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El enemigo exterior para cerrar filas y perpetuarse

RAFAEL MAÑUECO CORRESPONSAL MOSCÚ

Lunes, 23 de abril 2018, 09:28

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Ciertos expertos, entre ellos el politólogo ruso Andréi Piontkovski, creen que la ideología nacionalista promovida desde su llegada al Kremlin por el presidente ruso, Vladímir Putin, para elevar el orgullo y la autoestima de la ciudadanía no persigue otra cosa más que perpetuarse en el poder. La agresividad demostrada por Moscú en relación con Georgia y Ucrania tuvo como origen el deseo de evitar que países que, junto con Rusia, fueron antiguas repúblicas soviéticas, muy próximas desde todos los puntos de vista, pudieran construir un sistema de valores democráticos genuino, algo completamente ajeno a la mentalidad de Putin y su régimen, estima Piontkovski. Aunque no sin protestar, Occidente casi miró para otro lado cuando el Ejército ruso intervino en Georgia, en agosto de 2008, y el Kremlin convirtió Abjasia y Osetia del Sur, territorios que, según la ONU, son georgianos, en protectorados bajo total ocupación militar rusa.

El mundo civilizado reaccionó de forma distinta a la anexión de Crimea y a la participación rusa en el todavía caliente conflicto en el este de Ucrania. Se adoptaron varias tandas de sanciones contra Rusia y las relaciones pasaron de ser ligeramente cordiales a muy tensas. Ahora, sin embargo, tras el caso Skripal, las mutuas expulsiones de diplomáticos y las arriesgadas tiranteces en torno a Siria, ya puede decirse que las relaciones entre Rusia y Occidente son de total confrontación. Incluso con más peligro potencial que durante los tiempos de la denominada Guerra Fría.

Pero a Putin no parece preocuparle que la actual situación pueda desembocar en una conflagración global con empleo de armas nucleares. Al contrario; contempla que ello puede llegar a suceder y, según declaró en su discurso sobre el estado de la nación del pasado 1 de marzo, Rusia estaría en condiciones de ganar tal contienda gracias a unos misiles nuevos que, dijo, no hay quien derribe, porque «son capaces de burlar cualquier sistema de intercepción».

Sea o no verdad este poderío militar, lo cierto es que fomentar la imagen de una Rusia fuerte, pero que debe estar muy alerta ante el acoso de Occidente, interesa al inquilino del Kremlin. La amenaza exterior justifica medidas como bloquear el sistema de mensajería Telegram, ya en curso, o la perspectiva de hacer lo mismo con Facebook. Los supuestos vínculos con Occidente de algunas formaciones de oposición en Rusia también justifican intensificar la represión.

Putin obtuvo en las presidenciales del 18 de marzo el mayor porcentaje de votos en comparación con las tres anteriores convocatorias electorales en las que tomó parte (2000, 2004 y 2012). Y ha sucedido precisamente en medio de lo que muchos califican ya de 'nueva Guerra Fría'. El máximo dirigente ruso es un nostálgico de la época soviética que acusa a Mijáil Gorbachov, el último líder de la URSS, de haber «negociado mal» la entrega a Occidente de lo que fue su zona de influencia en el este de Europa y la reunificación de Alemania. Estima que la OTAN nunca debió ampliarse y que el final de la Guerra Fría se cerró en falso. Que supuso, en definitiva, la capitulación del imperio soviético.

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