel de fumar, en papel o cartón; y los filtros, una vez fundidos y prensados, en objetos de plástico como ceniceros, palés o regaderas. En Australia investigan su transformación en material asfáltico para construir carreteras.

  • 200 euros de multa y la pérdida de cuatro puntos en el carné de conducir es la sanción mínima por arrojar una colilla por la ventanilla de un coche. Si el cigarrillo está encendido y causa un incendio, el acto puede implicar pena de cárcel.

  • 52% de los fumadores ingleses no ven problema alguno en arrojar las colillas por el váter, según una reciente encuesta realizada por la ONG Keep Britain Tidy.

  • 64 millones de colillas han recolectado en playas y costas los voluntarios de la organización Ocean's Conservancy desde que inició sus campañas de limpieza hace más de 30 años.

En cuanto al reciclaje, hay varias líneas de trabajo. En la Universidad de Extremadura, un equipo multidisciplinar de especialistas en Física, Química, Matemáticas, Informática y Medio Ambiente investiga la transformación de los filtros usados en material aislante y absorbente del sonido. «Estamos haciendo los primeros estudios de laboratorio y son bastante prometedores», admite Valentín Gómez, responsable de este proyecto al que contribuye económicamente Altadis, líder de la industria tabaquera en España.

Con la colaboración del servicio de limpieza de la Escuela Politécnica, los investigadores recolectaron centenares de colillas, las clasificaron por tamaño y grosor y las introdujeron en un tubo de impedancia para medir su capacidad de absorción del ruido. Los resultados les sorprendieron: fueron tan buenos que les animaron a buscar financiación para aplicar su estudio de laboratorio a la fabricación de un producto comercial competitivo con los materiales actualmente usados en la construcción para evitar reverberancias en los edificios, como la lana de roca y la fibra de vidrio. Y hacerlo, además, con una materia prima que daña el medio ambiente. Eso sí, advierte Gómez, es importante encontrar un procedimiento para limpiar las colillas de forma ecológica, sin utilizar productos tóxicos ni contaminar las aguas de lavado.

Recoger las colillas es complicado, especialmente cuando se encuentran en el agua o mezcladas con tierra, piedras o arena, y en muchos casos su eliminación implica un proceso manual laborioso y muy caro. Eso no parece afectar a los fumadores que las tiran al suelo. Estos desperdicios se han convertido en un problema grave también en las ciudades: los servicios municipales de limpieza barren cada día de las calles de Madrid medio millón de colillas, a pesar de que 64.000 papeleras del mobiliario urbano incorporan ceniceros. La iniciativa de la alcaldesa, Manuela Carmena, de organizar concursos para que los niños recogiesen pavas del suelo fue virtualmente abucheada hace tres años. Al igual que en otras ciudades españolas, la ordenanza de limpieza prevé multas de hasta 750 euros por tirarlas al suelo, lo mismo que chicles, cáscaras o papeles. A juzgar por las cifras, el efecto disuasorio ha quedado en humo.

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